“Empezamos a grabar, caso 231/543, homicidio, mujer de 36 años, testifica el inculpado, Juan Rodríguez, por favor sitúese en ayer por la mañana”.El inspector apretó el botón rojo y la grabadora empezó a moverse, Juan intentando situarse en la mañana anterior, con un hilo de voz y carraspeando dijo: “Me levanté a las siete y media como cualquier día, no desayuné porque siempre desayuno en el bar de enfrente de la oficina a las diez, una ducha rápida y corriendo al atasco para estar a las ocho y media en la oficina. Ayer por la mañana llovía y había una niebla cerrada, de esas que si enciendes las luces es peor porque parece que te han puesto una pared blanca delante, por lo que íbamos todos aún más despacio de lo que es habitual; había puesto la radio al salir y para situar la hora sepan que en ese momento en la tertulia de Onda treinta estaban discutiendo sobre una ley que regula los tipos de conservantes de los alimentos. A la altura del centro comercial “El Portón” me dieron un golpe por detrás, muy seco, de repente y sin ninguna lógica porque habíamos mantenido todo el tiempo una velocidad muy constante y con las consabidas arrancadas-frenadas de cualquier atasco, como la cosa sonó a cristal roto, inmediatamente me eché a un lado en el arcén y me fui a la parte de atrás de mi coche. Como imaginaba por el ruido, me habían hundido el maletero y destrozado los faros. La verdad, yo en ese momento sólo pensaba que mi jefe esperaba a las nueve los márgenes de Barcelona y aunque los tenía, el trabajo estaba impresentable, por lo que necesitaba esa media hora para pasarlo a un formato vistoso, ya saben en colorines, gráficos y esas cosas. Ah! Sí, soy el controller financiero de Grinde, la empresa de las palas excavadoras. Total, por momentos me estaba poniendo muy nervioso esperando a que el coche que me había dado el golpe terminase por fin de maniobrar en el arcén, acabar cuanto antes con lo del seguro y salir pitando para la oficina para dejar los números listos; cuando ella salió del coche. Impresionante. No sabía si me habían destrozado el maletero o me había tocado la lotería. Allí me veo a metro setenta y tantos de morenaza impecable, tremenda melena negra, tremendos labios, tremendos…bueno, que se me cayó todo el papeleo del seguro al suelo mientras ella decía “lo siento, lo siento, de verdad…me sonó el teléfono y aunque no lo cogí, miré quien era y cuando levanté la vista ya no tenía tiempo…lo siento, lo siento…” Claro, ya se imaginan que le dije que no se preocupase, que son cosas que pasan, que cubríamos los papeles del seguro y ya estaba. Rellenamos los papeles y ella me pidió si yo podía enviar el fax a su compañía, que se metía en una reunión todo el día y que si me daba el original, ella se quedaba con una copia y así todo el proceso del perito se ponía en marcha en el mismo día. No me pareció nada raro, sólo buenas intenciones por su parte, me hizo una llamada desde su teléfono para que tuviese su número, que es este que les he escrito en el papel, yo hice lo mismo, y quedamos en hablar por la tarde. La mañana fue normal, llegué tarde y le tuve que dar los números cantados a mi jefe, no pude bajar a desayunar porque él los necesitaba para el consejo de las 11:30 y me apuré a ponerlos en bonito casi sin tiempo, cuando terminé envié el fax a mi compañía de seguros y a la de ella. Como una hora más tarde recibí una llamada de su compañía, preguntaban por Laura Garrido, les expliqué que yo había enviado la documentación, que yo era la persona a la que Laura había dado el golpe y sin dejarme ni terminar, la señorita me explicó que no tenían ningún asegurado con ese nombre, que quizás había sido cliente suyo en el pasado pero que desde luego a ella no le constaba ninguna póliza vigente con esos datos. Llamé a Laura varias veces a lo largo de la mañana, pero saltaba el contestador todo el rato, me siguió pareciendo todo normal, lo del seguro un despiste, yo también guardo pólizas antiguas mezcladas con las nuevas, y lo del teléfono, lo que ella había dicho, que estaría todo el día en una reunión. A eso de las tres de la tarde por fin llama a mi teléfono, efectivamente me comenta que ha estado encerrada en la reunión anual, que es una despistada con los papeles, que tiene todas las pólizas mezcladas y que me debe como mínimo una cena por todas las molestias que me ha ocasionado. Como se pueden imaginar mi desconocido temperamento de comercial salió corriendo a cerrar la cena para esa misma noche, temiendo que la cosa quedara en agua de borrajas si no la hacía efectiva en ese mismo instante. Ella aceptó y aquí en realidad empieza la historia.
