127- Solo en el frente. Por Maurice Kraft
- 24 octubre, 2012 -
- Finalistas del certamen, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, batalla, relatos
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La oscuridad era tal que empezó a dudar si no se habría quedado ciego. Sus oídos, sin embargo, se hallaban saturados de sonidos terribles que se solapaban en una sinfonía estremecedora. Balas silbando por encima de su cabeza. Explosiones lejanas. Tableteo de ametralladoras. Gritos ahogados de dolor. Miró a su izquierda, luego a su derecha, pero siguió sin ver nada, hasta que súbitamente una explosión de fósforo convirtió la noche en día y le permitió distinguir, brevemente, los rostros desencajados de sus compañeros, aterrorizados como el suyo y blancos como la muerte. Frédéric, Yves, Jacques. Al otro lado, René y, algo más allá, aplastado contra la tierra de la trinchera, Jean Paul. De repente, silencio. Se palpó el rostro, empapado en sudor. Tardó unos segundos en darse cuenta de que había sido solo una pesadilla. La realidad era distinta, al menos en parte. No había balas, no había gritos, no había bombas de fósforo. Pero había oscuridad, y estaba en una batalla. Y, desgraciadamente, no había compañeros. Estaba solo. Salvo, por supuesto, por el penetrante sonido que había vuelto a interrumpir su sueño.
François se maldijo en silencio. Había innumerables casos en la Historia, lo sabía, en los que una fuerza teóricamente superior había sido derrotada por haber menospreciado a su rival. Los persas en Maratón, superados por un ejército de griegos tres veces inferior en número. Los franceses en Crécy, durante la Guerra de los Cien Años, que se habían visto sorprendidos por la potencia de los arcos ingleses y habían sido humillados, a pesar de contar con ventaja numérica de tres a uno. Incluso su admirado Napoleón había infravalorado al ejército español en la Guerra de la Independencia, y éste se lo había pagado haciéndole la vida imposible utilizando la socorrida táctica de la guerra de guerrillas. Y se suponía que la Historia se estudiaba para aprender de ella. Chasqueó la lengua inconscientemente, sacudiendo la cabeza en la oscuridad. La Historia se estudiaba para aprender de ella, sí. Y él no había aprendido nada. Custer en Little Big Horn, que había atacado sin esperar los refuerzos planeados, buscando ser protagonista único de una victoria legendaria. En lugar de eso, se había encontrado con tres mil indios Sioux y Cheyenne que masacraron a sus apenas trescientos jinetes del insigne séptimo de caballería. El único consuelo de François era que en su caso no había sido la búsqueda de gloria lo que le había hecho cometer un error fatal, sino un ideal mucho más noble: la defensa a toda costa de la vida. Pacífico y pacifista por naturaleza, François edificaba el templo de sus principios sobre dos firmes pilares. El primero, la convicción de que un conflicto armado solo debía plantearse cuando la búsqueda de una salida por la vía pacífica se hubiera agotado. El segundo, la certeza de que incluso en el inevitable caso de un conflicto, acabar con la vida de un rival no era éticamente aceptable porque siempre se podía negociar una rendición digna. Por eso François había dejado escapar a su enemigo tres noches atrás, cuando estableció contacto visual con él por primera y única vez y había tenido su vida en sus manos. Moralmente, por tanto, quizás podía considerarse por encima del general Custer. Pero eso importaba poco, porque en la práctica su error también estaba a punto de llevarle a la derrota. De repente el agudo sonido cesó y la noche, arropada por el silencio absoluto, pareció más oscura. Miró su reloj: las tres y dieciséis. Se dijo a sí mismo que tenía que aprovechar esos instantes de tranquilidad para dormir. No fue necesario repetírselo: después de tres noches de angustioso duermevela su cuerpo estaba tan cansado que aprovechaba la más mínima pausa para intentar recuperarse.
