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171- La novia del tiempo. Por Indalina

            El hombre se quedó en aquella esquina por cien años viendo escapar el último tren con su billete de sabor a besos. Dejó marchar a la mujer que, a pesar del breve tiempo, fue la novia más antigua porque el amor se le quedó en su falda, intacto como la virtud de una virgen. Se quedó  doblegado, sin querer marcharse todavía,  esperó  un rato más a que la mujer volviera la vista y lo viera atado a su propia vida, cuando hacía unos instantes  le había susurrado  al oído: ‘qué linda estás hoy’ y, después, le hablaba del peso de sus años y de las piedras en sus bolsillos.  El hombre siente el calor de su mejilla y la rodea con la prudencia de un experto para mirarla a los ojos.

            -¿Quieres ser mi amante?  Te advierto que la mentira llega a convertirse en un pozo y corrompe todo lo que toca. No quiero esto para  ti, yo lo he vivido antes y te va consumiendo poco a poco hasta dejarte  hecho una piltrafa. No me atrevo a abrazarte más fuerte, porque este cuerpo hoy parece que me lo han prestado y no me obedece si te tengo cerca.

            La mujer escucha en silencio mientras fija la mirada en los ojos de él. Respira en un intento vano de encontrar una respuesta pero no hay palabras, guarda los besos que se le agolpan en su boca y se marcha. Cruza la calle y camina ligera en su sueño de caricias prohibidas: ella es una mujer casada que también lleva piedras en los bolsillos. La noche es un mar oscuro  que abandona a dos náufragos y los separa en esa calle, como dos caminos que  apenas se han  rozado.

            En su camino, la mujer escucha como un eco las palabras de él; esto dura dos años. La noche se hace extensa, no puede dormir con los pensamientos de que todo acaba -y eso acabaría. El pasillo debería ser más largo y desgastarse de una vez, vaciarse toda a medida que el sudor resbala por su cuerpo o quizá salvar el espacio que le separa de la esquina donde aguarda el náufrago, porque ella sabe que sigue allí.

            En la quietud de la casa todos duermen, los hijos que tuvo y los que no tuvo duermen, su marido duerme, quién sabe si ella también estuvo dormida hasta esa noche y ahora permanece en vela viajando hasta el recodo donde al otro lado de la calle  está él. Abriría la puerta y escaparía. Con el pomo frío entre sus manos pensó en detener el tiempo mientras su cara permanecía pegada  a la madera mordiéndose los labios, buscando  el sabor de la tarde en su boca. Retiró la mano de la puerta y la acercó a su mejilla, aún llevaba el calor de la otra mano que  había permanecido un momento enlazada a la suya.

            Decidió meterse en la cama junto a su marido, tratando de no despertarlo con ese infierno que recorría todo su cuerpo. Sin poder dormir, se debatió entre el aire caliente que  entraba por la ventana y el recuerdo del atardecer en la exposición de Picasso. Ella miraba el cuadro ‘La dríada’ como si el desnudo descompuesto y desequilibrado de la mujer fuera el suyo,  sentía cada pliegue anguloso de aquella figura femenina en su propio cuerpo. Y llegó él, con gesto adusto, la barba de tres días y los ojos tristes. Se acercó a ella y salieron del recinto sin decir una palabra. El hombre caminaba, agitado, sin esperarla.

            -No me atrevo a mirarte -dijo con voz rota-. Si no me hubieses hablado de amor…

            Ella acababa de sentir la tarde como el color y la textura de un melocotón que se le pegaba en la piel. La calle se abría en callejones más oscuros a medida que caminaban sin rumbo por la ciudad.

            -Soy fruta madura –susurró mientras encendía un cigarrillo-.No soy gran cosa -continuó  entre el humo que salía de su boca y la mirada que podía recogerse desde la acera.

            La mujer guardaba las palabras con prudencia, resignada a ese camino sin rumbo que traía el hijo que deseaba y que danzaba sobre su cabeza como un polizón en aquel barco que no podía atracar en puerto seguro. No quería ser  la novia de unas horas, pretendía ser la novia del tiempo, aquella que rompe ataduras y camina por sus sueños. Adivinó que ese hijo que pasaba como un pensamiento no traía una nueva vida para vivirla junto al hombre que apenas podía levantar la mirada del suelo.

