Finalistas

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Finalistas del X Certamen de Narrativa Breve 2014

 

Nº61- Cáncer de luna. Por Nana Jones

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María Emilia Picco 

  Córdoba – Argentina

Cuando leí mi primera novela tenía siete años. Annie, de Thomas Meehan, se me adhirió como sanguijuela y anduve por meses con el libro a cuestas, releyéndolo, una y otra vez. Algo entre esas páginas, hoy amarillentas, vetustas, con las gotas impresas de la nostalgia por las puntas, alborotaba la sangre que corría por mis venas. Mi corazón galopaba sediento, incitándome, sin poder descifrar el significado. Lo supe años más tarde, cuando mi abuela Coca me obsequio mi primer cuaderno. “Para escribir tus pensamientos nena”, me dijo. Hoy ya no está aquí para degustar lo que la madurez ha hecho conmigo.

Esa vorágine imaginativa, que nos arrebata a los escritores del mundo de lo concreto y nos sumerge en el de las posibilidades; la que de pronto, nos halla sonriendo en escenarios trágicos, con la mirada perdida en las calles, ante los rostros pasmados de quienes viven con el alma en la tierra; es esa vorágine, la que hoy define mi vida, la que me atraviesa de norte a sur y me moviliza.

El pasado 13 de junio, cumplí treinta años. Me sentí mayor para algunas cosas, pero no para la escritura, porque el paso de los años macera las palabras y aún me restan muchos, si Dios me lo permite, para cultivar esta pasión y suscitar emociones en los lectores, que es lo que más me cautiva.

Mi mayor defecto es la ansiedad. Me cuesta darle tiempo a lo que escribo, pero es algo que estoy aprendiendo, en especial, luego de este concurso. Lo bueno es que existe la corrección literaria y el paso de los años, para sosegarle a uno las revoluciones hormonales y amansarle el carácter.

Escribí la historia de Amelita en una mañana y la revisé un par de veces, antes de enviarla, porque me enteré del concurso la noche previa y tenía que partir de viaje a la brevedad. El plazo de admisión cerraba en tres días. Por ese traspié, me siento feliz con el reconocimiento de la historia, que lo que no pudo madurar en tiempo, lo hizo en peso.

Soy oriunda de Río Cuarto, aunque resido actualmente en la Ciudad de Córdoba, Argentina. Nutricionista de a ratos, escritora otros tantos. Escribo con lápiz, teclado, bolígrafo y con el pensamiento, mientras respiro, camino o preparo la cena.

Este es el tercer certamen literario en el que participo y otro en curso, del que espero aún los resultados. En el 2012, tras un viaje al exterior, retomé la escritura y no pude parar, aceptando que ésta es mi verdadera pasión y que si no la atiendo, me carcomen las ideas, se me apaga el alma y se me marchita el cerebro. Trabajo en una novela que estoy reescribiendo, capítulo por capítulo, porque es aún un borrador verdoso y púber. Tengo dos novelas más en mente y pienso morirme con una pluma en la mano, metafóricamente hablando.

Agradezco al ejército celestial que me acompaña desde arriba e interceden con sus legados en vida y a quienes desde abajo, me empujan a seguir en esto, cada día, con la paciencia de quien acompaña la mente fantasiosa de un escritor y soporta las lagunas de ausencia.

Un abrazo a todos los lectores de Asociación Canal Literatura, a los finalistas, a los participantes del concurso y a todo el equipo que sostiene esta iniciativa de encuentro literario. A todos, gracias, me he sentido como en casa.

Cariños del otro lado del Atlántico

Emilia

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Nº68- Quince gramos de libertad. Por Leuké

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 Blanca García Malanda

Rivas-Vaciamadrid – Madrid- España

Pues veréis. Yo nací hace cuarenta y nueve años en un pueblo muy pequeño, en los montes de roble y haya del norte de Palencia. Algunas noches de invierno nevaba tanto que se borraban  las calles y las aristas de las casas; por la mañana todo lo que podían ver tus ojos era blanco y blando.

Daba gusto pararse en la ventana y sentir que el tiempo se había ido.

Pero entonces mi madre nos espabilaba, porque había que irse a la escuela. No podíamos llegar tarde porque ellos, precisamente, eran los maestros. Mi padre daba clase a todos los niños del pueblo y mi madre a todas las niñas y tenían que encender la estufa de leña para que las dos clases estuviesen calentitas antes de que llegaran todos, con los pies ateridos de frío.

