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167- El Tirante De Seda. Por Pigmalión

Antes de que sucediera lo que parecía inevitable, me dijo que necesitaba saberlo todo de mí, y, así, llegaría a mí  y me llevaría  siempre consigo. Y yo le creí. Sin hacer ningún esfuerzo comenzó a desfilar toda mi vida, mis recuerdos se amontonaban uno tras otro a una velocidad de vértigo. No sabía por dónde empezar, se agolpaban tantas cosas que me era difícil decidir a qué tenía que dar prioridad . Sé que mi vida no ha tenido nada de extraordinario, sin embargo, tenía algo especial guardado: un sueño, un secreto, mi secreto. Era algo que había formado mi geografía interior, que había marcado el relieve de mi corazón, y que custodiaba en mi caja fuerte de la que confiada le entregué la llave y pudo entrar en los laberintos de mi alma.

“Yo tenía un sueño… Pero… No, el sueño comenzó antes, creo que salió de los paseos con mi abuela y de las conversaciones que con ella oí. Iba de su mano. Caminábamos unas veces ligeras; otras, pausadamente, disfrutando del lugar y de no tener prisa por llegar a lugar alguno. De vez en cuando, nos encontrábamos con alguna amiga suya: se saludaban, se detenían y se besaban. A mí me dedicaban un “pero qué guapa y qué mayor te estás haciendo” y, rápidamente, comenzaban a hablar de sus cosas, que la mayoría de las veces empezaba con “¿te pasa algo? Te veo triste y desmejorada”, y la amiga contestaba: “es que no lo sabes, hace dos meses que se fue mi marido, Dios lo llamó con él” . Y rompía a llorar sin consuelo. A partir de ahí, a mí se me debía obstruir el oído y el entendimiento:  solo las veía gesticular y alzar los ojos buscando  dios sabrá qué; entonces yo también miraba hacia arriba, pero solo veía sus cabezas y un cielo vacío. De repente, volvía a oír la voz de mi abuela que le decía: “Ánimo, mujer, la vida sigue y eres joven y guapa; y, encima, tienes unos hijos maravillosos, ¡vamos! Fíjate si tienes motivos para secarte las lágrimas y mirar hacia  adelante”. Las palabras de mi abuela en lugar de calmarla solían producir el efecto contrario: una inundación lacrimógena. Mientras tanto yo pensaba: “pobrecita, cómo debía quererlo, y este va y se va”. Encuentros así había casi tantos como paseos dábamos; tanto era así que, incluso, cuando me llevaba al parque, si veía a mi abuela hablar con alguien de aspecto compungido, inmediatamente dejaba  de jugar y me iba a escuchar la misma retahíla : “desde que se fue, desde que nos dejó, desde que abandonó esta vida, desde que falta, ahora que ya no está…, etc.” Eran las palabras de siempre, las lágrimas de siempre y el dolor de siempre. A mí, en aquel entonces, oír a los mayores referirse a la muerte con esos rodeos y eufemismos me llevaba loca, sustituyó mis sueños de colores por otros en negro. Alimentaba mi imaginación hasta límites insoportables: si iba andando, miraba al suelo y veía como se abría y me aspiraba con fuerza, al mismo tiempo que escuchaba : “ya no está, se fue…”. Continuaba mi camino, pero ahora en lugar de andar,  daba saltos para no ir demasiado pegada a los adoquines; sin embargo, al doblar una esquina un ejército de sombras me atrapaba, mientras oía a la gente exclamar: “¡desapareció…!” Ahora ya no se trataba de caminar ligera o a saltos, sino de correr como un fugitivo despavorido, sin saber de quién huía ni cuál era el destino seguro. Era una huída sin tregua. Cualquier lugar podía ser amenazante. Así no podía seguir: me consumía, me devoraba el pánico. Y casi sin darme cuenta (ahora creo que como autodefensa), cambié no el tema, pero sí el enfoque. Me desvié de la terrible pérdida y me centré en el dolor que producía cuando había amor. Así fue como fue creciendo mi sueño.

