España 1938
A la memoria de Miguel Hernández
Por mi ventanilla pude ver
el tren que agoniza cada noche
traslada extenuación, quejidos,
traslada la guerra, doctrinas sin candados
ni rejas, preservadas por los muertos,
por la sangre de los que aún claman.
Un pasajero se acercó, luego otros
pero de nuevo quedé solo,
solo junto al cristal.
Huyeron de tanta agonía,
reclamaron ventanas de otro color,
reclamaron paz para aquellas almas.
El desfallecido tren buscaba un hospital,
o el regazo de cierto camposanto,
remendar sus palomas.
Buscaba donde aliviar sus estertóreas pesadumbres,
gloria para sus pasajeros.
Se mantenía al ritmo de nuestros fierros,
envejeciendo en medio del carbón,
encadenándonos a una noche
con espectral escolta al reclamo de mi tinta.
Bostezaba nuestro aire,
su humo desmembraba al viento
y hacía volar mi pluma sobre el papel:
Tren de palidez roja
de humedad que conspira sin armas,
sin ropas, sin piel para cubrirse del relente,
sin otra piel que no fueran sus ideas.
Rostros en las arenas del tiempo
exfoliando la historia
para subir las cortinas, erguir las letras
en la humedad de la sangre.
En la sangre húmeda aún de los cadáveres,
de los malheridos.
Regresan los demás pasajeros,
regresan para decir adiós cuando el alba susurra
en aquel pedazo de España.
Se desdibujan los quejidos que renuncian al silencio
y al tinte que ha manchado a la patria
para luego hablar el lenguaje ahogado de los muertos
desde el tren que agoniza cada noche.