Imágenes y símbolos en la poesía de M.H. Por Pablo Romero Velasco

La densidad de la imaginería de Miguel Hernández es altísima, y, al igual que su evolución poética, cambia y evoluciona constantemente a lo largo de sus libros, y en cada uno de ellos vemos un símbolo que predomina sobre los otros. En este trabajo haremos un breve recorrido por las imágenes de su poesía y analizaremos la presencia y significado de estos símbolos en cuatro etapas diferentes: en Perito en Lunas, en El Rayo que no Cesa, en su poesía de guerra (Vientos del Pueblo y El Hombre Acecha) y en su último libro, Cancionero y Romancero de Ausencias.

Perito en lunas y el rayo que no cesa

En el caso de Perito en Lunas el título habla por sí sólo: en efecto, el eje principal de todo el libro es la luna. Si en los poemas anteriores a la publicación de este libro la luna no era más que un escenario, una ambientación, aquí se convierte en la protagonista absoluta: no sólo aparece continuamente como imagen (“la hora es de mi luna menos cuarto”; “pon a la luna un tirabuzón”; “contra nocturna luna, agua pajiza”), sino que está presente aun cuando no se la nombra explícitamente: la mayoría de los poemas cantan a objetos redondos o blanquecinos que recuerdan al astro (el pozo, la granada, la gota de agua, el retrete, la noria…) sino que hay algunos críticos que opinan que la forma métrica elegida, la octava real, no es sino por su aparente forma redonda y completa. Se nos revela entonces, como indica el nombre del poemario, un auténtico experto en el astro, un perito en lunas. Asimismo, además de motivo estético, en algunos poemas recibe también un significado profundo: la luna representa la proyección de los sueños del autor. Lo vemos en este poema claramente:

HORNO Y LUNA

Hay un constante estío de ceniza

Para curtir la luna d ela era,

Más que aquélla caliente que aquél ira

Y más, si menos, oro, duradera.

Una imposible y otra alcanzadiza,

¿hacia cuál de las dos haré carrera?

Oh tú, perito en lunas, que yo sepa

Qué luna tiene mejor sabor y cepa.

Esta octava justifica la presencia de la luna en todos los poemas anteriores: la luna iluminando siempre al campo simboliza su situación de pastor rodeado de cabras y monte y a la misma vez apasionado por la poesía; describe su sueño de alcanzar la luna a pesar de sus orígenes campesinos.

En El rayo que no cesa el elemento principal es, obviamente, el rayo. Éste simboliza la furia del sentimiento amoroso que impregna todo el libro. El amor al que está condenado el poeta le causa un sufrimiento feroz que está representado por el relámpago y un séquito de imágenes igual de evocadoras de esa agitación: cuchillos, fraguas, cóleras, espadas, etc. Esto se ve muy bien en el siguiente soneto, en el que he señalado las imágenes con más fuerza, las más desgarradoras y acordes con el sentimiento del autor:

¿No cesará este rayo que me habita

El corazón de exasperadas fieras

Y de fraguas coléricas y herreras

Donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita

De cultivar sus duras cabelleras

Como espadas y rígidas hogueras

Hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:

De mí mismo tomó su procedencia

Y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota

Y sobre mí dirige la insistencia

De sus lluviosos rayos destructores.

Otro símbolo muy importante en su poesía posterior es el toro. El poeta se identifica completamente con él en el sentido, por un lado, de estar destinado al dolor y al sufrimiento, y por otro, que a pesar de este dolor siga embistiendo con bravura. Miguel Hernández hace explícita esta identificación en este soneto:

Como el toro he nacido para el luto

Y el dolor, como el toro estoy marcado

Por un hierro infernal en el costado

Y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto

Todo mi corazón desmesurado,

Y del rostro del beso enamorado,

Como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,

La lengua en corazón tengo bañada

Y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,

Y dejas mi deseo en una espada,

Como el toro burlado, como el toro.

Asimismo, el toro también representa muchas veces la muerte:

La muerte, toda llena de agujeros

Y cuernos de su mismo desenlace,

Bajo una piel de toro pisa y pace

Un luminoso prado de toreros.

Vientos de pueblo, El hombre acecha y romancero y cancionero de ausencias: renovación simbólica.

Debido a la situación histórica del momento en que se ve envuelto nuestro poeta, y la implicación que tiene en la política, a partir de Vientos del pueblo su poesía da un giro radical, pasando de una poesía intimista a una social y de guerra. Esto conlleva a una completa renovación del significado y valor de los símbolos ya existentes en sus poemas, y la aparición de algunos completamente nuevos.