Soñaba en ese momento dulce que ablanda nuestro cuerpo y nuestra mente y deja paso libre a todos nuestros fantasmas. “¡Vaya morro que tiene Dios, pensaba, no contento con estar en todas partes, encima no se muere y a los demás qué nos den!”. Si no podía aspirar a que me recordaran siempre viva, al menos que lo hicieran con cariño. Y me encantaba verme muertecita y todos a mi alrededor unidos por el dolor de mi marcha. Mantengo viva la  imagen de aquello; pero si intento acercar la lupa de mi memoria se desvanecen, se convierten en manchas. Impresionante recuerdo. No puede ser de otro modo, ya que ni la iglesia, ni los bancos, ni el cura y casi ni yo éramos importantes; los importantes eran ellos, los que habían querido asistir como demostración de que había existido una vida irremplazable y que su recuerdo dulce  convertía en amargo su presente. Fíjate, recuerdo, perfectamente, cómo lloraba yo sin consuelo contemplando la escena y cómo llenaba todos mis vacíos e interrogantes sobre mí y sobre ellos respecto a mí. Me entristecía y me deleitaba. Qué a gusto estaba.  Me restregaba las lágrimas con la mano y comenzaba a estudiarlos a todos. Empezaba por los primeros bancos, los de la familia, ahí estaban mis padres, de negro absoluto, quebrados por el dolor, sin apenas fuerza para levantarse cuando el ritual lo pedía, parecía que les cayó como una losa mi pérdida. Pobrecitos qué pena tienen. Esas broncas por no comer las lentejas; por no recoger mis juguetes; por no estudiar lo suficiente; por no llegar a tiempo…etc. Aún con todo esto, “¡me quieren!”, pensaba. Ahora me detengo en mi hermana, ¡ay, mi hermanita!, tan mona con su coleta interminable, tan pequeñita y tan triste ya. Un aguacero de lágrimas empaña su rostro inmaculado; y cuando parece que va a acampar, se convierte en rabiosas torrenteras que salpican hasta su respiración; verla a ella así y estremecerme yo de emoción era todo uno y me aseguraba que cuando me buscaba no era para no dejarme ni estudiar, ni jugar, ni tranquila, sino porque era feliz conmigo. Sigo recorriendo el lugar, me detengo en unos bancos más atrás, los de mis compañeras del colegio. Me acerco a Pilar, me sorprende ver que, aunque seria, no derrama ni una lágrima. ¡Con lo que jugábamos las dos con mis cromos! Si bien es verdad que desde que los perdí dejó de venir conmigo; a su lado estaba Patricia, pobrecita mía, qué desconsolada está, parece que se va a ahogar y yo qué ingrata fui con ella: no le hacía caso, me aburría, me lo pasaba mejor con Pilar y ¡mira por dónde…! Detrás de ellas, entre muchas caras borrosas, se encontraba Carolina, rota, apenas podía llevarse el pañuelo a la cara. ¡No esperaba menos! ; a su derecha, Lucía,  triste pero entera, sin excesos, dolor el justo y necesario. Estaba recibiendo lo que le había dado: lo justo y necesario.

En líneas generales, me sentía muy satisfecha del espectáculo  del que a fuerza de recrearlo y vivirlo cada noche saqué la conclusión de que debía reorganizar mi vida, que en aquel entonces consistió en reevaluar y revalorar a mi familia y amigos: entendí mejor a mis padres ( aunque no siempre estuve de acuerdo y mucho menos acaté); reorganicé mi red de relaciones: volvieron a regalarme cromos y Pilar volvió a quererme ( es decir, a pegarse a mí) y yo con una seguridad inusual en una niña, la mandé a paseo; por el contrario, Patricia formó parte de mis mejores amigas y de ella aprendí que a una amiga no se la valora por la gracia de su verbo, sino por la bondad de su corazón; a Lucía, le di más de lo justo y necesario: ya no escatimé detalles con ella; con Carolina, continué como siempre, compartiéndolo todo. Y qué decir de mi hermanita, valoré sus reclamos con una paciencia infinita, y cuando el infinito se hizo finito, enseguida iba tras ella a pedirle disculpas.

Crecían los años y yo con ellos. Me hacía mayor y al principio solo lo notaba en el dobladillo de las faldas: había que bajarlo continuamente. Después el largo de las faldas ya no tenía que ver con el crecimiento,  sino con las modas. Ver los largos de mis faldas en las fotos es casi como fecharlas. Iba pasando el tiempo envuelta en un torbellino de hacer, construir, crear y amar: finalicé el colegio, el instituto y la Universidad; amplié estudios, lugares y personas; me enamoré y desenamoré; busqué trabajo, lo encontré, lo dejé y volví a buscar; me casé, fui madre; me descasé y me volví a casar y seguí siendo madre. Mis relaciones eran como las faldas: las había largas y cortas. Y cuando creía  encontrar al mejor hombre del mundo, sin saber cuándo ni cómo ni por qué acababa convirtiéndose en el mayor canalla del mundo. A pesar de todo, abrazarme al amor era abrazarme a la vida. Solamente cuando amamos nos sentimos inmortales. Llenos de todo, hasta de tiempo”.