            -¿Qué hacemos ahora? -y la pregunta sonó como si chocara con una enorme pared de circunstancias enlazadas de uno y otro lado; igual que ladrillos en una muralla. Siguieron caminando a grandes pasos, tratando de huir de la verdadera cuestión. Y las calles se sucedían desiertas con algún que otro transeúnte ajeno a los grandes interrogaciones que les embargaban. ¿Qué hacer? Y la pregunta rodaba como una pelota  delante de ellos. ¿Qué hacer? Después de un gran intervalo, él le dijo que ella debía ser fuerte por los dos. Y continuaron  mirándose los zapatos, golpeando la duda de un lado a otro sin atrever a mirarse a los ojos. La mujer suspiró mientras pensaba lo difícil que resulta plantar semillas en otoño cuando la primavera se queda tardía en los corazones.

            Al final de una calle se abría un pequeño jardín que los acogió.

            -Dime algo, lo que sea, no soporto esta inquietud.

            La mujer  ha inspirado el aire de la noche incipiente para disimular el miedo ante esta situación, que es nueva para ella. Debió haber previsto todas las cuestiones antes de dar aquel paso. Ahora era tarde.

            -¿Cómo es la relación con tu mujer? – preguntó algo cansada al recordar que alguien le había dicho que el amor era el sentimiento más egoísta que existe, y ella estaba haciendo alarde de su propio egoísmo.

            -Ella es la mujer de mi vida, de toda mi vida.

            Con esa afirmación notó un frío que le recorrió la espalda. Aquellas palabras la golpearon en el estomago sintiéndose pequeña. Después de 18 años de matrimonio existe algo más que el amor forjado día a día, existe la complicidad, la aceptación  mutua de los defectos encontrados en la convivencia, existe la costumbre de los tiempos. Si su relación fuera una persona tendría la mayoría de edad para ser independiente y caminar sola. Ella, con la mitad del tiempo casada, conocía bien todas las circunstancias y los periodos por los que atraviesa una relación.

            -Por favor, dime algo -insistió con la urgencia de captar una esperanza en sus palabras.

            -No sé qué decirte. Ni yo misma sé por qué estoy aquí  –miró al suelo una vez más y sin levantar los ojos emitió con un hilito de voz:

            -Tu lugar no está conmigo.

            -¿Y dónde está? -el hombre ahora le cogió la mano, lo que hacía todavía más difícil  contestar.

            Ella acudió a él en un intento de avistar un poco de luz, pero la noche se echó encima y no pudo cubrirse. Todo en un momento fue silencio y oscuridad, entre ellos el único puente estaba en sus manos entrelazadas.

            -¿Puedo besarte?- preguntó él.

            Y la mujer cerró los ojos, vislumbró uno de los lienzos de Picasso que había visto en la exposición titulado ‘La cita’, en el cual hay una mujer con falda roja y la cara emborronada por el beso del amante; aquella pareja en una exigua habitación de techo abuhardillado como el cuarto de una sirvienta que imagina arrojando el vestido por el piso y deshaciendo la escueta cama cubierta por una colcha amarillenta. Mientras el hombre la rodea con abrazo templado, ella sueña con el amor eterno en sus besos, se ha desnudado en aquel lienzo y su cuerpo aparece desdibujado en varios tonos de piel.

6 Comentarios a “171- La novia del tiempo. Por Indalina”

  1. Hóskar-Wild is back dice:

    Pura poesía en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo. Los amores prohibidos, los amores por horas… Son los eternos. Mucha suerte

  2. San dice:

    Relato lleno de poesia. Una forma muy bella de expresarte.
    Se lee con facilidad, porque adentras al lector desde el comienzo, en la historia.
    Te deseo mucha suerte.

  3. Greta M. dice:

    Los caminos del amor que a veces son complicados. Me gustó la cadencia, te imprime de sensaciones ajenas llenas de tristeza y dolor.

    Mucha suerte!!

  4. teriri dice:

    Relaciones complicadas, que nunca acaban bien y solo causan dolor, mucho dolor a todos…
    Es trite, pero muy bonito!
    Mucha suerte!!
    Un beso.

  5. Dies Irae dice:

    Hola, Indalina.

    Poético, bello, triste. Me ha gustado mucho ese romanticismo que no se esconde de la vida y los problemas reales.

    Vale, reconozco que tengo una vena kleenex, pero qué le vamos a hacer. Muy bonito. Mucho.

    Saludos y suerte.

  6. Lovecraft dice:

    ¿Una relación infiel con hijo no deseado de por medio? No sé si estaré en lo cierto, pero me he despistado un poco. En algunos momentos no está claro (o a mi no me quedó claro) si el que habla es el hombre o la mujer.

    Un saludo y suerte

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