Nadie dice nada
Su nombre era conocido en cualquier calle,
por eso él pujaba por semblantes
y tejía trajes.
Tú, amigo mío, no eras nadie,
vendiste tu rostro al oír su «es sencillo»,
y aceptaste el traje y los billetes como un niño.
Cogiste sus grilletes y lo llamaste libertad.
Te rodearon el azufre y las ganas de ser más.
Empezaste a repetir «yo no sé nada».
Y allí estabas,
tú, sin saber nada,
con la cocaína cortada.
¿Recuerdas el dinero?
Iba a ser «rápido, discretito».
Él te regaló una sonrisa,
un «prometido».
Y tú lo habías cogido.
¡Ay, amigo!
Después te encontró el ruido,
el bochorno de la gente,
el aire contenido,
las manos te señalaban:
«Ese es el traficante
de la zona de La Rambla».
Y nada quedó para nadie
cuando te llevaron donde todos callan.
Sólo un silencio que gritaba,
cuando él se puso otra ropa
y nadie dijo nada.
¡Nadie dijo nada!
Y él pujó por otra cara.
Y yo no dije nada.