De nuevo, el intenso sonido lo despertó sobresaltado. Esta vez parecía provenir del interior de su cabeza. Miró su reloj: las tres y veintidós minutos. Maldito hijo de puta. Seis minutos. Los intervalos de sueño cada vez eran más cortos y más espaciados. François recordó el comienzo de su calvario, tres noches atrás. La primera vez que el desagradable zumbido lo despertó no podía imaginar lo que vendría después. Recordó con frustración que aquel había sido el momento en el que había establecido contacto visual con su enemigo. Durante unos instantes estuvo a su merced y, sin embargo, lo había dejado escapar con el absurdo convencimiento de que él sabría apreciar su gesto. Habían firmado un acuerdo tácito, pensaba François. Yo no te mato, tú desapareces. Su rival, sin embargo, no parecía haberlo entendido así. François sonrió en la oscuridad, indignado ante su propia inocencia. Ahora sabía que en la guerra no había sitio para acuerdos tácitos. El penetrante sonido cesó de repente y François consiguió dormir otros cinco minutos. Luego, diez minutos de zumbido más y cuatro de sueño. Después, once y tres. A las cuatro y diez su rival le dio un respiro y le permitió dormir durante casi quince minutos seguidos, pero luego, para su desesperación, el sonido se prolongó durante más de media hora. La primera noche aquello le había parecido totalmente aleatorio y en ningún modo intencionado. Ahora sabía que, de nuevo, había infravalorado a su rival, no lo había considerado suficientemente inteligente como para orquestar una estrategia de lucha psicológica tan compleja. Pero ya no le cabía la menor duda de que los intervalos estaban estudiados para infligirle el mayor daño, permitiendo a su cuerpo relajarse unos instantes para devolverlo después a la cruda realidad de la vigilia. Privación de sueño, lo llamaban. François había leído algo sobre ello. Se consideraba un tipo de tortura y algunos ejércitos lo utilizaban como técnica para los interrogatorios. Recordó que cuando leyó aquello había sonreído con escepticismo, porque no entendía cómo podían calificar de tortura algo tan simple. No dejar dormir a alguien no podía estar al mismo nivel que las quemaduras, las descargas eléctricas, las palizas o cualquiera de las barbaridades que se cometían por ahí. Ahora, sin embargo, casi firmaría que le quemaran la piel con un cigarrillo encendido si después le permitían dormir una noche completa.
A las cuatro y cuarenta y tres minutos, al límite de su aguante, empezó a plantearse algo que el François de tres días atrás ni siquiera habría llegado a considerar remotamente: el uso de armamento químico. Prueba de la debilidad de su cuerpo y, sobre todo, de su mente, sus reparos morales tan solo consiguieron oponer resistencia durante nueve minutos. A las cuatro y cincuenta y dos le había dado la espalda a uno de sus más arraigados principios y estaba preparado para utilizar el gas venenoso contra su enemigo. Tetrametrina, siniestro heredero del tristemente célebre gas mostaza de la Gran Guerra. Mientras esperaba a que el martirizante sonido comenzara de nuevo para intentar acotar la posición de su adversario intentó desterrar de su mente las imágenes de los soldados en las trincheras de su amada Francia muriendo entre convulsiones, arrastrándose por el barro mientras el veneno invadía sus pulmones y quemaba su piel. Por fortuna, la espera duró poco. Al menos, no lo suficiente como para permitir germinar el sentimiento de culpabilidad que luchaba por brotar en los últimos minutos. Como si estuviera desafiándolo, el zumbido retornó con más fuerza que nunca. Mejor así, pensó François, a la vez que operaba el mecanismo que liberaba el gas y mandaba una buena salva hacia el lugar de donde procedía el penetrante sonido.
A las cinco y treinta y dos minutos iluminó el campo de batalla, como había hecho tantas veces durante las últimas tres noches. Se levantó de su puesto y permaneció de pie en el centro geométrico, atento a cualquier movimiento. A las cinco y treinta y cinco estableció contacto visual por segunda vez con su enemigo. Desconcertado por la sorpresa, François permaneció quieto durante unos segundos, calibrando la situación. A las cinco y treinta y seis tuvo la convicción de que la victoria era suya. Sin duda, el compuesto gaseoso (tetrametrina 0.23%, d-fenotrin 0.10%, disolventes y propelente c.s.p. 100%) había cumplido su siniestra misión. Su adversario, todavía vivo, parecía demasiado confuso como para realizar cualquier movimiento de evasión, mucho menos de ataque. Repentinamente invadido por un sentimiento de benevolencia, reminiscencia del François de tres días atrás, estuvo a punto de ceder a la tentación de perdonarle de nuevo la vida. Pero no, no cometería el mismo error una segunda vez. Tres noches en vela le habían enseñado a no tener piedad. Se acercó despacio y, a las cinco y treinta y siete, por fin, aplastó el mosquito, dejando una mancha roja de sangre –su propia sangre– en la pared del dormitorio.
