El precio de una palabra. Por María José Martí (Majomar)

Harper Lee recibiendo la Medalla Presidencial de la Libertad en 2007

Harper Lee recibiendo la Medalla Presidencial de la Libertad en 2007 de manos de George W. Bush

No hace mucho tiempo, corría por facebook la cita de un famoso escritor que decía:

«Todo el mundo sabe el precio de todo pero el valor de nada».

La mayoría de los lectores de la red social seguirán quedándose igual aunque la lean mil veces, pues las palabras  –dirán– son sólo eso, palabras. Se las lleva el viento, y, si no tienen precio, no importan a nadie. Hoy en día, sólo los amantes de las palabras invertimos tiempo en sembrarlas o cosecharlas, buscando significados de valor en ellas. Son palabras que no tienen precio porque son gratuitas: nacen del amor por la escritura, de la necesidad de transmitir.

Parece una paradoja que en los tiempos que corren todo tenga precio y, en cambio, tanta gente escriba por amor al arte. La pregunta es: ¿cuánto puede llegar a pagarse por una palabra? Ese es el desafío de hoy: por ello los invito a recorrer este accidentado trecho en pos de la respuesta. Para ello, nos adentraremos en la historia que está copando las páginas de novedades editoriales en periódicos y revistas: Harper Lee, una escritora estadounidense de 89 años, publica su segunda novela.

Nacida en 1926, en Monroeville (localidad rural del estado de Alabama), la señorita Lee saltó a la fama en los años sesenta por su novela Matar a un ruiseñor, que se convirtió en un best seller casi instantáneamente y hoy es considerada un clásico entre los clásicos norteamericanos. Como aquí creemos que la creación de una «obra maestra», «un clásico» o un «superventas» como el suyo es casi la consecución de un milagro, sería interesante seguir su caso de resurrección post mórtem en el mercado literario.

Harper Lee, el anciano ruiseñor que evoca un pasado lejano, vuelve a cantar trayéndonos bajo las plumas una novela. Por si alguien dudaba de su capacidad de atracción, bastará recordar que se han vendido alrededor de cuarenta millones de ejemplares de su Matar a un ruiseñor desde que en 1960 saliera a la luz la primera publicación.

La expectación generada tras 55 años de silencio de esta autora es comparable al descubrimiento de un galeón cargado de tesoros. Sin embargo, el galeón no está en el fondo del mar, sino en Alabama. Su nombre completo es Nelle Harper Lee. Descendiente del famoso general Robert E. Lee e hija de un abogado, Harper siguió los pasos de su padre estudiando Derecho en la universidad del estado de Alabama hasta 1949. En los años cincuenta emigró a Nueva York donde trabajó para una compañía aérea mientras escribía su única y genial To kill a mockinbirdSu carrera literaria fue fugaz: escribió Matar a un ruiseñor en 1959 a la edad de 33-34 años, la novela se publicó en 1960, le concedieron el Pulitzer en 1961, y después… Harper se retiró.

Robert Mulligan llevó al cine Matar a un ruiseñor con un guión de Horton Foote, novelista que, como Harper, estaba empeñado en denunciar el racismo en los estados sureños y la situación denigrante de la población afroamericana en Norteamérica. El film fue estrenado en 1962 con el protagonismo de la pequeña Mary Badham y el actor con «cara de bueno buenísimo» más querido de Hollywood: Gregory Peck. Además del gran revuelo generado, Matar un ruiseñor se llevó el reconocimiento de la Academia de Hollywood en 1963 al ser galardonada con tres óscar.

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Del mismo modo fulminante que inició su carrera, Harper Lee emprendió la huida, poniéndose a salvo de los flashes de las cámaras y de los periodistas. Huyó de los recelos, elogios, preguntas y discusiones que ella misma –tal vez sin pretenderlo– había impulsado, alimentando un fuerte aluvión mediático de comportamiento impredecible que no tiene ningún otro nombre que éxito. Un día de 1964, Harper Lee desapareció, se fue a Nueva York. Durante decenios estuvo retirada del mundo a puerta cerrada. No todos lo entendieron, pero la gran escritora prefería ser la pequeña señora Nelle, una dama normal y corriente.

