No se recordaba verano así desde hacía décadas. La voz en “off” del Servicio Nacional de Meteorología había anunciado altas temperaturas en el noticiero de la noche anterior. Esta vez no se había equivocado. El sol caía a plomo en una de esas tardes en las que el asfalto parecía derretirse con el calor.
Iba vestido para la ocasión, de riguroso negro. Incluso había adornado la cabeza con una gorra de larga visera y mismo color al objeto de paliar el efecto de los potentes rayos del sol. Las manillas del reloj marcaban las cinco de la tarde de un día cualquiera del mes de julio.
Había pasado un año desde la última vez que tuve que hacer un trabajo de este tipo. Doce meses durante los cuales no cogí arma alguna en las manos, sin embargo no podía fallar. Era mi reputación la que estaba en juego, y eso exigía el máximo esfuerzo.
Resulta difícil recordar desde cuando me dedico a estos menesteres, pero la eficacia de la que hice gala tiempo atrás dio lugar a la creación de una cierta fama; fama, que se vio incrementada por los buenos resultados obtenidos con seguridad y rapidez.
No está bien que yo lo diga, pero los trabajos anteriores fueron ejecutados con una precisión matemática y el mismo resultado final: Objetivo abatido.
Ahora había llegado el momento de demostrar, nuevamente, por qué seguía siendo el número uno.
Inconscientemente observé los alrededores efectuando la valoración y composición del lugar, fijándome en todos los pormenores posibles del terreno en el que me estaba moviendo. Detalles que normalmente pasan desapercibidos para quien no está acostumbrado a observar. Entre ellos, la velocidad del viento y su procedencia. Datos básicos que tendría que aplicar para la buena realización de la misión.
Al finalizar la inspección ocular una gruesa gota de sudor resbaló por mi sien. No sé si debido al calor, o a la tensión que estaba soportando.
Como en otras ocasiones respiré profundamente, templé los nervios, y moví las manos para desentumecerlas. No podía permitir un error en el disparo, me jugaba demasiado.
Algunos decían de mí que era un buen tirador. Un tirador de élite. No sé por qué, para mí, dar en el blanco elegido, era de lo más normal.
Cuando era joven me había acostumbrado a disparar, tanto sobre blancos fijos como móviles. Primero con la escopeta de balines que me habían regalado por mi cumpleaños, después con la carabina de doce tiros con la que practicaba el tiro al plato, luego, distintos tipos de… Bueno, ya saben.
Caminé por la calle central, rodeado de gente desconocida que no tenía ni la más remota idea de lo que estaba a punto de acontecer, sin embargo, la soledad se apoderó de mí. Dentro de poco estaría en situación, el mundo que me rodeaba desaparecería, y solo quedaríamos… el objetivo y yo, nadie más.
Según dicen, en alguna ocasión he podido comprobarlo, el momento de fijar el objetivo en el punto de mira, poner el dedo en el guardamontes, dejar la mente en blanco durante unos segundos para no pensar en otra cosa, aguantar la respiración, y disparar con precisión sabiendo de antemano que no vas a fallar, se asemeja a uno de los mayores placeres de esta vida. La adrenalina se precipita segundos antes del momento final, entonces ya no se puede parar, por eso es tan importante permanecer tranquilo, confiando en la habilidad y seguridad adquirida después de tantas horas de entrenamiento.
El puesto de tirador estaba cada vez más cerca. Deteniéndome unos segundos eche un vistazo disimulado a mí alrededor, no quería tener sorpresas de última hora. Una vez comprobado que todo estaba correcto, reanudé el camino.
Un ligero temblor de manos indicó que seguía inquieto. La situación no era fácil, y no era la primera vez que pasaba por lo mismo, pero no podía dejar que me afectase, era primordial mantener la concentración y no desviar la atención bajo circunstancia alguna. Fallar era impensable, un lujo que no me podía permitir.