Enhorabuena, Maurice, por estar ahí donde te mereces, entre los finalistas. Este ágil relato de sorprendente final se merece lo mejor.
Mucha suerte,
Isótopo
Enhorabuena, MK
Muy bien construida la ambiguedad, excelente el giro final. La segunda lectura muestra que no hay fisuras mientras entono «?cómo no sospeché del ‘zumbido’?» Nada mejor que un final que no se ve venir.
Bien por la frescura y la originalidad.
¡Muchísimas gracias a todos! Esto ha sido de lo más inesperado. Por falta de tiempo tenía muy abandonado el foro, hacía semanas que ni siquiera entraba, así que la sorpresa ha sido aún mayor. Anoche cuando me enteré fue una inyección de moral, y además muy oportuna porque me acababan de meter 6-1 y 6-1 al pádel. Sí, lo sé: ¿qué tendrá que ver la velocidad con el tocino? Pues eso digo yo, pero los que somos de autoestima frágil somos así…
Vaya, vaya. Mi vulcanólogo favorito entre los quince finalistas, y yo, la misma «bocas» de siempre, dando consejitos.
Maurice Kraft, celebro que tu excelente relato esté aquí, con su impecable factura, con el toque perfecto de humor, con la frescura y el descaro que ha enamorado al grupo de lectores. Una felicitación enorme, caballero. Espero vernos pronto en un relato de volcanes con sonrisas contagiosas. En papel, a ser posible.
Enhorabuena y mucha suerte en la finalísima.
Mi querido Maurice Kraft:
Ha sido para mí todo un placer encontrar tu relato entre los finalistas!!!!
Es un gran cuento, con una redacción impecable y se merece todos los laureles.
Te deseo lo mejor para llegar al triunfo final.
Un fuerte abrazo y un beso.
Enhorabuena por haber logrado poner un relato de este estilo en la final. Es muy complicado hacerlo entre tanto escritor consagrado con vocación de crítico pero cuando algo es bueno, es bueno. No necesitas palmeros. Mucha suerte.
¡Enhorabuena! sabía que estarías en la final…pálpitos que tiene uno. Un abrazo
Te esperamos en la vieja bodega…¡Fiesta!
srečo
Me he encontrado en muchas de esas batallas y he utilizado todo tipo de armamento, ligero y pesado, pero ese ejército tiene muchos efectivos y vuelven cuando menos lo esperas, atacando sin piedad. El armamento químico a veces no es sufiente. La zapatilla deja huella. La toalla ni te digo, arrastra el cuerpecín por varios centímetros en la pared. No estás solo. Unamos nuestras fuerzas. Mucha suerte.
Mi voto y sus estrellitas son para ti.
Un relato excelente.
Hola Maurice
A mí también me has desconcertado, no esperaba ni por asomo un final así. Parecía que después de meternos en el mundo bélico, con escenas donde vale todo con tal de acabar con el enemigo, el final tendría moraleja. Creo, además, que está bien escrito, ya digo que a mí me parecía que podía ser un relato antibelicista al uso. He pasado un rato aterrorizada para acabar con una risotada.
Enhorabuena Maurice
Maurice Kraft:
Ahí te dejo mi voto con diez estrellas.
Es por tu forma de escribir impecable, por tu mensaje y por el buen humor que repartes.
Un achuchón, un beso, un abrazo.
¡Ah, Maurice Kraft! ¿Qué lenguaje queréis que llene la boca de don Juan? Hasta que mi papel aquí concluya no podré servirme sino de lo que se me enseñó… Mas no os sintáis obligado a mi estilo respetar. Envenenado me tiene el muy cruel. Ha mucho que me hirió y es bebedor insaciable. Cuidaos, pues, de él. Mal siglo éste para usar palabra antigua.
Don Juan, Rulfo, Siempreviva, sacha: muchas gracias por leerme. He pasado una semana de locos y no me he podido conectar hasta ahora. Siempre es un placer encontrarse comentarios, y mucho más si son tan amables como los vuestros. En venganza, voy a por vosotros. A ver si me da tiempo a leeros antes de que saquen a los finalistas, que luego nos da el bajón (menos a los empollones que estén en la lista, claro).
(Don Juan, ¿hablas siempre así? Te envidio, yo intenté hacerlo un día con un amigo, después de ver ‘La venganza de don Mendo’ y todo lo que nos dijimos esa tarde fue ‘Me voy a comer una cuña, porque me duele una uña’).
