Crónica de la entrega de premios 2013. Por Segismundo Fernández Tizón

Por en Oct 12, 2014 en Ganadores | 3 comentarios

Segismundo Fernández Tizón

Tercer Premio

Inma Pelegrín entregando el premio a Segismundo Fernández Tizón

Inma Pelegrín entregando el premio a Segismundo Fernández Tizón

 

  Nº26 – Quizá no te haya dicho. Por Ausencias

 

Se despertó sobresaltado. Esperaba, al abrir los ojos, encontrarse en aquella sala de mesas redondas, de mentes inquietas, de platos extraños pero exquisitos, de gentes extrañas pero cercanas.

Pero sólo lo recibió la noche. Los tonos oscuros lo rodearon agobiándolo, aprisionando su corazón con la dulce pero firme promesa de otro día rutinario. E, intentando luchar contra esa amarga sensación, trató de recordar.

Se vio en el autobús de ida, en la ilusión que se sobreponía al cansancio porque sabía que lo esperaban Titania y Oberon reencarnados en humanos; Mati y Antonio, una pareja especial, todo luz y amistad, que lo acompañaron en los primeros momentos hasta que apareció Impía rellenando los huecos de poesía y amistad que ya comenzaban a fluir por las calles de Murcia. En un momento, se unían en una mesa poetas, pintores, almas pensantes y, sobre todo, un joven que, sin saberlo, se hizo protagonista de la noche, repartiendo las risas que sólo las hadas reparten en el mundo de los humanos cuando todo es amistad.

Recuerda que ya esa noche le costó dejar pasar a Morfeo, y al día siguiente se fueron sucediendo paseos por la ciudad acompañado de una mujer todo poesía y fuerza, en su forma de escribir y en su forma de vivir. (Impía, nuestra gran amiga Amelia Chaves, fue una de esas personas que llegan para quedarse, y hacernos ver que todo esto vale la pena si se puede disfrutar de gente como ella.)

Y por fin… Morfeo aparece. La tarde del sábado, después del fatigoso viaje, la cena, los paseos, y ese amodorramiento que nos abraza insistente a la olímpica hora de la siesta, se convierte en un paréntesis en el que, para compensar lo intenso de lo vivido las últimas horas, morimos durante un corto espacio de tiempo, pero también intensamente. Tanto es así que ni las alarmas, ni los ruidos, hicieron que se despertase, y, sin embargo, un sonido ínfimo como el de un mensaje de recuerdo fue capaz de obrar el milagro. Se vistió a una velocidad que hubiera sorprendido al mismo Einstein, incluso tuvo tiempo de afeitarse de tal forma que creyó dejar la mitad de su barbilla por el camino… y la última pelea con un pantalón, de la que por supuesto, como mandan los cánones en estas circunstancias, salió no solo perdedor, sino humillado.

Pero todo tuvo arreglo… todo tiene siempre arreglo. Y bajó, como baja el buzo al fondo del mar a encontrarse con un barco majestuoso, imponente; aunque esta vez el Titanic estaba lleno de vida, y no se había hundido, sino que estaba a flote. Los pasajeros charlaban animados entre las mesas, la tripulación daba los últimos retoques para que el viaje fuese, como cada año, inolvidable.

Y ahí estaba la capitana del barco. Como el mismo mar, con una sonrisa de calma cubriendo la tempestad y las fuerzas desatadas del fondo marino. María Luisa hacía lo que mejor sabía hacer: ser el nexo de unión entre este mundo gris y perdido y el mundo al que nos escapamos cuando tenemos ocasión, en el que podemos ser cualquier cosa. Y ella era, en un segundo, un abrazo; en el siguiente, una palabra amable; y a tiempo completo, nuestra Luisa.

En sus marcas… listos… a cenar. Cada uno en su mesa, recordó a sus compañeros de refrigerio… y para todos ellos tuvo una sonrisa de memoria, y un secreto anhelo de volver a compartir momentos con ellos, ya fuese intentando descubrir cómo se habían construido las pirámides, o riendo al contemplar los famosos chupa-chups de queso de cabra y… bueno, lo que fuese aquello. No pudo evitar sonreír cuando le vino a la cabeza el instinto de tomar el paté de los mikados con el dedo, como «alguien» (para qué dar nombres, que luego todo se sabe) hizo sin querer.

Luces… Cámaras… ¡¡¡Acción!!! El turno de los premios… de los «otros» premios, puntualizó en su mente, pues todos aquellos momentos eran premios para él, cosas que durarían más que cualquier papel, metal o cristal que llevase el nombre del evento escrito en él. Algunos nervios, el sudor frío pero agradable de no saber qué decir en caso de tener que… ¡ssshhhh, silencio, que comienza!

Recuerda a Amelia subiendo a recoger el premio del público, nerviosa, como es ella, pero firme, como es ella. Unas palabras de agradecimiento espontáneas, y el orgullo de haber sido de los primeros que ha visto cómo este pájaro, este modesto gorrión (ups, ¿he dicho gorrión?) se ha convertido en su primer vuelo en un águila majestuosa que ahora comienza a ver el fruto de lo que deseaba brotar de dentro de sí. Fotos, alegría, y nombres de finalistas, él entre ellos. Un momento de miedo escénico, un estuche con un recuerdo de aquel mal trago en forma de tercer premio, luego dejar sitio para el segundo y merecido premio de Emilio Aparicio, otro compañero de armas.

