A la sombra del semáforo
Lunes.
Vas con tiempo a la oficina.
Subes, raudo, la ventana;
sus nudillos oscuros llaman.
Bajas la mirada, subes la música.
Luz verde, él se aparta
y metes primera.
Martes.
Vas andando a la oficina.
El BMW, en el taller.
Luz roja para peatones.
¿Qué tal?, te pregunta;
llevo prisa, respondes.
Viernes.
Caminas. Malditos mecánicos,
otra vez en pie
junto al semáforo.
Vas con tiempo,
el miércoles y el jueves
casi llegas tarde a la oficina.
Estás alegre,
mañana es sábado
e irás a la sierra en familia
o a jugar al pádel con Juan Luis.
Su palma oscura te saluda
con confianza.
Te habla, le hablas un rato,
te sonríe,
e incluso acabas enseñándole
las fotos de tus hijos.
Y él hace lo propio
con sus tres negritos lejanos.
Le preguntas por ellos
-vas con tiempo-, por cumplir.
Te cuenta su historia.
Palabra a palabra te estremece.
Te emociona. Lloras.
Y él, educado, como siempre,
te ofrece
el paquete de clínex
que el lunes
no quisiste comprar.