Me gustó mucho, y lo veo como la historia de una claudicación, al final sólo tenemos los ideales que nos podemos permitir. Y lo de menos es que se trate de un mosquito.
La impostura recuerda a Mamet.
Y algunas líneas a Conrad.
Enhorabuena.
Me parece una gran narración con un final sorprendente.
¡Suerte!
La verdad, puede que sea muy sencillo y anecdótico el final. Y quizá tenga razón quien lo dice. Pero es mortal. Sinceramente no me lo esperaba. Y después de pensar un rato, creo que el motivo de que una simple anécdota se convierta en un final explosivo, puede estar en la narración. Yo estaba tan sumergido en las incidencias de esa guerra donde el protagonista, finalmente, abandona sus consideraciones morales para sobrevivir, que ¡zas!, de pronto termina dándole el puñetazo al mosquito, y se acaba el cuento. Muy ingenioso Maurice.
Mucha suerte en el certamen
Admirable relato el vuestro,¡voto a bríos!
Estilo vigoroso,contundente. Me habéis metido en el fragor de vuestra batalla.(¡Tantas viví yo,tiempo ha..!)
Buscaré, si me permitís, un epitafio para tal meritoria hazaña. Y suprimiré a vuestro insidioso insecto,al que no doy tregua alguna. Él os mató un poco,mal que os pese.
Mis mejores consuelos os dejo por si no ganáis vuestra medalla:
“Llamé al Cielo y no me oyó;
y, pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el Cielo, no yo”
Hay muchas puertas.
Y algunos cielos.
Muchas gracias, Isótopo y Sol, por vuestra lectura y vuestros amables comentarios. Me enorgullece particularmente haber pasado por un gran conocedor de la historia, cuando no llego a aficionado. Los datos de los conflictos están sacados de la wikipedia, lo cual me hace valorar mucho más a los clásicos, que no tenían tan fácil como nosotros el acceso a toda la información que hay hoy. ¡Esos sí que eran cultos!
Abrazos y mucha suerte con vuestros relatos.
Mau
Excelente… es poco.
Bien narrado, con su gran conocimiento de la historia, usted me ha hecho viajar de batalla en batalla, avanzando de trinchera en trinchera, haciéndome preguntar si se trataba de un soldado raso o de un gran general con estrellas.
Gas mostaza, bombas de fósforo, proyectiles que vuelan para aplastar al enemigo. Y seguía preguntándome primera guerra… no, no. ¿Segunda quizás? ¿Es esto una instantánea de un combate olvidado? Y hace ese giro magistral.
Bravo, Sr Kraft.
Convencida pacifista, sólo la maestría de un gran escritor ha podido atraparme en este fuego cruzado de estrategias pensadas en trincheras. Y la misma pacifista se alegra y se ríe cuando llega el desenlace, alivio inesperado que no ha llegado a intuir entre los retazos de historia esparcidos a lo largo de las líneas.
Muy bueno, sí señor. Felicidades,
Isótopo
Mi estimado Sr. Kraft, parte de su ejemplo no es válido: en la música coral se utiliza un instrumento que todos usamos a diario, especialmente para contar historias. Y no sabes la de aspirantes a monserratcaballés que se presentan a los concursos: cienes y cienes. Eso sí, la mayoría se han dignado pasar por pruebas, escuelas y conservatorios antes, cosa que agradecerán los jurados de tales eventos. Porque, al fin y al cabo, es más fácil cerrar los ojos que los oídos.
Por lo demás, aunque estamos todos bastante de acuerdo, a mí me encantaría tener su saber estar y su exquisita diplomacia. La frasecica esa de la gaita me la voy a apuntar, con el permiso de Vulcano.
