Cayeron miles de días del calendario hasta que quedó sólo el de Gabriel. Únicamente ese día era importante, los demás eran leves y, sin embargo, cuánto le pesaban. El pasado pesa siempre cuando es difícil de llevar..
Aquella noche, en la oscuridad de la avenida, vio de lejos las luces del coche patrulla. Plantado entre dos aceras, alzó un brazo para llamar la atención de los agentes como quien pretende que Dios mismo le mire. El coche llegó a su altura y se detuvo. Los policías bajaron del vehículo para tomar presencia en una situación dantesca. En mitad de una de las calles menos concurridas del barrio menos recomendable de la ciudad, un muchacho de no más de veinte años les daba el alto. Tenía las manos llenas de sangre. A su espalda, un hombre tumbado en el suelo, boca abajo y nadando en más sangre.
-Por favor… por favor, ayúdeme, jefe-, dijo el chico en un marcado acento suramericano. Uno de los agentes caminó hasta él mientras el otro se ocupaba del segundo individuo.
-Tranquilo, chico. Calma- dijo el policía -. ¿Qué ha pasado?
Gabriel bajó los brazos, sin apartar la vista del agente.
-¿Pasar?- preguntó-. Pasa que la vida es una mierda, agente. Pasa que no he sido feliz nunca. Pasa que, en las noches más silenciosas, en la fragua del sueño, me ataba a la ilusión de sonreír, antes que a llorar. Caminaba con ese deseo, cogido a una mano imaginaria que me recordaba las manos de mi madre, ¿sabe?, la mano fuerte, segura pero leve y suave. Mis noches me acercan al cuerpo de mi madre, siempre trabajando, siempre ausente, y así mi alma siente añoranza del crepúsculo que trae a mi presencia esos recuerdos, en la imagen sosegada que recrea el sueño tranquilo… y usted me pregunta que qué pasa… Vinimos a este país a ser felices, a trabajar y a luchar por un futuro. Pero no fuimos aceptados. La felicidad no vino. Era peor que en nuestro país. Aquí se nos trataba como a delincuentes. Esta nación esta llena de ideas preconcebidas. Ustedes se sienten atacados por nosotros, ustedes acaban siendo los extraños en su propia casa por su indecisión.
Corría una brisa helada que despejaba las mentes y los corazones. Todo era absurdo. Gabriel había buscado dentro de sí mismo, tan lejos que llegó a perderse, más allá de sus propios recuerdos, más allá de la memoria, donde no se escriben los nombres de los perdedores, donde los nombres de los poetas no pueden oírse, donde no se pronuncian. Era inútil, todo seguía inmerso en la misma oscuridad densa, en el mismo silencio espeso, en el mismo dolor por la ansiedad que provocan las ausencias.
El otro policía pasó corriendo en dirección al vehículo.
-Creo que ese tío está muerto- dijo.
-¿Podría llamar a una ambulancia, jefe?- preguntó el chico.
-Ahora mismo le atenderán, muchacho- respondió el agente.
-No es para él- replicó el muchacho-, es para otra persona.
-¿Hay más?- preguntó el funcionario. Gabriel derramó una lágrima lastimera.
-¿Qué esperaba, jefe?- dijo Gabriel-. Soy pobre. Vengo de un lugar pobre. Me crié en una ciudad violenta, en un barrio donde te disparaban por mirar, en una casa donde mi madre era quien más trabajaba… y quien más sufría. Mi padre le atizaba a diario, ¿sabe? Le golpeaba a la menor ocasión. La ponía desnuda en la calle, llena de moratones. Le pegaba sin excusa. No valían de nada la suplicas. No servían tampoco las lágrimas. No había nada que enfadara más a mi padre que las llantinas…
-Lo comprendo, muchacho- inquirió el agente-, todo se puede solucionar, tranquilo.- Abrió una pequeña libreta y preguntó- ¿conoces a quiénes os atacaron, o al tipo del suelo?
-Sí – contestó Gabriel-, el del suelo es mi padre… y le he matado yo. La ambulancia es para mi madre, jefe, que tiene la cara partida y el cuerpo magullado, tratada como un animal, jefe, y me dolía el corazón, me dolían las entrañas, ¿sabe?, me dolía la sangre misma, ¡¡me dolía!! Así que esta noche, cuando he visto estallar la boca de mi madre por los golpes, cuando he vuelto a ver sus ojos ensangrentados… he decidido que no volvería a verlo nunca más.
El aire olía a azahar, en lo más profundo de la ciudad un grupo de naranjos en flor golpeaba aromáticamente el aire.
-Usted lo habría hecho por su madre, jefe- añadió el muchacho- la mejor de las mujeres no se parece ni a la peor de sus sombras-. Juntó las muñecas, con los brazos extendidos hacia delante-. Ahora haga lo que haya que hacer, jefe, deténgame. No tengo miedo. He dejado de sufrir. Ya no me duele. Siempre supe que llegaría el día en el que ya no podría verlo. Creo que mi mamita también lo sabía, ¿sabe?… pero ella guardaba el secreto-. Respiró profundamente y sonrió-. Huele bien, ¿no le parece? Debe ser el olor de la felicidad…
Los agentes se miraron entre sí. Gabriel cerró los ojos dejando su rostro acariciar por la brisa helada. Posiblemente, los policías le entendían. Posiblemente sabían del perfume de azahar impregnando el aire mágicamente, y comprendían de la liberación de un alma castigada como la de Gabriel…
… sí, quizá lo sabían también…pero guardaban el secreto.