La bella y la bestia. Por Margarita Wanceulen

             Al principio fueron solo escarceos, juegos de niños, manotadas. Al final, una lucha encarnizada entre dos miembros de diferente especie: “ El Hombre y el animal “, qué gran título, pensé.

             Yo, a los animales, no les concedo el estado de gracia que algunos soplagaitas les atribuyen: “ Que si tienen sentimientos, que si son como nosotros “, pamplinadas. ¿A quién se le ocurriría pensar tal cosa salvo a cuatro mujerucas y a algún zángano macho?.

             No. Ellos tienen su sitio y nosotros el nuestro. Lo demás son monsergas. La especie humana es superior. No hay más que ver nuestra Historia.  Bueno, en fin, no, mejor no, la Historia no…

             Bueno. Nuestro comportamiento. Seguimos unos patrones racionales, seguros, coherentes, somos leales a nuestros afectos. ¿ Leales?. No, mejor no. Leales no es la palabra. Confiables. A lo peor tampoco confiables es la palabreja…

             Bueno, caray, que estamos para ayudarnos los unos a los otros. Dejémoslo ahí.

La lucha encarnizada comenzó con la abeja cuando intentó colarse en mi jarra de cerveza.

             Mientras tanto, en la televisión panorámica de mi sala de estar, ofrecían mi programa favorito. En él, un señor calvo y feo sin remedio, a cambio de unos milloncejos, exponía ante una gran audiencia hipnotizada, los pormenores de su curiosa trayectoria vital. Se había acostado con su cuñada, la hermana de su mujer. Una señora ya casi anciana, con cara de lela, que le animaba a contar sus extraordinarios secretos, ya que cuanta más porquería mostrara, más dinero se llevaría para casa.

             En esto estaba, mientras la abeja dichosa hacía auténticos esfuerzos por colarse en mi cerveza.

             No tuve compasión. La dejé que entrara y con la mano izquierda, le taponé la salida.

             Observé cómo avanzaba hacia el líquido, cómo hacía intentos por salir, intentos que yo abortaba dándole un par de sacudidas al vaso.

             Disfruté al final viendo cómo se asfixiaba, cómo se ahogaba.

             “ La especie superior ha vencido “. Eso exclamé en voz alta, mientras se me escapaba un gran eructo de satisfacción que inundó todo mi salón de estar.

Margarita Wanceulen

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