Muy bueno, el artículo. Lo leí anoche y al principio estaba totalmente de acuerdo. Esta mañana, sin embargo, he estado reflexionando y creo que se puede matizar. La literatura es, por supuesto, una forma de arte, pero ofrece una peculiaridad que no tienen la pintura y la música: mientras estas últimas utilizan instrumentos que nos son ajenos en la vida cotidiana (pinceles, lápices y, valga la redundancia, instrumentos musicales), la literatura hace uso de algo tan familiar como las palabras. A nadie en su sano juicio se le ocurriría subirse a un escenario a dar un concierto sin saber música –al menos estando sobrio–, pero todo el mundo es capaz, en una medida u otra, de contar una historia, porque todo el mundo hace uso de las palabras en su día a día. Imagino que por eso hay doscientos cincuenta participantes en un certamen de relatos cortos, pero no habría ni una décima parte en un concurso de músicos solistas. Dicho lo cual, coincido con el artículo y (creo) contigo en que las críticas muchas veces no son sinceras. Yo, sin embargo, tengo la conciencia tranquila en ese sentido. Por una parte, porque intento hacer notar lo que no me gusta, si bien convenientemente suavizado y alternándolo con lo que sí, que siempre suele haber algo (reconozco, sin embargo, que si un relato me parece realmente desastroso directamente no lo comento, para no meterme en jardines). Por otra, porque creo que haría lo mismo si me encontrara con un músico insufrible, aunque probablemente en lugar de decirle que su gaita ha perforado mi tímpano le haría notar que no entiendo de música escocesa, pero que eso en Braveheart no sonaba así.
Un saludo
Maurice
Me pareció muy pertinente este artículo y quise compartirlo con vosotros:
http://rescepto.wordpress.com/2008/03/23/garabatos/
Oh, de nada. Pero conste que he dicho «si me lo regalase», ¿eh?
Claro que, bien pensado, igual cabreábamos un poco más a Gael…
Cuando sea mayor, yo también quiero ir a los volcanes. Le pediré instrucciones, sr. Kraft.
Excelente relato Sr. Kraft y con una excelente redacción. De verdad lo felicito.
Ummmm… Muy interesante, lo de no nombrar al mosquito… No se me había ocurrido… El problema que tiene uno cuando escribe algo así (seguro que te has visto antes en una de estas), es que no debe dar demasiadas pistas para no estropear la sorpresa, pero tampoco puede quedarse corto, para que se entienda. Una de las pocas cosas que tenía claro cuando escribí esto es que tenía que nombrar al culpable una sola vez, al final, para desvelarlo todo. Pero con tu sugerencia, ni siquiera eso sería necesario. Es la mar de elegante. Muchas gracias.
Muchas gracias, Yaguareté. Me sonabas a postre lácteo, y resulta que eres un felino, mira tú qué cosas (¿…qué haríamos sin el Google?). Me alegro de que te haya gustado. Yo tengo el tuyo en mi lista, con unos cuantos que también son muy apetecibles. Sólo me falta sacar un poco de tiempo para poder ponerme a leer tranquilo.
Un saludo
Maurice
Por supuesto, yo siempre lo he entendido así. Y además me ha hecho mucha gracia el comentario. No sé si ‘imbécil pseudointelectual’ sería el término clínico más correcto, pero está claro que a este hombre le pasa algo.
Muy sagaz con lo del volcán. Han sido varios: Strómboli, Etna, Vesubio, Teide, Isla Decepción… Son sitios que impresionan y que nos hacen darnos cuenta de lo pequeños que somos. Creo que no han sido inspiración directa (al menos consciente) para este relato, aunque sí para otros. Pero eso… es otra historia.
Muchas gracias por los comentarios.
Espero que el desconcierto no se deba a que me he expresado mal y que lo de imbecil pseudointelectual se entienda que está aplicado al protagonista del cuento, ese que mira a los ojos del mosquito y le propone una rendición digna.
Por si acaso, que quede claro.
Reitero mi admiración a Maurice Kraft y me gustaría saber a que volcán se ha asomado, por si acaso encontró el talento allí y puedo yo intentarlo…
Es usted un sinvergüenza y un descarado, Sr. Kraft. Ha conseguido engañarme durante todo el relato, sufriendo por el pobre soldado. Escuchando el zumbido de las balas muy cerca de mi cabeza, sufriendo por mis compañeros, muertos seguro… Con el alma perdida en oscuridad.
Y, en fin, no sé si me he reído al final, pero, antibelicista por encima de todo, he sentido un tremendo alivio.
Si me regalase el relato, sólo cambiaría una cosa (ah, sí, su frescura tiene el precio de un «pero», qué menos): no nombraría al mosquito. Simplemente diría «Lo aplastó» y lo de su propia sangre en la pared, eso sí.
Enhorabuena.
He leído el cuento y los comentarios, y el de «El asesino de Morfeo»! me ha dejado tan desconcertado como el final del relato. Interesante lectura, muy bien escrito y con final sorpresivo. Y no te preocupes Lovecraft, que el tuyo tambien es muy bueno.
