Era un buen ejemplar de raza superior: rubio, ojos celestes, robusta constitución, bien proporcionado, inteligente. Tenía un único problema para lograr la perfección deseada: un miedo irracional hacia las multitudes le hacía imposible llegar al poder que estaba seguro merecía.
Se había doctorado en Ciencias Políticas a pesar de sus aptitudes artísticas. Su participación en la actividad política sólo le había permitido llegar a secretario gene-
ral de un partido minoritario de escasas posibilidades para llegar al parlamento.
Se sentía a veces prisionero de su cuerpo como si existiese un desfasaje entre su ansia de poder y su sistema vegetativo que hacía valer su autonomía. Poco a po-
co se iba produciendo en él una escisión entre el mundo de sus suenos y la realidad que lo rodeaba.
Desalentado por su fracaso en la política intentó nuevamente conectarse con la pintura como en su adolescencia. Se inscribió en una escuela de Arte. Tenía una
mano firme para el dibujo y gran intuición para la mezcla de tonos. Le faltaba encontrar un estilo que le permitiera interesar al mundillo del arte.
Pasaron dos anos después de su preparación académica hasta que consiguió con empeno que técnica, estilo y motivos le abrieran las puertas de los centros ar-
tísticos internacionales.
Paulatinamente la política fue desapareciendo de su vida, no así su temor. Hasta que un amigo íntimo le habló de un conocido parapsicólogo que podría curarle
mediante una regresión a vidas pasadas, si tenía la seguridad de que no se trataba de un problema originado en esta encarnación el que le provocaba ese mie-
do irracional que lo obligaba a vivir recluido y sin poder disfrutar de sus éxitos actuales.
Aprovechando una exposición en Munich pidió ser recibido por el senor von Klier. Éste le dio una cita para esa misma semana. Puntual se presentó tímidamente y le contó sus dificultades.
El senor von Klier le explicó: «La técnica que uso en las regresiones lleva su tiempo. Por lo menos deberá concurrir a mi consultorio durante dos semanas hasta que
pueda conseguir las primeras imágenes, completamente caóticas al comienzo y luego, si tenemos suerte, porque un diez por ciento de los pacientes no alcanzan
a sumirse en el estado de trance necesario, quiero ser honesto con usted, entonces, sólo entonces tendrá una visión clara de la causa pasada que origina sus
males actuales.»
Preguntó lleno de confusión y un poco avergonzado por tener que recurrir a métodos tan poco ortodoxos y de los cuales íntimamente desconfiaba: «Sólo conocien-
do la causa podré liberarme de mis miedos?»
«Seguramente-continuó von Klier-su mal tiene que ver con la ley de compensación. Oyó hablar de ella? En forma sencilla significa: recogerás lo que siembras. Las
acciones del pasado influyen en nuestra conducta actual. Cuando en el pasado se ha hecho mal uso del poder, por ejemplo, tendremos una vida presente con di-
ficultades para alcanzar poder o practicarlo. Me entiende?»
«Creo que sí. Pero no puede ocurrir que en lugar de liberarme de mis temores estos se empeoren?»
«En todos los casos que he tratado lo peor que puede pasar es que no ocurra nada, pero que sus miedos empeoren es poco probable. Quiere comenzar esta mis-
ma semana?, prosiguió, puede venir el miércoles a las nueve de la manana.
El lunes y el martes se dedicó a recorrer la ciudad. Llegó al mercado de vituallas donde se ofrecía un festival a cargo de los trabajadores extranjeros. La gente allí reunida formaba una masa compacta y muy colorida. Brillaba el sol y todos estaban muy animados. Llegó hasta el borde del abismo, allí donde se encontraba el límite del grupo. Un sentimiento incontrolable comenzó a subir hasta su garganta, manifestándose en su cuerpo haciéndole temblar las piernas.
Se alejó tan pronto como pudo. Se apoyó en un castano y vomitó lo que había desayunado esa manana.
Este enfrentamiento con la multitud reforzó su debilitado deseo de ponerse en manos de von Klier, convencido de que éste sólo usaba trucos para ganar dinero.
El miércoles llegó puntual al lugar donde debía comenzar el tratamiento. Era una gran sala sin muebles donde se realizaba también terapia grupal. Allí, acostado
sobre una manta, comenzó a realizar ejercicios de relajación y respiración.
Después de una hora y media salió de allí como adormilado. Había tenido la sensación de no pertenecer a ese cuerpo, de ser independiente y libre sólo por un
par de minutos.
El jueves se repitió la sesión con el agregado de música para la relajación final. Por un momento creyó percibir colores. Se lo hizo saber a von Klier y éste le res-
pondió que era buena senal. Podía concentrarse en un color y mantenerlo en la consciencia.
El lunes se produjeron las primeras imágenes. Eran tanques de guerra acompanados de sonidos de aviones-caza.
Una sensación de derrota lo acompanó el resto del día.
El miércoles siguiente se encontró, después de la relajación y todavía con los ojos cerrados, delante de un oscuro muro sobre el que habían pintado con pintura
amarilla la estrella de David y la palabra «Jude».
Su sentimiento en esta ocasión fue de odio incontrolable y su mente se llenó de imágenes caóticas que no le fue posible traducir con palabras.
El viernes de la segunda semana trató de fijar su atención en el color marrón que siempre aparecía después que cerraba los ojos y comenzó a respirar con largas
pausas mientras todos los músculos de su cuerpo iban cayendo en el más absoluto reposo.
Sobre el marrón inicial surgieron los colores alemanes y en el centro se proyectó la esvástiva, mientras su rostro fue transformándose perceptiblemente en otro
rostro de notoria popularidad.
Abrió los ojos y encontró al senor von Klier en posición de firme a su lado, el brazo extendido, mientras lo saludaba como era su deber:
Heil, Hitler!
(Perdón, no tengo tilde ni signos de pregunta espanoles.)