Laura había reservado el sitio, un pequeño restaurante francés de la zona norte de la ciudad, que por extraño que pueda parecer estaba lleno un martes por la noche. Yo llegué el primero a propósito porque quería disfrutar de su entrada en el restaurante y en concreto de las miradas del resto de los hombres hacia ella, de la envidia de las mujeres y sobre todo de las caras de incredulidad de todo el mundo cuando ella se sentase a mi mesa. Toda mi vida he soñado con una situación así: la increíble mujer es la que cena conmigo. Y así fue. Laura entró con un ajustado vestido negro de un solo tirante, no muy corto, el pelo suelto…increíble…el comedor se quedó en silencio para mirarla y yo me sentí el tipo más feliz del mundo, carpe diem, nadie sabía que en realidad todo era fruto de una casualidad, que ella sólo pretendía pedirme disculpas con esa cita, podía permitirme el lujo de ser el tipo más envidiado por una noche. La cena fue muy agradable, charlamos, me contó casi nada de su vida como ejecutiva de multinacional, no tenía novio, le gustaba viajar, lo típico de una primera cita. Me hizo sentirme muy tranquilo toda la cena, confiado, como si nos conociésemos de toda la vida. En los postres me pareció que se ponía cariñosa, cuando menos “quedona” pero claro, no me creía con tanta suerte, supuse que era producto de mis ganas, le estaba cayendo bien y pretendía ser amable. Ella no me quería dejar, pero pague yo en un despiste en el que se fue al baño, con tarjeta, porque dado el tamaño de la cuenta no llevaba dinero suficiente; al volver del baño y ver que había pagado yo, ella insistió en invitarme a una copa, decía que era lo mínimo que podía hacer después de abollarme el coche, hacerme enviar el fax y además contestar las llamadas de su seguro caducado, y en realidad tenía razón, aunque si ahora lo pienso era todo un poco complicado y ella estaba demasiado buena para que todo fuese casual. A partir de aquí todo me parece muy rápido. Recuerdo un reguero de sitios de copas, el primero estaba muy cerca del restaurante y se llamaba Splig, casi no había nadie, un par de hombres de negocios tomándose una copa después de una cena de trabajo, nos pedimos un par de gin-tonics. Creo que ahí me di cuenta de que ella de verdad se estaba poniendo cariñosa: me tocaba la mano del vaso, se apoyaba en mi hombro y la distancia entre nosotros estaba cada vez más reducida tanto por ella como por mí, el gin-tónic me estaba ayudando a perder el miedo y ella me estaba poniendo muy cachondo. Cada sitio nuevo y debieron ser cuatro o cinco, siempre elegidos por ella, rompía una nueva barrera, en el primero nos acercamos, en el segundo nos tocamos, en el tercero nos besamos y a partir de ahí sólo recuerdo sus manos intentando bajar una falda con la que yo luchaba contra el escaparate de una tienda. Ella me dijo que estábamos a dos pasos de su casa, que vivía con una amiga pero que era de confianza y que seguramente estaría ya dormida. Subimos a su casa, como saben era el ático de un edificio muy nuevo, en el ascensor la cosa se siguió calentando más y antes de abrir la puerta ella me paró y me dijo que no hiciésemos ruido, que su compañera madrugaba mucho y con ojos pícaros me pidió que pasásemos en silencio a su habitación. Así lo hicimos, entramos en su habitación en completo silencio, de la casa sólo recuerdo que en salón había restos de una bandeja con comida, y lo siguiente es la imagen de ella rodando por la cama y yo siguiéndola. Hicimos el amor, supongo que sin demasiada técnica, el típico calentón contenido con un montón de copas encima, y me quedé dormido. Todo lo demás lo conocen mejor que yo, yo no conozco a la chica muerta, no se quien es, les aseguro que a pesar de lo ustedes digan, yo no me he acostado con ella, nunca la había visto antes y por supuesto no la he matado…”
“Que cómo explico estar allí, ya se lo he dicho, Laura me abrió con sus llaves, pero no la Laura que está muerta, era otra, yo a esta Laura no la he visto nunca, son parecidas porque son las dos morenas, pero no es la misma persona. Me he levantado esta mañana con una señora gritando y llorando con un teléfono en la mano y la policía al otro lado, un fiambre en la habitación contigua y un dolor de cabeza de resaca que no me dejaba ni abrir los ojos. Cuando me he querido dar cuenta estaba aquí como acusado de estrangular a una tía que no he visto en mi vida. Eso es todo.”
– ¿De verdad has pensado sólo por un momento que nos vamos a creer esa historia? Vuelve a empezar otra vez desde el principio.