Algunas veces, la noche nos dejaba casi un metro de nieve, así que mi padre salía delante, con una pala, y hacía un caminito desde nuestra casa hasta la puerta de la escuela y nosotras nos poníamos las katiuskas y salíamos en fila detrás de él, por orden de altura, mi madre, mis dos hermanas y yo al final.

Esos días, todo el mundo estaba sereno y no se oían discusiones, porque la nieve borraba también los malos recuerdos y las rencillas se olvidaban hasta que los carámbanos de hielo se deshacían en los tejados.

No sé, igual  algo de  lo que os he contado no es del todo cierto.  Esto es lo malo de escribir, que a veces confundimos los recuerdos con las invenciones y lo que ha sido se nos esconde detrás de lo que pudo ser.

El pueblo existe, de eso estoy segura. Se llama San Cebrián de Mudá. Podéis buscarlo en un mapa. Y  mis padres eran los maestros.

                                                                              Blanca García Malanda

9 de julio de 2014

 

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Nº9- La Taberna Fundadores. Por Earvin

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 Ricardo Aller Hernández 

   Murcia – España

Desde que nací (Murcia, 1977-hasta que  la Chata venga a reclamar su beso) mi vida ha estado vinculada a la lectura de una otra manera. Tal es así que aún guardo mi primer libro, una recopilación ilustrada de los cuentos de siempre que abultaba más que yo.

            Aquella incipiente inquietud literaria fue creciendo al ritmo vertiginoso de los años 80. A la sombra de Mazinger Z, La Bola de cristal, Tocata o el Un, Dos, Tres empecé a acompañar a Spiderman, Los Cinco, Fray Perico y su borrico o El Pirata Garrapata, cuyas aventuras avivaron la imaginación de un niño que enseguida descubrió lo barato que salía soñar. De repente podía pensar como Hércules Poirot-belga, que no francés-, ponerme la mochila y dar La vuelta al mundo en ochenta días-bueno, quizás el alma inquieta de mi mujer convierta esto en realidad. De hecho, el honor de ser finalista en esta edición me pilló en tierras árabes- o picar billete para viajar a Fantasía, mientras en el colegio me presentaban a Quevedo y su amigo Góngora, al loco hidalgo Miguel de Cervantes que escribió ese manco de apellido Quijano, a Atila, rey de los Unamunos, o a Lope de Vega, que antes de ser un teatro fue un señor…(esto, bueno, ¿qué quieren? Fui a un colegio privado).

Una advertencia: cuando uno ya tiene la costumbre de abrir un libro nuevo y olerlo antes de iniciar la primera página, sepa usted que está perdido. Tan pronto se encontrará acompañando al Batallón 326 de Línea en la Sombra del Águila como ejerciendo la medicina en El árbol de la Ciencia o investigando  a la par con el Padre Brown de Chesterton, hasta que por fin llegue un día que, después de miles de historias leídas y asumidas como propias, algo en su interior le diga que usted también tienes muchas cosas que contar.

            Y eso es lo que me sucedió a mí, cuando una mañana me senté frente a un folio en blanco-no hay nada más hermoso y temerario- y empezaron a surgir ideas, emociones y personajes, desde una bella princesa mora de ojos rasgados a un héroe que se come sin pelar al malo malísimo, pasando por un teniente de alguaciles que sabe que morir solo puede significar haber vivido.

            En fin, ya lo decía Oscar Wilde, no existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Aunque yo añadiría algo más: pura pasión.

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Mi pez y yo. Por Bogardilla

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Cristina Cifuentes Bayo 

Zaragoza – España

Cierro el curso apareciendo entre este grupo de finalistas, después de estar también en el de Poemas sin rostro. Pues habrá que ir a Murcia, ¿no? Sin nervios, porque la competencia pone el listón altísimo. Con alegría, porque voy a conocer en persona a amigos queridos. Con la pena de no poder dar un abrazo a quien se fue dejándonos la magia de sus versos. Con la esperanza de hacer nuevas amistades entre vosotros, compañeros.

Y qué queréis que os diga, si lo más difícil es hablar de uno mismo. Nací en 1960 en Madrid, pero vivo casi en los Monegros, mirando hacia la ribera del Ebro y cerca de donde el río escribió un galacho de recuerdos antes de irse para siempre. Elegí el nombre de un pez andaluz en riesgo de extinción, la bogardilla, para hablar de otro, negro y terrible, que a veces nos acecha. Para evitarlo, huyo cuando puedo al verdeazul del mar y el bosque, como quien huye de la prosa a la poesía.

