Sobre la brevedad de la vida
En literatura, no hay recurso más inagotable que el tema de la muerte. Una de nuestras grandes preocupaciones como individuos va ligada no sólo al hecho de morir, sino de hacerlo sin haber vivido antes plenamente.
A medida que envejecemos, vamos descubriendo que la vida es una sucesión de estadios, tan efímeros, que pasan igual que un resfriado, una tormenta, un parpadeo: tan deprisa, que nos cuesta creer que hemos llegado al fin en mucho menos tiempo de lo que pensábamos. No sabemos si el culpable de este trampantojo es ese huir constante de la naturaleza esquiva del tiempo, o, simplemente, la concepción que tenemos de él…
Procesos de millones de años como las eras geológicas contemplan los cambios de la Tierra, la vida y muerte de las estrellas o el Universo, y, sin embargo, nuestras vidas no tienen más trascendencia que la que nos empeñamos en otorgarles.
Danzamos en el Cosmos en una cáscara de nuez. La memoria, los recuerdos y nuestros seres queridos son los únicos testigos, las pruebas irrevocables de quienes somos y fuimos.
De este efímero viaje tratan los poemas que vienen a continuación.
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Ante la brevedad
La brevedad es leona hambrienta
y al acecho. Si el corazón dejas
expuesto, cuando quieres recobrarlo
lo ha deshecho.
Depredadora inocente, la brevedad
no amaga rencor ni alberga arbitrio;
en sus fauces trasciende nuestro ser
y sacia su voracidad sin signo.
La brevedad se agazapa,
nos persigue -¿sin azar?-,
con hastío nos obliga a regresar,
desandando todo el trecho que anduvimos
buscando al amigo que se fue;
al ser amado al que perdimos,
o esa cándida prímula, marchita,
que expulsamos sin piedad de algún bolsillo.
Aquí desaparecen
los indicativos,
no viene nadie,
no queda nadie,
todos se fueron.
La vida se rompe. ¿Qué creías?
Cruzamos las manos y el cariño,
ahora,
¡este instante de estar vivos!
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Profesión de retina
Esta absurda profesión me tiene en vilo;
pintar el alma con el saber del ojo
es un residuo de experiencia ante la vida
aunque no sé si soy retina enfrente del papel,
colgada boca abajo en las palabras,
para vivir sin vida en otro orden
a un valle de silencio y de migrañas…
Soledad asciendo, lenta y desairada,
el viento azul se ríe, mece sus enaguas;
al tiempo que los paisajes la despiertan
yo pongo a mi retina a hilar sus faldas…
Y ya sé:
nuestra vida es copa amarga
y nos desborda.
No hay vacante en el oficio ni mirada
si no sabemos ver al otro
y entender
dónde la hondura de su espina
se desangra.
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Efímeros, leves, nimios
Si somos leves, tan nimios,
¿porqué esta belleza que no alcanzamos
en nuestro deambular homínido y distorsionado?
¿Por qué el color, la textura, el diseño, la dimensión y los sentidos?
-¡Óyeme, retina: si alcanzas otra noche el cielo
cual admirado piojo en la calva de su hospedador,
recuérdame que no te cierre el párpado,
y al transitar por el corto trayecto de la carne
no ignore la belleza infinita del cosmos
en nuestra calva estrellada!
María José Martí-López (Majomar)
El tiempo, siempre el tiempo. ¿Qué sería de nosotros si no existiera? ¿Podríamos vivir fuera de él? ¿O estamos condenados a que nos destruya?…
Sé que hay momentos donde la vida es una pesada carga y que lo que mejor nos define son los versos de nuestra gran poeta del tiempo y… de la muerte: «Soy un fue, y un será, y un es cansado». Pero también sé que las personas sensibles, intensas y románticas conocen la hermosura que subyace en la vida, y descubren que mientras se marchita una rosa, otra está brotando, y se afanan por crear belleza con la magia de las palabras, y todavía encuentran ilusión en escribir poemas preciosos como estos que nos regalas. Un abrazo con toda mi energía.
Qué fértil es la introspección para un ecritor; qué nutriente el interrogante trascendental del ser, o lo efímero y abrumador de la existencia.
El fruto está bien claro en tí Majomar. Enhorabuena por estas magníficas poesías.
Un abrazo.
Somos energía. La energía no se crea ni se destruye, tan sólo se transforma. Me gusta pensar que también nos transformamos, ¿en qué? he ahí el misterio. Yo de misterios sé poco, -igual que de todo lo demás-, aunque elucubre a veces haciéndoos creer que entiendo de algo. Gracias por apoyar mi trabajo, -Carmen, Amelia-. No soy merecedora de vuestros elogios. A pesar de mi pesimismo, espero haber transmitido también en estos poemas esa esperanza indestructible que sigo guardando en mi bolsillo, que todos guardamos siempre en algún lugar.
Sentimos que nuestra vida es importante, no un grano de arena en el desierto. Démosle, pues, sentido y sumémonos a ella para de algún modo permanecer.
Besos agosteros.
Quizás ahí radique nuestro pecado más grande como seres humanos. El creer que somos importantes, porque no vemos, porque no somos capaces de mirar más allá de lo que somos. Nuestras limitaciones nos ayudan a conformar nuestra realidad personal, histórica y social.