Comenzó otra vez mi rito cotidiano: me levanté a las siete y media, practiqué la gimnasia obligatoria que me permite mantener a raya la comba del abdomen, tomé el desayuno y luego me enfrasqué en la realidad de ayer del periódico local.
La historia que leí era un producto de la fantasía de un buen escritor de
cuentos. Sería una copia de la literatura o dos vidas que se prestaban al juego de las coincidencias como un acto del destino para que yo, escritor
y creador precisamente de historias fantásticas, me sienta plagiado nada
menos que por la crónica cotidiana?
Transcribo la nota textual:
» Las dos Marianas existen en realidad. Veintiún anos vivieron sin saber una de la otra. No solamente llevan el mismo nombre y apellido y nacieron el mismo día sino que tienen la misma edad.
Pero eso no es todo: las dos son rubias, se visten a menudo de negro y
viven con sus madres. Ambos padres viven en Berlín.
La única diferencia: La Mariana que vive en Maguncia tiene como segundo
nombre María, la otra Catarina.
A las dos jóvenes se les otorgó el mismo número de seguro social. Un
error a través del cual pudieron conocerse. Ambas fueron invitadas por
el Juzgado de Wiesbaden: una como culpable, la otra como testigo.
La oficina de colocación de esa ciudad había notado precisamente que
Mariana (Catarina) a comienzos de 1989 obtuvo dinero público por estar
desocupada y al mismo tiempo la empresa donde estaba trabajando Ma-
riana (María) giraba las sumas correspondientes a su descuento jubilato-
rio. Que se trataba de diferentes personas no lo notó ningún empleado
ocupado del asunto.
Tampoco tuvieron en cuenta que el segundo nombre no coincidía.
Para la oficina de colocación había una única explicación: dolo.
En noviembre llegó la orden de pago. Mariana Catarina tenía que pagar
dos mil marcos en concepto de devolución del dinero que recibió por estar
desocupada.
Èsta llamó a su presunto lugar de empleo donde le aseguraron: «Seguro,
usted trabajó un tiempo aquí.»
El próximo paso fue ir a la policía. Con su ayuda descubrió Catarina que
en Maguncia tenía una doble, lo que comunicó a la oficina de colocación.
A pesar de ello llegó medio ano después la cita para el juicio.
Entre tanto está segura que ha conseguido la testigo apropiada para el
caso: Mariana, la de Maguncia.
«La llamé por teléfono, explica Mariana C. y le pedí: «No cuelge, aquí le
habla Mariana Roos y quiero hablar con Mariana Roos.»
Mariana M. no lo encontró muy divenrtido entonces. «De pronto existía
por duplicado»
Hoy ríen las dos sobre el motivo de su acercamiento.
El juez interrumpió el proceso y la causa quedó terminada.
Las jóvenes prometieron visitarse a menudo e incluso se propusieron
festejar juntas el próximo cumpleanos.»
La historia me permitió conseguir la dirección y el número telefónico de
ambas Marianas.
Con Mariana C. tengo una cita para este fin de semana. Nos encontramos
«casualmente» a la salida de la casa de departamentos donde vive y co-
mo en el diario publicaron también su foto no me fue difícil identificarla.
Con la otra Mariana, a la cual también conocí «casualmente» planeamos
ya las próximas vacaciones en Mallorca.
Nunca he sido un Casanova. La causa de mi intervención es una especie
de celo y curiosidad profesional. La historia tan bien urdida por la realidad
necesita completarse con este agregado de escritor que exige una pro-
longación de sus fantasías, al tiempo que me permite el ingreso al mundo
de mis tramas intencionales.
Bad Kreuznach, 8 de marzo de 2006