 Cuando terminé me di cuenta de que le había abierto mis pensamientos, mi alma, mi corazón y mi vida de par en par. Se lo conté todo. Y me quedé vacía. pero me compensó  ver en sus ojos la mirada  atenta de un hombre enamorado. “Has puesto a Sinatra  –susurré–  sabes que me gusta”. Se alza la voz, la música, la letra: la canción, que nos arrastra a ella hasta convertirnos en una más de sus notas. Me miró, le miré, me cogió de la mano y comenzamos a bailar. Sentí el mundo a mis pies, la luna en el cielo y a él cerca de mí. Cuando estaba al borde del éxtasis busqué sus ojos y solo encontré sombras. Sombras que anuncian abismos. Sentí su mano apoyada en mi espalda como un punzante iceberg que atravesaba mi pecho dolorido; sudaba desesperación, quería hablar y no podía , “ayúdame”, logré balbucear y poco después  pregunté: “¿quién eres?”, “cálmate – me contestó, mientras me  ayudaba a tumbarme y a recomponerme: me subió el tirante de seda–, ponte cómoda, relajada, déjate llevar; y así, casi sin darte cuenta, te irás como has vivido”. “¡No quiero irme! –grité–, ahora no, me has engañado. ¿Tú también…?” Me revolví, busqué fuerzas, clamé a todo y por todo. Inesperadamente, parece cabizbajo, “¡mírame!”, le increpé, y me miró, y vi, de nuevo,  la mirada atenta de un hombre enamorado que me respondió : “¡Volveré!, cuando la vida sea un afán insoportable, cuando ni el amor pueda mitigar el dolor de vivir, cuando solo tengas fuerzas para desearme. Solo entonces volveré y te llevaré conmigo…”

Y volvió a salir el sol y como siempre enamorado del mar.

 

125 Comentarios a “167- El Tirante De Seda. Por Pigmalión”

  1. Greta Magrat dice:

    Muchas gracias por tu comentario. Las despedidas son siempre tristes y puede, quien sabe, que algún día nos volvamos a cruzar por estos lares… Enhorabuena por el concurso que has realizado y por supuesto por tu relato, ya sabes estuvo hasta el final entre los que más me gustaban.
    Nos quedamos con un ¡¡hasta pronto!!.
    Un gran abrazo

  2. Pigmalión dice:

    Isótopo:

    Me alegra volver a tener noticias tuyas y muchas gracias por tus palabras. Pigmalión.

  3. isótopo dice:

    Querida Pigmalión,
    merecidísimo que seas finalista por este magnífico relato. Si ganaras me alegraría mucho. Intentaré seguir aprendiendo de escritores como tú.
    Un abrazo,

    Isótopo

  4. Pigmalión dice:

    Respecto al porqué de mi seudónimo, Pigmalión, lo eligió uno de mis hijos, no sabía cuál poner y les pedī su opinión y eligieron éste. Quizá, yo hubiera puesto otro que no revelo, porque, seguramente, lo utilizaré el año que viene. Yo soy nueva en esto, escribir es una vocación recuperada, hacía muchoooos años que no escribía, de hecho El tirante de seda es el segundo que escribo. Me ha gustado Canal de literatura y todos vosotros, por lo que espero poder concursar el año que viene .
    Ha sido largo y lento,como los viajes de antaño, y como en estos viajes del ayer, la travesía es una experiencia en sī misma, nos ha dado la oportunidad no sólo de compartir nuestras esencias destiladas, sino también manifestarnos, improvisar juegos e historietas, o pequeñas narraciones que son juegos. Opinar y vaticinar sobre el trabajo de los demás, reír de alegría y (¿…?) de desilusión. Y, también, como los viajeros del pasado, de llevarnos amigos, y creo que serán grandes amigos. Aunque todos tuviéramos un destino elegido, ¿le llamamos Triunfo?, al que sólo unos pocos alcanzarán llegar, quė satisfacción queda cuando el viaje, nuestro viaje con Canal, se convirtió en “destino” .