– ¡Será como siempre! – me dije intentando quitar importancia a este hecho – No hay por qué preocuparse. Después dejaré el arma en el mismo sitio. Otros se encargarán de recogerla. A continuación saldré de allí perdido entre la multitud. Nadie podrá fijarse en mí.
Faltaban pocos metros para llegar. Aún estaba a tiempo de arrepentirme.
Podía dar media vuelta y poner cualquier excusa que disculpara mi negativa a ese disparo, sin embargo no era esa una actitud propia de mí. Cabía la posibilidad de encontrar alguna que otra protesta por no cumplir el trato, cosa que solucionaría alegando circunstancias adversas; pero no, estaba allí para cumplir con el compromiso, y eso haría.
Llegué al puesto de tirador. Previamente alguien, un desconocido, había dejado el arma en su sitio. Consulté el reloj una vez más, faltaba poco para la hora fijada.
Eché un último vistazo al entorno, y acto seguido centré la atención en la distancia que me separaba del blanco.
-El objetivo aparecerá por la derecha – murmuré – lo tendré solo unos segundos a mi alcance. Tengo que usar toda la destreza posible para que no se escape. Si no soy lo suficientemente rápido perderé la oportunidad.
Estaba acostumbrado a este tipo de cosas, y confiaba en cumplir la misión lo mejor posible viendo caer el blanco después de recibir el impacto de lleno.
-¡Es el momento!
Cogí el arma, y abriendo la recámara introduje el proyectil con parsimonia. No habría tiempo de efectuar un segundo disparo. La verdad es que ni siquiera contemplé esa posibilidad, siempre había confiado en mi precisión al disparar, y esta vez no sería distinto.
– El objetivo, en el hipotético caso de no ser abatido, desaparecerá inmediatamente del campo de visión. No puedo fallar.
Confiando en mi pericia y habilidad, continué con el ritual al que me había acostumbrado cada vez que tenía que realizar un trabajo así.
Eché la visera hacia atrás, para poder apuntar mejor y poner el objetivo en el punto de mira sin que nada entorpeciera la visión, e hice una aproximación de distancia para fijar el alza del arma.
Cuando todo estuvo preparado dejé el rifle a un lado. Por enésima vez volví a consultar el reloj. El tiempo había pasado más deprisa de lo esperado.
Nuevamente tome el arma en las manos, rectifiqué la posición, y encarando la misma apunté al lugar por donde debía aparecer el blanco.
-¡Ya falta poco! – exclamé con voz apenas audible – ¡Vamos!¡Vamos!
-¡Maldito calor! – pensé mientras una nueva gota de sudor resbalaba por mi cara.
Había llegado la hora. No había marcha atrás.
Todos los músculos del cuerpo se tensaron en espera del momento justo de apretar el gatillo. El objetivo estaba a punto de aparecer.
Aguanté la respiración y…
-¡Plop! – sonó ahogadamente el disparo.
Antes de levantar la cara del arma estuve seguro del resultado. ¡Lo había conseguido!
Puse una mueca de satisfacción por haber cumplido bien con el trabajo. Separé el arma y la dejé rápidamente en el mismo sitio donde la había cogido. Después puse la visera en su sitio y esperé unos segundos por si había reacción de algún tipo.
Sin apartar la vista del lugar de impacto, como si estuviera hipnotizado, oí una voz gutural que decía…
-¡Excelente disparo, señor! es usted un buen tirador. Aquí tiene el osito de peluche de premio.
Agarré el oso con gran satisfacción, y esbozando una sonrisa de oreja a oreja me gire hacia mi hijo de diez años.
-Aquí tienes lo prometido.
Cogió el oso entre sus brazos, y poniendo cara de admiración, preguntó…
-¡Papá! ¿Cuándo sea mayor podré disparar como tú?
Asintiendo con la cabeza le tomé de la mano y nos alejamos de la barraca de feria, sabiendo que el objetivo estaba verdaderamente cumplido.
Solté el aire contenido en los pulmones, relajé los músculos, y sonreí en mi interior mientras pensaba….
El año que viene volveré a convertirme en un nuevo Tirador de Élite, mientras tanto…