Recuerdos de la Pampa
La planicie, herida por la vereda,
en religioso silencio;
la bicicleta, apoyada en la acacia,
que aguardaba;
el hogar luminoso y tranquilo,
respirando paz;
el mate a cualquier hora,
la “factura”, que mata el capricho,
el “Fernet”, que mata tristezas;
la ferretería, interminable,
donde había de todo,
incluso pájaros cantores
(¿querés un matesito, gallego?);
los “carros”, cada sábado, en fila,
recorriendo las calles del pueblo,
como una forma de distracción;
el inmenso árbol de la plaza;
las largas charlas sentados
a la puerta de José, en su “palacio”
(así llaman allí a la casa),
compartiendo bombilla;
el ternero añojo engordado
con yerba, trébol y maíz,
asado con su cuero,
de dulce sabor inmejorable;
el pueblo con cine más cercano
a tan solo una hora por carretera;
el adiós del enorme autobús
que en esas tierras llaman micro…
Allí conocí a una muchacha
decididamente relinda,
que en el jardín de su casa
me regalaba primaveras
junto al espejo de la pileta;
que cuando se hacía de noche
dejaba abierta la ventana
de su apacible pieza
para que la mullida cama
se le llenara de estrellas;
que no había demonio,
por muy poderoso que fuese,
que pudiera resistir
el calor de su sonrisa;
que cuando caminaba
por la interminable llanura,
el polvoriento camino
que no va a ninguna parte
pero lleva a todas las estancias
se volvía mullida alfombra
ante su femenino paso,
y los caballos la seguían,
aunque de lejos, discretamente,
por no incordiar su paz…
Para mi gozo hasta el fin,
yo conocí a una muchacha,
hermosa mujer de la Pampa,
madre por sobre todo,
que era tan buena de alma
que ignoraba que hubiera
otra manera de ser…
Hermosímo!! Este es uno de esos poemas que deleita; permite al lector visualizar esos detalles cálidos preñados de añoranza, de memoria.
Como el murmullo de un surtidor que brota dulce y fluye, así de melodioso me ha calado este poema, encandilada, por y desde esa Pampa y el alma poeta que la retrata.
Mi aplauso. Un abrazo.