Desde luego hay que ver el buen gusto de estos ingleses para decorar los pubs. Bueno, más bien habría que decir “británicos” porque lo cierto es que yo me encontraba en Escocia. De vez en cuando yo hacía “mis vacaciones mentales”. (más…)
Era una tarde de Febrero. Yo estaba allí, en el escaparate de la tienda de un aeropuerto, una duty-free dicen que se llama. Estaba, como decía, junto a otros amigos de otros colores, como imitación de la diversa realidad de este mundo; pero me eligieron a mí, un osito de peluche blanco y negro. (más…)
-La verdad, señor comisario, desde que cumplió los noventa años, mi hermano ya no es el mismo. Si usted me lo permite, ahora que tengo un momento de respiro, quizá pueda expresar con claridad lo que ha pasado. (más…)
Era estrecha la calle, la mugrienta farola de luz pajiza daba impresión de que necesitaba higiene en sus fachadas. Allá por la mitad, por donde más se ponía cuesta arriba una gran puerta con miles de capas de pinturas y cientos de desconchones, hacían obligatoria la mirada al interior del que manaba un olor a suciedad añeja y a miseria. (más…)
¡Dios mío! ¡Estoy de parto!No era una expresión de felicidad, como podría suponerse. Era una expresión de miedo, de angustia. El momento que desde hace unos meses esperaba, ya había llegado y, sin embargo, estaba sola. (más…)
Lágrimas inundaron mis ojos y te abracé sabiendo que a partir de entonces, podría hacerlo siempre.Sentada en un banco con mi billete en la mano, bajo la luz cálida del mediodía que lo envolvía todo, ansiaba el momento de subir al tren. Estaba nerviosa, como si de ese viaje dependiera mi futuro, o al menos, alguna parte importante de mi vida.
Estamos tan acostumbrados a existir que los hechos más sorprendentes de la vida nos pasan desapercibidos. Sólo si nos paramos a contemplar y reposamos la vista sobre lo usual podremos percatarnos de que eso que llamamos rutina tiene poco de repetición, y mucho de recreación.
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San Francisco, a 26 de Septiembre de 1962
Querida soledad:
En unas horas todo habrá acabado. Saldré de esta oscura y deprimente celda para no entrar jamás.
Caminando por la galería, mis pasos irán al compás de mi corazón, cada vez más y más lentos y dolorosos. La galería estará vacía y silenciosa. El silencio se verá roto por mis pasos sumergidos en una gran tristeza. Sin duda, cada paso dado me susurrará al oído la palabra muerte.
Ésta es una historia que ocurrió, quizás, en alguna ciudad de un mundo sin nombre. Allí vivía un joven silencioso, de grave expresión y complexión ausente. Era estudiante, en una universidad de faz descolorida.
Un día como cualquier otro caminaba nuestro estudiante hacia ella. El día era gris y amenazaba lluvia. Hacía frío. El joven se dio cuenta de que no tenía donde apuntar las lecciones de sus maestros. Era demasiado tímido para pedir a sus compañeros que le dejaran algún folio, así que se acercó hasta una papelería.
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La Sierra de Madrid. Un chalet rústico incrustado en una ladera. Cinco de la tarde.
Mila y Nacho sólo tienen datos imprecisos sobre la ubicación de la casa del viejo Sebas. No es viejo —cincuenta y pocos—, pero la soledad del retiro voluntario le ha agriado el carácter, exagerado las arrugas y encanecido el pelo.
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