Aunque siguió realizando artículos y ensayos para la prensa americana, jamás volvió a escribir una novela. ¿Por qué no lo hizo? ¿Tal vez se sentía abrumada por la opinión pública y la popularidad? Una vez declaró en una entrevista, comparándose a un personaje introvertido y tímido de su novela que se escondía de todos:

«Es que yo siempre he sido Boo».

Boo se escondía del mundo.

Su caso nos recuerda a J.D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno, otro icono de la literatura estadounidense. Salinger falleció hace tan sólo unos años, retirado, como un ermitaño. Su obsesión por la privacidad le llevó a exigir que nadie utilizara su imagen, y no cejó hasta que sus fotografías fueron eliminadas de libros y publicaciones.

Finalmente murió en el anonimato que él mismo eligió libremente para vivir su vida. Pero –y ahora volvemos al principio– Harper Lee regresa: llevan anunciándonos su nueva novela desde febrero y la fecha para el lanzamiento de tan sorprendente regreso es esta misma semana. El dispendio publicitario se suma a generosas columnas periodísticas que ya quisieran los mejores escritores para promocionarse… y que no verán ni en pintura, a menos que pertenezcan al gremio de las rarezas como la señora Harper Lee, fósil viviente del club de los bichos raros. Estos valiosos especímenes son los autores de un único libro, como Emily Brontë con Cumbres borrascosas (1847), Margaret Mitchel con Lo que el viento se llevó, el príncipe de Lampedusa con El gatopardo (1958, a título póstumo), Fernando de Rojas con La Celestina, (Toledo, 1500), o el más reciente y fallecido John Kennedy Toole con La conjura de los necios (1980), que no tuvo el placer de ver a su sátiro y tragón Ignatius Reilly danzando como un señor zampabollos por las librerías de medio mundo. (Añadir que La conjura de los necios fue su segunda y última novela, y que surgió también envuelta en una historia interesante, aunque trágica).

Pero no olvidemos la pregunta con la que empezábamos y que tanto interés tiene en estos tiempos en que no sabemos valorar nada pero sí ponerle precio a todo:

¿Cuánto puede llegar a pagarse por una palabra de la señora Harper? ¿Estará en consonancia su valor con su precio? ¿Y nosotros? ¿Sabremos apreciar el valor de sus palabras? ¿O nos dejaremos llevar por el precio que el mercado nos imponga?

Hablemos de la importancia de Harper Lee. Para entender su éxito, tenemos que remontarnos a los años sesenta. Matar a un ruiseñor llegaba en un momento crítico para Estados Unidos. Se fraguaba en ese tiempo una renovación del pensamiento, un surgimiento de ideas llenas de promesas de cambio en voces y discursos de hombres que harían historia, como Martin Luther King. Matar un ruiseñor confrontaba dos posturas irreconciliables que en los años cincuenta-sesenta estaban cubiertas de espinas: la segregación y la integración; la igualdad y la desigualdad, el racismo y la convivencia entre blancos y negros. Postulados que parecen muy lejanos tratándose de los años treinta en que transcurre la novela de Harper. La autora retrataba la creencia extendida en muchos estados del sur de la superioridad de la raza blanca. De ésta nacía la crueldad volcada hacia el otro, el diferente, el inocente (la metáfora del ruiseñor), sin otra justificación que los prejuicios aprehendidos.

Harper despliega a través de la trama un buen abanico de experiencias de las que ha sido testigo y transforma hechos reales (como la violación de una joven que tuvo un fuerte impacto en la sociedad cuando ella era niña) desde otras fuentes en las que se ha documentado: denuncia creencias racistas en las que se apoyan las injusticias más impensables del hombre contra el hombre. Para crear el personaje, Atticus Finch, se basa en la persona real de su padre, el abogado viudo que educa a sus hijos en los valores de la igualdad y la integración racial. Atticus Finch es el abogado defensor de un muchacho negro al que se acusa de la violación de una joven blanca.

