PE-Nº15 – Artista. Por Anastasia

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Llegó como cada día luciendo sonrisa y dejando sus bártulos de la universidad en las sillas de la entrada, retocándose la melena en el espejo mientras saludaba alegre y preguntaba que había de comer. Desde la cocina, donde  yo terminaba de preparar las croquetas y llenaba de aceite la sartén,  la escuchaba mordiéndome los labios y contestando de mala gana mientras ella se acercaba a mí, me daba un beso y picaba la masa preparada. ¡Qué buena!, eres una artista, me decía, y yo le daba en la mano para que se apartara. La naturaleza le había concedido todos los parabienes en detrimento de todos los demás que éramos del montón. No sólo era alegre, también muy trabajadora, ambiciosa y guapa. Su brillante y larga melena morena enmarcaba una piel blanca iluminada por unos grandes ojos esmeralda, vivos e inteligentes, llamaban poderosamente la atención. La más alta de los ocho, siempre veía más allá que cualquiera de nosotros y también acaparaba siempre todas las miradas.

Entonces era así, las hijas mayores nos ocupábamos muy pronto de las tareas de la casa y de los hermanos pequeños. Yo era la mayor de ocho y tenía que ayudar a mi madre me gustara o no. La guerra y la postguerra  nos dejaron  una sociedad  tan pobre en todos los sentidos que poco se podían cuestionar las costumbres cuando el hambre y la necesidad  aprietan.

El caso es que ella sí lo hizo. Aprovechando que ningún otro hermano quiso estudiar,  convenció a los padres  de que debían darle una oportunidad universitaria ya que dos hermanos se habían reenganchado en el ejército tras la mili y el tercero llevaba  varios años en un taller mecánico ya a punto de casarse.  Otra hermana  estudió para secretaria y otras dos se casaron sin estudios muy jóvenes. Así que yo era el resto, el cero a la izquierda, la que cuidaba a todos, la solterona: sí, podéis decirlo… la amargada. Las cosas que  veía en la televisión en blanco y negro me permitía soñar con otra vida que bien sabía que no estaría nunca a mi alcance, pero a mi me gustaba imaginarme en un escenario, triunfando con todas las miradas sobre mi.

Durante años ella fue el centro de mi resentimiento, los demás tampoco me hacían gran caso, pero mi ira sólo tenía un punto de mira y una explicación: Ella era todo lo que yo hubiera querido ser.

Ahora, han pasado muchos años y demasiadas cosas. Los acontecimientos me han ido enseñando a poner a cada cual y cada cosa en el lugar que corresponde.

Como cada día, llegó de la universidad luciendo su sonrisa, había sido su último día de clase y en una semana asistiríamos a la fiesta de despedida por su jubilación. Cuando murieron los padres, me acogió en su familia y en su vida sin ningún resquemor. Me hizo partícipe de sus logros y sus luchas y me ofreció todas las oportunidades que no había tenido hasta entonces. Estudié, viajé, trabajé también. Mientras disfrutaba de mis sobrinos, conocí a muchas personas importantes para mí y me casé con un buen hombre aunque  ya tarde para tener hijos propios. Compartimos, a pasar de todo, muchos momentos  tanto de sacrificio como de felicidad.

Ahora, ambas viudas, vivimos juntas. Ya no siento ninguna rabia ni contra ella ni contra nadie, aunque reconozco que sigo sin soportar que se zampe la masa de las croquetas antes de que el aceite esté caliente para freír. Pero es un precio que pago con mucho gusto a cambio de su cariño y, sobre todo,  de que me llame artista.

 

 

2 comentarios

  1. ¡Ay las luchas internas! Bien está lo que bien acaba, como dicen en el pueblo de mi abuela 😉

    Suerte, Anastasia. 🙂

  2. ¡Qué entrañable! Suerte, Anastasia.

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