Yo tengo por costumbre saludar cuando llego, pero ni caso. Siempre que llego me encuentro con más de lo mismo. No hay vuelta que darle, parece que me esperaran. Dejo la carpeta sobre el aparador y ya están peleando. Él la insulta a gritos como siempre, ella llora y se achica, porque cada vez que pelean ella se achica, se contrae hasta cambiar de tamaño, como si se hiciera pequeña, muy pequeña, y entonces se le caen las cosas de las manos. Los platos sobre todo arman un ruido infernal, y padre grita aún con más y más fuerza hasta que llega la vecina y pregunta si pasa algo, y padre le dice que qué le importa a ella lo que pase, pero ya se callan. Entonces voy a la heladera, siempre me da leche, me la tomo de un trago y ella sonriendo me dice que me voy a atragantar. Después pienso en madre, y me vuelvo corriendo pero ya cuando llego madre está hecha un ovillo sentada en su butaca de anea, llorando y llorando, y padre vencido en su silla de ruedas, no queda ni un sorbo en la botella. Luego cuando padre se encuentra mejor madre va y le echa la bronca pero sin malicia, porque madre no tiene malicia, y lo quiere. Yo sé que lo quiere.
—Pepe, la niña, los vecinos, te juro que en cuanto estés mejor me marcho, ¡por éstas que me marcho—le dice, llevándose la mano derecha hasta los labios con los dedos índice y el pulgar cruzados para besarlos.
Siempre la escucho decir lo mismo, pero no creo que pueda ponerse mejor nunca, y tampoco que madre lo deje aunque mejore. No, no lo creo.
Qué buenos tiempos antes, con padre correteando mercadería. Padre era calero y vendía cal viva por las calles con un burro, Carbonero, así le puso por nombre, porque era más negro que el carbón, por eso, solía decirme. Yo, siempre que podía, lo acompañaba, y cómo vendía. Hay que ver los pedidos que tenía, porque en aquel tiempo todas las casas eran blancas, encaladas con cal viva y olían a limpio, no como ahora…
Sí, por aquel entonces madre estaba muy contenta, nos esperaba con la comida puesta sobre la mesa y todo muy ordenadito. No teníamos que alquilar un piso, como ahora, la casita del pueblo estaba muy bien, hasta tenía un pequeño jardín en el que padre sembraba tomates y pimientos, más por distracción que por otra cosa.
Una tarde terrible nos avisaron, corrimos al hospital, papá estaba grave. El doctor dijo que era muy difícil la recuperación, «no volverá a caminar» nos dijeron, y suerte que iba a lomos de Carbonero, que fue el que sufrió el golpe mayor, si no el coche le hubiese pasado por encima y no lo hubiese contado, como le ocurrió a Carbonero. Padre se mostró muy fuerte, pero eso fue al principio, ahora ya no, siempre anda discutiendo con madre aunque ella no tiene culpa, sobre todo cuando vacía la botella, así que prefiero irme, pero no lejos, me quedo cerca, en el piso de al lado, donde vive Irene, la modista. Siempre voy a estudiar ahí, se está tranquilo y me invita con algo para comer, yo le pago llevándole la ropa a los clientes y haciéndole cuatro recados.
Pero cada casa es un mundo, o un infierno… Irene, la modista, también tiene lo suyo, el hijo es como padre, chupa igual y más cosas. Mi padre dice que lo hace porque sí, o para olvidar, o porque madre es así, una tal y una cual. La verdad es que hay días que no se aclara y no sabe lo que dice, pero yo no sé cómo es madre, yo soy chica y nadie trabaja y qué sé yo más. En cambio, el hijo de Irene abandonó la facultad y ella lo mantiene. Cuando se le termina el dinero viene, le mete un escándalo, todavía más grande que los de padre, y luego se va, pero después de haber montado el florete y más cosas, porque a otro día Irene está toda llena de moratones, y dice que se resbaló en el cuarto de baño aunque nadie la crea, porque nadie la cree. Por eso no me gusta el hijo de Irene. ¡Pobre Irene! Lo de mamá es más pasable, ella nunca trabajó porque el abuelo tiene dinero y no la dejó, y luego, ya de casada, trabajaba padre, y tampoco la dejó, por eso madre es débil y padre le grita.
