Comer perdices. El príncipe encantador.
Erase una princesa de cabellos de luna, heredera de un palacio de plexiglás rodeado de un huerto de manzanos de papel cartón. Erase una princesa que lo tenía todo menos el amor. Para combatir el aburrimiento contaba manzanas. Una tarde oyó una voz viril que la llamaba por su nombre. ««Tontilina de Bendurm, préstame atención»». La princesa se adentró en el huerto buscando al dueño de la voz, hasta que llegó a una alberca que a ella le pareció de onix. La voz volvió a sonar con un eco de elodea. «Te estaba esperando, Tontilina. Toda la vida he pensado en ti. Eres la mujer de mi vida». La princesa se ruborizó y su corazón empezó a latir. ¿««Quién eres. ¿Dónde estás»»? ««Soy un príncipe encantado bajo una apariencia repugnante, pero si me besas conocerás mi belleza y apostura; y te regalaré cuatro huertos de manzanos más grandes que este»». Tontilina pensó en los pretendientes calvos y barrigones y le dijo. ««Sál, no me asusta tu fealdad»». El sapo se mostró tal como era. Y ella se decidió a besarlo con los ojos cerrados. Pero en ese momento el príncipe encantado se la comió y se dispuso a hacer la digestión.
María Isabel Peral del Valle