  5. Pigmalión dice:

    Bonsái, ya que el destino nos ha cruzado, espero que sigamos en contacto y poder leer tus escritos, porque tú sí que eres una escritora.
    Muchas gracias a ti también.

  6. Pigmalión dice:

    Muchas gracias don Juan, me animan sus palabras que sé que salen del alma. Pigmalión.

  7. Bonsái dice:

    Pigmalión:
    Fue un placer leer tu trabajo y fue uno de mis elegidos para la final. El nivel ha estado muy alto, pero eres una ESCRITORA!!
    Adelante!!
    Abrazo .

  8. Don Juan Tenorio dice:

    ¡Enhorabuena por ese puesto entre los finalistas del público!
    Es el vuestro un relato marcado a seda. A fuego de seda.
    Dicen que “al saber lo llaman suerte”.
    Os digo:“a la suerte la llaman saber”.
    (Ninguna de estas lacónicas afirmaciones es dogma en Literatura…)
    “Ha sido largo y lento, como los viajes de antaño”, comentáis en la bodega. Enhorabuena también por este pensamiento, pequeña aliteración incluida.
    Un saludo admirado siempre de este don Juan que os lee y os recuerda.

  9. Pigmalión dice:

    Dies Irae:

    Sin palabras me has dejado, ha sido tan grande el regusto que he tenido al leer tu dedicatoria que sólo me queda decir:

    GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

  10. Pigmalión dice:

    Camino a la cima:

    Muchas gracias y ojalá sigamos en contacto.

  11. ¡Ay!, cuanta alegría me dió comprobar que tu relato llegó tan lejos, ojalá que, ahora que nos hemos encontrado, podamos seguir en contacto.
    Quiero leer más, mucho más…dejameló.

  12. Dies Irae dice:

    «abrazarme al amor era abrazarme a la vida»

    Sólo por el primer párrafo, esta frase, y el último, tu relato debería haber estado ahí arriba, y tú sufriendo durante un mes más, Pigmalión. ¿Sabes qué? Es cierto que ha habido un nivelazo, que la competencia era tremenda, que elegir una lista de diez era imposible y una de veinte complicado. Obligatoriamente, relatos maravillosos tenían que quedarse fuera. No tengas ninguna duda de que te ha fallado un poquitín de suerte.

    Vamos a verte publicada, y me dedicarás un libro y un abrazo. Mientras tanto, seguro que nos cruzamos en otros puertos. ¡Salud y suerte, siempre!

  13. Pigmalión dice:

    Felicitaciones para ti, Sol. Y muchas gracias

  14. Sol dice:

    Felicitaciones!!!!!
    Buenos Vientos y pronta arribada con todo el trapo desplegado

  15. Pigmalión dice:

    Camino a la cima:

    Muchas gracias.

  16. Ay Pigmalión, ¿que bonito!.
    Supongo que llego tarde, pero VOTO POR ESTE RELATO, VOTO POR ESTE RELATO.
    Lo siento, se me había despistado.
    De todas maneras, suerte.

  17. Pigmalión dice:

    Muchas gracias Greta por tu voto. Mucha suerte también para ti.

  18. Pigmalión dice:

    Mil gracias. don Juan.

  19. Greta Magrat dice:

    Voto por este relato

    Mucha suerte!!!!

  20. Don Juan Tenorio dice:

    Todas mis gracias (espirituales, que no físicas) para vuestro afectuoso comentario en la bodega, Pigmalión. Mas no os acepto esa rendición a mis pies,pues doncella sois. « Melibeo soy y a Melibea adoro…»

  21. Pigmalión dice:

    Señorita Bennet:

    Te bendigo por haberme votado ahora.

    Mil gracias de Pigmalión.

  22. Pigmalión dice:

    Morfeo:

    Me llenan de satisfacción tus palabras. Muchas gracias, de verdad y de corazón.

  23. Señorita Bennet dice:

    Voto por este relato.

    Y me auto-maldigo por no haberlo hecho antes. ¡Enhorabuena!

  24. Asesino de Morfeo dice:

    Es uno de los regalos más hermosos que me han hecho en mi vida. Gracias Pigmalión.

  25. Pigmalión dice:

    Asesino de Morfeo:

    Acabo de pasarme por la bodega. He improvisado una pequeña historia. Gracias por contar conmigo.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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