Por todo es que yo no tengo que dejar la escuela, para ser de mayor maestra, y ganar dinero, y que no me pase lo que a madre. Quiero seguir estudiando así fuese de noche, aunque madre me dice que en cuanto tenga la edad estoy trabajando y no perdiendo el tiempo con los libros debajo del brazo, pero eso me lo dice cuando está enfadada, en el fondo sé que quiere que estudie para que no me pase lo que a ella. En la escuela tengo un compañero que tiene un hermana que estudia de noche en el instituto y luego quiere ir a la facultad, quiere ser doctora, y son más pobres que una chabola, como nosotros ahora…
Después padre se vino abajo y perdimos todo, y. Madre decidió que en la ciudad podría encontrar algún trabajo, fregando escaleras o limpiando o donde quiera que sea, decía, así que nos vinimos, pero no sé en qué trabaja porque yo soy chica y padre sólo la insulta como si madre tuviera la culpa de todo. Cuando madre sale, al regreso, trae pizza y hasta algunos dulces, lo malo es que trae también vino, porque padre se empeña, y luego se empeña también en verle el fondo a la botella. Sé que le hace mal, y dice tonterías y palabrotas, y madre se enoja, entonces padre la amenaza y le dice que qué trabajo es ése que tiene que se va cuando quiere y a las horas más disparatadas, y que me lo va a contar todo a mí, a la niña, dice, entonces vuelta a pelear y a decir esas cosas terribles en las que no creen, pero que las dicen y me hacen sufrir mucho.
Cuando padre está durmiendo o madre no está, no discuten, es otra cosa. Hago té, o voy a comprar unos pastelillos, y madre, mientras padre ronca, me ayuda con los deberes, entonces me doy cuenta que no pueden estar juntos, no sé lo que les pasa.
Antes, la abuela venía a casa todos los domingos, pero ahora no quiere venir, no la comprendo porque soy chica, me dice. Más de mil veces me ha dicho que no lo piense más, que deje de darle vueltas y me mude a su casa, pero ella no entiende que ahora no puedo, tengo que cuidar de ellos, no los puedo dejar solos.
Hace poco a padre le tiré al fregadero todo el vino de una botella que madre tenía escondida, porque madre siempre esconde una botella de repuesto por si padre se pone penoso, eso dice madre, pero la verdad es que se pone como loco, y entonces madre va, la saca de su escondite para dársela y ya se tranquiliza. Aquel día tuve que salir de la habitación más que a la carrera, si padre hubiese podido agarrarme me mata, juro que me mata, pero se tuvo que conformar con el cinto de su legua, que también duele aunque no salgan los moratones como le ocurre a Irene.
Suerte que madre no toma, y sale, y trae algo de alimento. El abuelo y la abuela insisten en que esta casa no es lugar para mí, que ellos pueden mantenerme hasta que me case, que no me hará falta trabajar, que ellos se ocuparán de mí, puesto que soy la única salvable de la familia, pero que tengo que dejar los estudios, que tengo demasiados pájaros en la cabeza, y que no hay mejor estudio para una mujer que el saber fregar, cocinar, planchar y algo de costura. Pero creo que si dejo la escuela ahora, justo cuando termino la primaria, estoy lista, y yo quiero terminar y empezar bachillerato y luego ser maestra de escuela. Sí, los abuelos dicen que tienen dinero, el suficiente para que viva con ellos, y para casarme bien casada, como con madre lo hicieron, que lo del accidente fue una pena y todo se torció. Pero para su hija y para padre nada, y yo no puedo consentirlo. Pienso que es injusto. No, yo no puedo dejarlos solos, si lo hago y cualquier día quedan sin control… ¡No quiero ni pensarlo!
Sí, es por eso, sólo por eso, que no puedo dejarlos solos.