Ha sido un buen año. Comenzó con la presentación de la Antología Cuentos en tinta china, en la que tengo la fortuna de participar, y con la que fuimos titiriteros de tinta, alehop, de feria en feria, vaciando alforjas y bajando estrellas —algún premio cayó por el camino—, como cantaba Serrat. He disfrutado compartiendo, igual que siempre, el vicio de leer y el vicio de escribir. Gracias a todos los que lo procuráis en espacios como Canal Literatura y mis grupos de lectura y escritura. Gracias, también, a todos los que me soportáis y animáis diariamente. Esto va por vosotros.

Y para los compañeros de certamen: no importa cómo se repartan los premios. Para mí, que participo por tercera vez, siempre hay relatos excelentes que no están en esta selección y autores que prometen llegar muy lejos. A todos quiero seguir leyendo; con todos, seguir compartiendo amor por la escritura.

Un fuerte abrazo y feliz verano (o feliz invierno, según proceda).

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 Nº75- Los sueños del farero. Por Petrarca

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Gervasio Alegria Mellado

  Gijón – Asturias- España

Salmantino de nacimiento, asturiano de adopción, amigo de las palabras, amigo de sus alumnos – cuyas dosis de alegría sigue echando en falta-, cantor de coro, pintor  y músico frustrado, saxofonista en sus ratos libres, aprendiz en el amor a pesar de la media docena de décadas vividas. Comentarista y crítico impenitente, discípulo de Lázaro Carreter –el maño tímido encumbrado a la gloria de la filología-. Ungido por los clásicos como Fray Luis, Lope, Cervantes,  Juan de Yepes, Rojas, J. del Enzina, Unamuno, cuyas huellas le marcaron en su deambular por la calle la Rúa o la plaza de Anaya, ahíto de dorados platerescos y de claustros. Converso a la poesía por Machado, J.R.J., el 27, Neruda y tantos otros.

Anclado en el romanticismo y seducido por sus héroes. El farero podía ser uno de ellos, como el pirata o el cosaco de Espronceda,  rebelde, soñador: “siempre quiso vivir solo, pero la vida le fue inundando de vacíos insondables que él trataba de llenar con la espuma de sus sueños”.  La historia del farero es la historia de su vida: dura y gris como los berruecos graníticos de su Barruecopardo natal, pero que lanzan minúsculos destellos cuando abren su entraña fácilmente a  los primeros golpes.

Dulcificado ya por tantos años de paisaje astur, le sale el lado tierno  con el repiquetear del orvallo en su claraboya o con la explosión de verdes en su ventana sobre el valle de Cabueñes, envuelto en bruma su Gijón del alma. Y el mar siempre ahí, terco en su belleza y en su música, como una tentación irresistible.

No persigue la gloria literaria a estas alturas. Solo que alguien le lea y se emocione.

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Nº35-La Historia de un Trozo de Lechuga. Por Major Tom

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Gillian Clarke

Logroño – España

Hola, soy Gillian, una inglesa de Manchester que vive en Logroño desde hace veinticinco años. Estoy casada con Alfredo y tengo dos hijos. Es la tercera vez que participo en el concurso de Canal Literatura y me ha hecho mucha ilusión llegar a ser finalista.

Hace unos años empecé a asistir a talleres de creación literaria en Logroño, en los que  he aprendido bastante. Además, he conocido a gente maravillosa con mucho talento que tiene la amabilidad de animarme y la  paciencia para corregir mi (a veces)  muy mejorable español. Aunque llevo la mitad de mi vida en La Rioja el español nunca será como mi lengua materna… Por eso estoy haciendo un máster a distancia en ‘creative writing’ de la universidad de Edimburgo. Me cuesta mucho traducir a español lo que escribo en inglés, y al revés; es como si la historia estuviera vinculada al idioma en el que está escrita y pierde mucho al traducirla.

Empecé a escribir ‘La historia de un trozo de lechuga’ en un fin de semana de meditación y me inspiró la idea de que la existencia de cada uno de nosotros es un milagro y la convicción de que tiene que haber algo más que lo meramente material. Sin embargo, la mayoría de los que han leído el cuento lo interpretan argumentando todo lo contrario. Y así es;  el lector es quien tiene la última palabra.