En Vientos del Pueblo y El Hombre Acecha el tono es bravo y combativo, entusiasta. Miguel Hernández guarda la esperanza de que el pueblo podrá derrotar a los golpistas y les anima a luchar. Son muy abundantes los símbolos relacionados con la muerte: los ataúdes, los hoyos, las fosas (“sobre los ataúdes feroces en acecho,/sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa”) y con el esfuerzo físico de los que viven en los pueblos: el sudor, la sangre, los arados… (“Vuestra sangre, vuestra vida,/no la del explotador/que se enriqueció en la herida/generosa del sudor.”). También aparece un amplio bestiario dividido en tres grupos: por un lado, el león, el águila y el toro, representan la bravura y la valentía que Miguel Hernández promueve entre los soldados; por otro, los cuervos, cerdos, tiburones, alacranes, representando al enemigo; y por otro, el buey, símbolo de la mansedumbre de los que se someten al yugo de los enemigos y a los que Miguel Hernández quiere despertar:

VIENTOS DEL PUEBLO

Los bueyes mueren vestidos

De humildad y olor a cuadra:

Las águilas, los leones

Y los toros de arrogancia,

Y detrás de ellos, el cielo

Ni se enturbia ni se acaba.

EL HAMBRE

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,

Los que entienden la vida por un botín sangriento:

Como los tiburones, voracidad y diente,

Panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años de hambre han sido para el pobre sus años.

Sumaban para el otro su cantidad los panes.

Y el hambre alobadaza sus rapaces rebaños

De cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

El rayo también cobra un nuevo sentido en estos libros: si antes simbolizaba lo furioso del sufrimiento del poeta, sigue simbolizando la furia y el fervor, pero la del pueblo. Viene acompañado casi siempre de hachas, cuchillos, hoces, espadas, fusiles, e, incluso, de manos transformadas en garras, en definitiva, las armas con las que podía contar el pueblo llano, los campesinos:

SONREÍDME

Nubes tempestuosas de herramientas,

Para un cielo de manos vengativas

No es preciso. Ya relampaguean

Las hachas y las hoces con su metal crispado,

Ya truenan los martillos y los mazos

Sobre los pensamientos de los que nos han hecho

Burros de carga y bueyes de labor.

En la última etapa de su poesía, Cancionero y Romancero de Ausencias, Miguel Hernández está en la cárcel, esperando la muerte, y los republicanos han perdido la guerra. Los temas centrales de este poemario, póstumo, son la muerte, la derrota, y en oposición el amor que siente por su esposa y su hijo, que son los que le dan a nuestro poeta esperanzas de que la vida sigue. El tono, pues, se vuelve mucho menos exaltado y enérgico y más melancólico, derrotado, y lo mismo pasa con las imágenes: desaparecen los rayos, las hachas, los cuchillos, y las bestias para dejar paso a los símbolos de la derrota (los hoyos, la tierra, los cementerios) y las imágenes referentes a la esposa y a la paternidad como único consuelo del poeta: el vientre, el hijo, la esposa, la risa. Estos símbolos son los que inundan su último libro:

CANTAR

Es la casa un palomar

Y la cama un jazminero.

Las puertas de par en par

Y en el fondo el mundo entero.

El hijo, tu corazón

Madre que se ha engrandecido.

Dentro de la habitación

Todo lo que ha florecido.

El hijo te hace un jardín,

Y tú has hecho al hijo, esposa,

La habitación del jazmín,

El palomar de tu rosa.

Alrededor de tu piel

Ato y desato la mía.

Un mediodía de miel

Rezumas: un mediodía.

¿Quién en esta casa entró

Y la apartó del desierto?

Para que me acuerde yo,

Alguien que soy y ha muerto.

Viene la luz más redonda

A los almendros más blancos.

La vida, la luz se ahonda

Entre muertos y barrancos.

Venturoso es el futuro,

Como aquellos horizontes

De pórfido y mármol puro

Donde respiran los montes.

Arde la casa encendida

De besos y sombra amante.

No puede pasar la vida

Más honda y emocionante.

Desbordadamente sorda

La leche alumbra tus huesos.

Y la casa se desborda

Con ella, el hijo y los besos.

Tú, tu vientre caudaloso,

El hijo y el palomar.

Esposa, sobre tu esposo

Suenan los pasos del mar.

Y con este poema, que concentra toda esa nueva actitud, terminamos este recorrido. Han quedado en el tintero muchos símbolos e imágenes, pero hemos señalado aquí los que son más importantes y concentran la actitud y la poética del gran autor que fue Miguel Hernández.

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Un comentario

  1. Tienes un don para la escritura.
    Llegarás lejísimos.

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