La máscara es ya máscara de nada
Hace tres días que hablé con Panero.
Lo encontré en un pasillo blanco
donde un silencio seco y frío
engullía todo pensamiento.
Me dijo
que no soportaba la voz humana
pero que allí los gritos
no hacía falta taparlos
pues tenían algo
de furia infantil o llanto primitivo.
Juntos recordamos San Sebastián
como solo los locos
aprenden a recordar:
con la insistencia inoportuna de no saber
si alguna vez existió
o si ya fue
o todavía sigue.
Tenía los brazos curtidos
de tanto abrazar a la muerte
– de rodear amorosamente
a la muerte entre sus brazos –
y se rio con cierto orgullo
de mis tobillos torcidos
de mi carmín deshecho
de mi temor aún virgen.
“A veces la vida pasa demasiado”
y por primera vez supe explicarle
que hay oscuridades impenetrables
donde la palabra no acierta
a curar las heridas.
Tal vez por eso me miró con cierta ternura y
me rodeó amorosamente con sus brazos,
justo como se rodea al hijo
que está pronto por partir.
Poema triste y bello, ese tiempo, esa vida que pasa, silenciosa espera en el final, cansancio y pena, pero dejando un legado de ternura, en los últimos abrazos, antes de partir… Déjame darte también uno a ti, Soledad.
Estremecedor poema, Soledad. Has sabido transmitir la intensidad de ese encuentro con Panero. ¿La vida pasa o pesa demasiado? Inquietante ese abrazo final, que sabe a ternura y no da miedo, sino solo dolor. El dolor de la despedida de unos brazos curtidos y de una máscara de nada…
Erizante tu poema, Soledad.
Hola Soledad, celebro tu poema, esta bellamente escrito, y tiene algo muy particular: comunica pero no dice -es hermético-.
Todas las imágenes son justas en su carácter y en su forma; es un poema contundente.
Sólo se me ocurre añadir: «Hola Soledad, no me extraña tu presencia, casi siempre estas conmigo, te saluda un viejo amigo, que te encuentres uno más… hola soledad… hola soledad… hola soledaaa…
Suerte…