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La voz narrativa de la novela la posee la pequeña Jean Lousie, Scout, una niña de seis años. Harper recopila situaciones y vivencias de su propia vida echando mano de recuerdos de la niñez. Es la niña quien nos cuenta la historia, mientras ella, su hermano y su amigo Drill (en la vida real, Truman Capotte) viven otra historia paralela que transcurre y se entremezcla a la de los adultos, siempre en la pequeña comunidad rural de Maycomb. El héroe, Atticus, el padre idealizado de Harper Lee, es definitivamente «un hombre bueno». Estos elementos convierten el trasfondo ideológico de Matar un ruiseñor en una historia atemporal, en un referente de justicia universal para todo ser humano.

¿Qué interés tiene hoy la publicación de una segunda parte de esta novela? ¿Tendrá que ver en ello el valor de la palabra? ¿Tendrá que ver el precio? El mercado editorial se frota las manos. No es de extrañar, con todas las expectativas que suscita el descubrimiento de un galeón con la bodega cargada de cofres llenos de lingotes de oro. La pregunta es: ¿Qué tesoro tenemos? ¿Y a quién le importa?

La maquinaria pone en marcha el engranaje: el 15 de julio sale a la venta Go, set a watchman (Ve y pon un centinela). El título alude a una cita del Libro de Isaías en el Antiguo Testamento, capítulo 21, versículo 6, que dice:

« Porque el Señor me dijo así: ve, pon un centinela que haga saber lo que vea».

Lo sorprendente es que Ve, pon un centinela es un manuscrito que Harper Lee escribió antes de Matar un ruiseñor. Al editor no le gustó nada y le sugirió a la incipiente escritora que escribiera, por ejemplo, basándose en los recuerdos de su niñez, que parecían mucho más interesantes. Harper guardó el manuscrito rechazado en el fondo de un cajón, y se puso a escribir Matar a un ruiseñor siguiendo el consejo del editor. Aquel primer manuscrito ha permanecido sin ver la luz durante 55 años, hasta que una amiga (la abogada de Harper Lee) lo encontró, según dicen, en 2014 (aunque el New York Times lo niega y afirma que esto sucedió en 2011 y que la abogada oculta detalles importantes relacionados con ese hecho). En este punto, la historial real parece aproximarse a la ficción más desbordada. ¿Por qué razón un libro que se oculta, rechaza y olvida hace 55 años se lanza ahora al mercado como una bomba superventas?

He leído recientemente un artículo donde lo definen como «arqueología literaria», a tenor del descubrimiento y el lejano momento histórico del que proviene el manuscrito. Como es natural, desde que se anunció a comienzos de febrero, su publicación ha levantado todo tipo de suspicacias. La avanzada edad de la señora Harper, su mala salud y la enorme cantidad ganancial que reportará el libro son suficientes razones para dudar de que la escritora esté al corriente y desee realmente la publicación. La Comisión de Seguridad de Alabama estudió recientemente el caso para descartar que pudiera tratarse de un fraude financiero hacia la anciana, que se encuentra en una pequeña residencia, postrada en una silla de ruedas desde que sufriera en 2007 un ataque cerebral que la dejó casi sorda y ciega. Pero, finalmente, parece ser que el tema se ha zanjado tras unas declaraciones de la autora, que dijo estar al corriente de todo y contenta con que su libro saliera a la luz, cerrando así la polémica. Así que Ve, pon un centinela ya es un hecho en papel o formato digital que pronto estará en librerías y pantallas de medio mundo.

La hermana mayor de Harper Lee, Alice, murió el año pasado a la edad de 103 años. Alice se jubiló a los 100 años y en 2011 declaró, refiriéndose al delicado estado de salud de Harper y a sus sospechas ante posibles manipulaciones:

«Harper no puede ver ni oír, y firmará cualquier cosa que le ponga delante cualquier persona en la que ella confíe».

Cada cual, que extraiga sus propias conclusiones. El galeón ha sido llevado a puerto y sus tesoros suben raudos a la luz. En Amazon, la segunda novela de Harper Lee ya es el libro más vendido de la historia mediante compra anticipada, por delante del superventas de la saga de J.K.Rowling y su última entrega Harry Potter y las Reliquias de la muerte publicado en 2007. 