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Nº29 – El coronel no tiene quien lo crea. Por Benito P

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José Luis García Teijeiro

  La Coruña –España

La noche anterior había cenado con dos sudamericanos y un manchego. Y habíamos hablado de muertos, de los suyos y de los míos. ¿Por qué el aguardiente nos empujó a estas confidencias? No lo sé. Lo hizo sin preguntar, como hace estas cosas el aguardiente.

El día siguiente, entre Monforte y Chantada, tomé algunas notas y lo olvidé. Por entonces me preocupaba más pasar a la posteridad literaria con una colección de versos  similares a las Humoradas,  Doloras y Pequeños Poemas  de Campoamor. Si él lo había conseguido con ripios tan infames (mi madre recitaba de memoria El pequeño tren) ¿por qué yo no? En mi caso sería una colección de reproches. De reproches femeninos. Todos tendrían la misma estructura y los tres últimos versos repetirían en orden inverso los tres anteriores, pues cuando una mujer te da un repaso suele hacerlo del derecho y del revés. Y en la larga jornada de caminante escribí uno de ellos:

Como senderos

Abiertos en mi cuerpo

Como senderos

¿Por qué no llegas?

Tus manos olvidadas

De mis veredas

De mis veredas

Tus manos olvidadas

¿Por qué no llegas?

 

Pasado un tiempo recuperé estas notas. No continué mi colección de versos, dejó de preocuparme la inmortalidad. Pero sí aproveché aquella sobremesa y escribí un relato, el relato que presenté a este Certamen. Su origen, como ven, es arbitrario. Todo en la vida lo es.

Leí a Baroja en algunas de sus novelas que los relojeros del siglo XIX acostumbraban grabar en la esfera de sus relojes esta sentencia referida a las horas: Todas hieren, la última mata (Omnes vulnerant ultima necat). Pero yo encontré en Aljucén un reloj de pared de horas inocuas, balsámicas, cuyas manecillas, en vez de ir hacia adelante, iban hacia atrás: su artífice consideraba más útil advertirnos sobre las horas del día que restaban por vivir que dejar constancia de las ya vividas. No en vano la Muerte reprochaba al abuelo que confesaba tener 80 años en La Dama del Alba: “Ésos son los que ya no tienes”.

En fin, les cuento todo esto para evitar hablarles de lo que ya no tengo. Como el relojero loco de Aljucén creo más útil dedicar mi tiempo a lo que resta por vivir. Y de esto no puedo adelantarles nada. Dejemos que sobre lo otro caiga, lentamente, el telón.

 

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Nº28- El sueño de una mañana de otoño. Por Anaconda

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Raúl Martín Rivera

   Posadas – Argentina

«Gloria a Dios en las alturas,

recogieron las basuras de mi calle,

ayer a oscuras y hoy sembrada de bombillas»

 

Sí, estoy de fiesta. Me alegra estar entre los finalistas y tengo ilusión ante la posibilidad de ganar. Aviso, para despertar las conciencias del jurado: si no gano —aunque sea injustamente— me deprimiré mucho.

Y ahora, con la obediencia debida, paso a contestar a las cuestiones que propone el certamen:

¿Por que me presenté? Por compañerismo, porque me gustan los certámenes abiertos en los que se puede opinar, porque una amiga envió por mí los cinco euros (dado lo engorroso de sacar un peso del país en el que vivo), y porque, ¡al fin!, pude completar las planillas que se exigen para presentarse, lo cual significó para mí una buena descarga de adrenalina y aumento de la autoestima, dado mi pobre aliño informático.

Vivo en el norte de la República Argentina, en la selva misionera, a pocos kilómetros de donde se refugió a escribir Horacio Quiroga, cuya cercanía no obró el milagro de contagiarme con su talento, tan solo me dio, como seudónimo, el nombre de uno de sus personajes: «Anaconda». Empecé a escribir cuando tenía cinco años, pero así, en este plan, sesenta años después, cuando me jubilé y juzgué tener el tiempo necesario. Leí en algún sitio que en la primera novela que se escribe se vierten todos los complejos, miedos, creencias y pensamientos elaborados a lo largo de la vida. Así que, precavido, escribí una novela de cuatrocientas cuarenta páginas en la que desnudé todas esas cosas y que me sirvió de catarsis para escribir luego libremente, sin miedo a descubrir mi tímido interior.  He participado, con el taller literario «Entre todos», de Zárate (Buenos Aires), en la publicación de cuatro antologías de poesía y relatos, en dos de las cuales me atreví y me permitieron dibujar la portada. También soy miembro correoso y corrosivo de “El corral de las palabras”, algunos de los cuales nos conocimos aquí en «Canal Literatura» y de cuya primera antología «Cuentos en tinta China», tuvimos el placer de que María Luisa Nuñez nos acompañara en la presentación en Murcia.