Y de repente, allí estaba, como cada año, el Caballero Poeta, el amigo, el hermano Juan Ballester. Como bien recordó su hermana Ana, con una sonrisa de recuerdo, él hubiese dicho «¡vaya, hombre… para una vez que falto!»… Pero estuvo muy presente, con el recuerdo de sus poemas, de su paso por el hotel NH Amistad y por esa amistad que profesaba a los asistentes, y el amor incondicional a la poesía y a los relatos. Sintió un déjà vu al darse cuenta de que, recordando las lágrimas que ni pudo ni quiso evitar en ese momento, en memoria de su gran amigo, estaba de nuevo llorando de la emoción.

Reconciliación… qué hermosa palabra, y qué hermosamente presentada por dos hadas increíbles… la sonrisa eterna de Yolanda y la magia que (¡ohhh, ese Juanje, el hombre del año!) desprende Mati Morata. Laura, otro ser mitológico surgido del Mar de las Musas, recogió su premio con ese silencio humilde de los que verdaderamente aman la literatura. Y una mención especial reconcilió también (lo sigo diciendo… qué hermosa palabra) al inventor de historias y a su público, personificados por todos nosotros y el amigo Manuel Reyes. Mientras, los egipcios, los asirios, las pilas de la Antigüedad y otras historias se iban sucediendo en la mesa, mientras el hombre seguía todavía recordando al que siempre lo había acompañado y aquella noche mágica tampoco lo había dejado solo.

En narrativa, nuevos amigos pasaban ese placer entre amargo y dulce de recoger el reconocimiento a su valía. Ricardo Aller, Gervasio Alegría y la encantadora Cristina Cifuentes recibieron el premio a su labor magnífica de manos de Carme Riera. Y, para finalizar, un bello discurso, aunque triste, por la sensación de que una época se cerraba sin saber si tendría continuidad, pero que auguraba un merecido descanso para la persona que cargaba la mayor parte del peso de estos encuentros sobre sus ya cansados hombros…

En ese momento, hizo una pausa dramática para continuar recordando ―le encantaban esas pausas―, y lo que vino luego a su mente fueron conversaciones, recuerdos, promesas de seguir en contacto, gentes que había comenzado a apreciar sinceramente escribiendo en su pequeña libreta, su compañera de aventuras… y poco a poco, la gente que se iba quedando en el camino, y otros luchando porque la noche no los engullese sin haber apurado hasta el final la copa de la felicidad adquirida en aquel encuentro. Pero Morfeo, como su hermana mayor, la Parca, fue inflexible. Al final, algunos más rendidos a sus encantos que otros, todos fueron desvaneciéndose en la bruma.

Después de intentar dormir, y pasar toda la noche despertando como si algo quedase por hacer, llegó la mañan. Bajada al comedor, y el último momento bello del fin de semana, con la compañía de Elena, una persona a la que ya sin falso rubor llamaba AMIGA; Manuel, el gran Manuel; y la persona que hacía posible cada año la magia, María Luisa, el alma del evento, la madre que cuidaba año tras año de sus polluelos aprendices de escritores. Agradeció por lo bajo pero de corazón que Elena lo acompañase a la estación a despedirse, como un placebo que engañase al alma diciendo «no, no te vas todavía, aún quedan segundos… disfrútalos…».

Pero ahí estaba, de nuevo la estación de autobuses, con sus fauces abiertas y sus pequeños monstruos que lo querían llevar de nuevo ―a su pesar, reconoció― de vuelta a la realidad, a esa rutina que deseaba pasase tan rápida como el maravilloso día y medio que acababa de vivir.

Y se embarcó de nuevo en un viaje hacia la Nada, deseando que la Eternidad durase menos esta vez. Cerró los ojos y se dispuso a volver, mientras en la oscuridad, sólo entorpecida por sonidos de radios mal sintonizadas y voces al teléfono, seguía viendo, por suerte, las caras, los gestos de los que había dejado atrás tan levemente que todavía lo acompañarían en su viaje.

segismundo-fernandez-tizon

    3 Comentarios

  1. Así es él; capaz de hacerme reir hasta el llanto y emocionarme hasta las lagrimas. Sabes que te quiero a rabiar Segis!! Un abrazo enorme.

    impía

    12 octubre, 2014

  2. Esta crónica-narración-poema es de premio. Y el primero. Me has emocionado, Segis, y, aunque no compartí mesa contigo, me encantó conocerte y hablar contigo. Creo que escribimos como somos. Y la sensibilidad que hay en tus palabras, también está en tus ojos; y, por lo que dicen, en tus obras.

    Enhorabuena, eres grande.

    Gaia

    12 octubre, 2014

  3. Fui tu compañera en Poemas y, además, finalista contigo y tantos otros poetas de verdad: un honor. Después tuve la suerte de compartir mesa, estrado y esa foto entrañable con los brazos en alto y los bosones de Luisa recorriéndonos. Lo veo reflejado todo aquí, con tanto arte y ternura, que voy a guardarlo con cuidado, para que no se pierda entre las corrientes del río fugaz de mi memoria, ése que ocuparon Alytes y Bogardilla. Ahora es Cristina la que quiere seguir las acompasadas olas de tus versos. Enhorabuena, Segis.

    Alytes

    13 octubre, 2014

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