Un misterio inexpugnable envuelve la suma de los derechos de autor que negociaron la abogada de Harper Lee y el presidente y consejero delegado de la editorial Harper Collins. La primera edición será en inglés y tendrá una tirada de dos millones de ejemplares. Constará de 304 páginas y se publicará sin revisiones, tal como se halló en el manuscrito original. Habrá una primera tirada en español de 120.000 ejemplares. Estas cosas invitan a preguntarse, dejando a un lado el valor de la palabra, ¿cuál es el precio de la palabra? Vamos a saberlo ahora mismo, porque a los que tenemos poca competencia en matemáticas, indagar en sumas y multiplicaciones puede resultarnos un pasatiempo interesante, algo así como cometer tres pequeños pecados de contabilidad, poco ortodoxa pero probable.

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Primer pecado: La edición se inicia con una tirada de 2.000.000 de ejemplares en un solo idioma. ¿Cuántos se editarán en otros idiomas? De momento, en español van 120.000 de tirada inicial.

Segundo pecado: ¿Cuánto costará una palabra de este libro? Cábala pecaminosa: ayer tomé prestado El alquimista, de Pablo Coehlo, pues, aunque nada tiene que ver con el tema, su título parecía apropiado para la ocasión. El alquimista tiene 257 páginas incluyendo el índice, el prefacio, el índice analítico, las hojas en blanco y las de los capítulos. La letra es de un tamaño mediano que hace más agradable y cómoda la lectura. Conté las palabras de una página, y la cantidad, aunque inexacta, es de unas 275 por página. Si extraemos un promedio total (inexacto, incluso obviando generosamente las páginas en blanco), después de multiplicar 275 palabras por las 304 páginas que tendrá Ve, pon un centinela, obtenemos la cantidad nada despreciable de 83.600 palabras.

Tercer pecado: Multiplicamos los dos millones de ejemplares de la primera edición por 30 dólares (no sé cual será el precio del libro, pero esa puede ser una cantidad bastante aproximada). Así obtenemos a grandes rasgos las ganancias generales de la primera edición: sesenta millones de dólares. Jugando a las finanzas –para pasar el rato pecando en matemáticas–, dividimos la cifra millonaria por las 83.000 palabras del libro y deducimos el precio de cada palabra, que es lo que buscábamos. Aunque el resultado sea impuro, nos sirve para hacernos una idea:

717 dólares con 70 centavos: precio por palabra. Primera edición…

Cuando cada palabra en un libro alcanza el precio de 717 dólares, cientos de cosas se nos pasan por la cabeza: la crisis del libro. Las dificultades económicas que atraviesan editoriales y escritores, los equilibrios a los que están sometidos autores noveles y no tan noveles para darse a conocer y hacerse un hueco en las estanterías… Estamos en un mercado global –-lo sabemos–, donde priva no únicamente la calidad literaria o el interés del lector, sino el mercantilismo puro y sin delicadezas. La publicidad inductiva aprovecha el interés mediático y todos nos sentimos atraídos por el reclamo, como ahora con la señora Harper Lee y su manuscrito de arqueología literaria. Que lo suyo sea o no un milagro, ya es lo de menos. Si se multiplican los panes y los peces nadie querrá perderse el festín. La curiosidad nos puede: leeremos detenidamente Ve y pon un centinela, con las antenas orientadas hacia las sabias enseñanzas de Nelle Harper Lee, aunque sepamos que fueron escritas hace más de 55 años. Nos dejaremos llevar, buscando ese valor que sólo nace de la buena escritura, aun sabiendo que cada una de sus palabras ostenta el precio desorbitado de 717 dólares en la primera edición (precio, por otro lado, imaginario en un pecado de matemáticas que no saldrá de aquí.)

Y viajando al pasado con la pócima de un alquimista (con permiso de Coelho) beberemos metafóricamente cada uno de esos vocablos que regresan para enfrentarnos a los viejos –nuevos– fantasmas del pasado: prejuicios raciales, conflictos humanos, familiares… palabras preciosas, valiosas, que se repiten a lo largo de la historia para que nunca olvidemos que somos humanos y que nos cuesta tanto aprender de los errores…

María José Martí (Majomar)

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