Felicito a todos los finalistas, especialmente a «Bogardilla» (que fue quien me adelantó los cinco euros) y a todos los demás, finalistas o no, por escribir y proporcionarnos tantas horas de alegría leyendo sus relatos.

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Nº43- Distintos. Por Distinta

Carlos Garrido Rubio

 Carlos Garrido Rubio

  Madrid – España

 

Me piden los amigos del Canal que escriba una reseña sobre mi currículum y sobre mi participación en el Certamen. Y no estoy seguro que esto interese a nadie. Me vienen a la cabeza las palabras de Óscar Wilde cuando afirmaba que el público tiene una curiosidad insaciable por conocerlo todo, excepto lo que merece la pena.

Pero ya que tengo la oportunidad, aprovecharé para decir que hace algún tiempo que enterré mi vanidad, esa variante del punto G de los que ejercen la función de juntar palabras, y huí de los concursos. Este es una excepción, la única, la última. En el mismo cofre puse cientos de madrugadas de insomnio, un par de botellas terciadas de licor y no más de media docena de proyectos inacabados. Mi salud y mi hígado han comenzado a agradecérmelo. Me he liberado del síndrome de la sombra de los dedos sobre el amenazador papel en blanco y de la posibilidad de despeñarme por el abismo de la autocomplacencia. He dejado, en definitiva, de correr en pos de esa mujer, de nombre Inspiración, que siempre me resultó esquiva y burlona.

Adiós, pues, a las cada vez más frecuentes y arbitrarias eclipses. Con las historias ya escritas, aquellas que aguardaban pacientes y desganadas otros ojos, hice mariposas de papel y, como en el relato de Deyanira y Eliseo, las eché a volar por el ventanal del ático alentándolas a buscar su propio destino.

Mi deseo es, partir de ahora, sentarme a  disfrutar de la belleza de los cuentos que no voy a escribir. Será una forma de invitar a los lectores a usar su imaginación dormida, a crear sus propios personajes, a darles vida para luego, eso espero, hacerles desembocar en desenlaces incompletos.

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Nº33- La última cena. Por Hypatia

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José Carlos González Sebastián

Barcelona – España

 

Algunas noches suelo reunirme con dos buenos amigos: Álvaro y Andrés, pintor y músico, respectivamente. Una de esas noches, discutíamos sobre cuál de nuestras tres aficiones era la más gratificante. Tras arduas reflexiones, copas mediantes, alguien llegó a la siguiente conclusión: “la música y la pintura pueden disfrutarse por el autor en la más estricta intimidad, pero en la literatura hace falta, indispensablemente, el lector”. Días más tarde, esa idea no dejaba de darme vueltas en la cabeza. Es cierto. Un músico puede repetir una creación y, sólo por eso, sentirse realizado. Un pintor puede encerrarse y rodearse de sus cuadros, sin tener la necesidad de exhibirlos ante miradas ajenas, sintiéndose arropado y satisfecho por su obra. En cambio, un escritor necesita que sus palabras lleguen hasta el lector. Al escritor no le aporta placer el leer y releer lo escrito, sólo se hace con un sentido correctivo. Es por eso que tengo que agradecer la oportunidad que Canal Literatura nos brinda con su concurso, poniendo en contacto a escritor y lector, haciendo que pasemos, alternativamente, por esos dos papeles.

Pequeña reseña biográfica: Nací, hace más de cincuenta años, en Ademuz, un pueblo cercano al lugar donde el Guadalaviar cambia de nombre. He transitado por el universo de la literatura, como un peatón desorientado, desde los catorce, intentando plasmar, en relatos cortos y poesía aplicada a la música, mis sentimientos. Ahora, tras casi un lustro de documentación, hace trescientos sesenta y cinco días que terminé mi primera novela. Desde ese momento, aunque apenas sé nadar, me encuentro navegando por los procelosos mares editoriales intentando que esas hojas lleguen a buen Puerto Gutenberg.  Mientras tanto, he escrito una segunda que se halla en proceso de revisión. No hay dos sin tres, ni tres sin más.

Nota: Aprovecho la foto para introducir una pequeña e inocua cuña publicitaria de mi novela.

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