Solo un imbecil pseudointelectual puede montarse una paja mental como ésta ante un mosquito y solo un grandisimo escritor puede sacarle provecho a un gilipollas como el protagonista de Solo en el frente. Enhorabuena.
PD: ¿Que fué de Frédéric, Yves, Jaques y Rene? supongo que tenían la cara desencajada por el esfuerzo de aguantarle y por eso le dejaron solo…No se, me tienen preocupado.
No, hombre, cómo vas a provocar malestares… Si esto es lo bonito de la vida, que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre y tenemos gustos distintos. De todas formas, yo buscaba un final sorprendente, pero no lo calificaría de chiste. El relato es más serio de lo que te ha parecido, porque dibuja a un personaje apasionado de la historia –y, más concretamente, de la historia de la guerra–, pero que lleva su afición a un punto que lo atormenta, seguramente a algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo (o algo así, si algún psiquiatra pasa por aquí que me perdone). Probablemente sus disquisiciones mentales serían parecidas si se estuviera tomando un plato de sopa.
En cualquier caso, muchas gracias por leerlo y opinar.
Un abrazo
Maurice
Hola,Maurice Kraft. Te felicito por tu relato, muy bien escrito, correctamente documentado, el manejo de la tensión es otro logro, pero… Infortunadamente para mí, el final echó un poco al trasto lo que venía leyendo, el gusto que me provocó. A algunos les parecerán maravillosos, simpáticos, curiosos esos giros inesperados; en mí malogró la buena impresión. Al final lo convertiste en una simple anécdota, casi que un chiste, y espero no provocar malestares: «Se acercó despacio y, a las cinco y treinta y siete, por fin, aplastó el mosquito, dejando una mancha roja de sangre –su propia sangre– en la pared del dormitorio».Pero bueno, finalmente hay variedad de lectores, cada quien buscando «algo» en lo profundo de cada cuento que encontramos en el camino. éxitos en el certamen, Maurice.
¡Cielos! Entro en el foro para ver si ya han subido mi relato y me encuentro con todo esto… Muchísimas gracias a todos, vais a conseguir que me vaya a la cama sin apoyar un pie en el suelo. Aunque creo que os habéis pasado: leo lo de escritor consagrado y me da la risa floja. En cuanto a lo del seudónimo, Agatha, tiene su historia, pero ahora mismo no puedo contártela porque igual me salto alguna regla del certamen. En cuanto pueda, te lo explico.
Muchas gracias de nuevo y mucha suerte en el concurso.
¡Puñetero! Acabas de reventar todas mis posibilidades de conseguir algún éxito en este certámen
Maurice Kraft:
Veo que te gustan los seudónimos rimbombantes. Eso nada tiene que ver con el relato, pero quería decirlo.
Qué he visto en este cuento: nos paseas por campos de batalla, nos haces sentir el fragor de la guerra, lo desesperado de los compañeros… Recorremos datos históricos, vemos lo poco que aprende el hombre de sus errores, pues vuelve a caer en ellos. Luego das el alerta, es sólo un sueño. Ahí comienza mi duda, qué estará sucediendo, quién lo somete a semejante tipo de tortura horrenda si las hay.
Un final estupendo y una redacción exquisita durante todo el relato que delata a un verdadero escritor. Mis felicitaciones.
Buenísimo. Si hubiese portado un sombrero en este momento, me habría descubierto en un sincero gesto de reconocimiento. Gustarán o no gustarán los temas bélicos, habrá a quien le parezca que este relato «no dice nada», pero nos encontramos ante una obra maestra de la narrativa corta. No se si llegarás a la final, pero eso no importa ahora mismo. Ya has ganado. Y para los que se ofenden porque se le corrigen unas cuantas minucia ortográficas y gramaticales, aprended del maestro Maurice Kraft. Así es como escribe un escritor consagrado.
¿Qué mas puedo decir?
Buenísimo!!! Desconcertantemente bueno, Maurice. ¿Me permite que le llame Mau?
Durante el principio del cuento el lector se acomoda y asciende al cielo para observar bien desde allí la escena. Hacia el centro del relato, me preguntaba si sería posible que el cuento fuera tan negro que el enemigo pudiera haberse introducido en el interior de Francois, poseyéndolo, y hacia el final, un poco antes, ya lo imaginaba con una mascara de gas…El final inadmisible. Digo inadmisiblemente bueno!!!
Enhorabuena, Mau. Mucha suerte aunque creo que no la necesita.
Un aplauso para el compañero!!!