Vago y en penumbras
desde el hueco horroroso
del espejo
un rostro que hace tanto
ha muerto
balbucea todavía
insistente.
Morador condenado
a ese foso
a ese agrio manto
de cenizas
extraviado por momentos
en los extraños
vericuetos poco claros
que limitan
las escabrosas fronteras
del pasado.
Ese rostro
uno de los primeros
desde el cual
estos ojos que aún creían
escudriñaban
con desesperación el cielo
en busca del milagroso
privilegio
de un destello divino
en la respuesta
a la flaqueada humanidad
que en la plegaria
me manaba como sangre
por la herida.
Aquel rostro mío
que me mira
y que ahora reconozco
como ajeno
y como la vida
no es más que una ironía
hoy él me reconoce como propio.