¿Porqué es tan difícil vivir? Por Cayetana Hidalgo

Estábamos charlando animadamente, en la mesa de aquel cálido café, intercambiábamos nuestras experiencias y pasamos a contarnos las dificultades y la sorpresa que nos causaban los pensamientos que nos originaban, determinados pasos que habíamos dado, en el tiempo que no nos habíamos visto.

De repente él levantó la voz, e incluso hizo un ademán de levantarse impulsado hacia mí, como si quisiera que su frase se grabara en mi mente, o como si quisiera llamar, mas aún, mi atención en un intento de obtener una respuesta que definitivamente le sacara de su incógnita. 

¿Por qué es tan difícil vivir? Dijo con gran énfasis, y al escucharlo un escalofrío recorrió mi cuerpo sacudiéndolo visiblemente.

Se que él lo percibió, y a pesar de que intenté dar una respuesta a esta pregunta, solo se que por mi mente pasó de nuevo una de las experiencias que había vivido recientemente, y que me había dejado ciertamente impresionada.

Verás, te contaré, por mi profesión, el contacto con personas que están muy enfermas es frecuente, y la persona a la que me refiero, cuando llegue un día a su casa, para ponerle un tratamiento, después de una semana de ir haciéndolo, me contó:
“No sabes cuanto he cambiado la perspectiva de las cosas con la enfermedad, yo que siempre creí que lo tenia todo bien controlado, ahora me doy cuenta de que mis creencias, mis conceptos de las cosas, son inútiles ahora, no se….. ”.

Y en este punto hizo una pausa, y al igual que mi amigo me hizo la pregunta ¿Por qué es tan difícil vivir?. Siguió con lo que me quería contar, y volvió a preguntarme de nuevo, como esperando que le diera la llave mágica que le librara del mal que le aquejaba.

¿Sabes tú si es fácil irse?. Y esta vez se refería a no seguir manteniéndose, a pesar de la ayuda medicamentosa, a fuerza de puro amor propio.

No se como, ni porque, pero me vi respondiéndole “a lo mejor es tan fácil como dejarse llevar, relajarse y no estar en guardia”, y en este punto, vi que se relajaba y me mostraba una dulce sonrisa, yo terminé con mi quehacer y después de despedirme, me marché.

Al día siguiente cuando llegué a su casa de nuevo, el portero se me acercó para decirme que no subiera, que no había nadie, que esa noche había fallecido.

Siempre he hablado con mis pacientes de muchas cosas, y a veces sé que me salen frases que no preparo conscientemente, salen de mi conexión con su problema, de la percepción que tengo de su forma de sentir, y de su forma de estar ante su problema, es quizás lo que me permite conectar con ellos y que obtengan resultados. Pero a mí, a veces, me asusta observar como suceden algunas cosas.

Puede que sea casualidad, puede que no lo sea, pero al repetir mi amigo la pregunta, se puso en marcha en mí un mecanismo de autodefensa, no quería pronunciar una palabra que me involucrara en un posterior desenlace, aunque este no fuera la muerte y solo me atreví a responderle:
“Solo se, que por eso algunos pacientes se rinden a su dolor, y no quieren seguir adelante”

En toda mi vida he escuchado infinitud de historias de vida, y he percibido en ellas el dolor físico, como muestra de algo más, que creo que proviene de la incomprensión de los hechos acaecidos en la vida que han dejado huella y han llevado a actuar de forma impremeditada, con resultados inequívocamente inesperados, creando un desconcierto, que es difícil de encajar y a veces revolotea a nuestro alrededor, impidiendo actuar de forma más natural, por temor a las consecuencias.

Todo esto va conformando la coraza con la que el ser humano se maneja por la vida, y llegado un tiempo, en que la coraza llega a pesar tanto, se plantea el cambio, pero esa coraza ha tomado cuerpo y es tan difícil caminar sin ella que son pocos los que logran quitársela de encima, hasta que llega el momento de la partida, ya que, a partir de ahí, no es precisa.

De ahí que me platee ¿es casualidad que las personas con las que hablo, por una causa u otra, me dirijan esta pregunta?

Si como dice esta frase: «Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa» de François Marie Arouet Voltaire (1694-1778); filósofo y escritor francés, debe existir una causa, pero yo aún no la vislumbro.

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