PE-Nº14 – Algún extraño amor. Por Soniquete

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Apenas habrían transcurrido dos semanas desde que desapareciera Jessica cuando Marcelo empezó a sentir sus pisadas en el rellano. La curiosidad le hacía apresurarse, alzaba la cubierta sin pereza, ajustaba el parpado a la mirilla…, y Tania, la lideresa de la cohorte de incas de la letra B, se encargaba de sacarle de su error. Maldita zorra, maldecía, pero así y todo, por si hubiera sido sólo un error de apreciación, soltaba la balada que usaba de cortafuegos contra el desaliento: Body and soul. “My heart is sad and lonely, for you I sigh, for you, dear, only…” Marcelo se negaba a aceptar algo que, tarde o temprano, tenía que ocurrir: la huída definitiva de Jessica. Tania, aturdida, escudriñaba en silencio el origen de la balada retadora. Luego escurría el bulto en su madriguera mientras Marcelo interpelaba mentalmente a su amada: ¿Por qué te atrancabas en el baño mientras yo olfateaba tu sexo desde el exterior como un sabueso, Jessica? ¿Por qué?

Hasta una tarde en que resolvió mantenerse al acecho en la entrada, estaba seguro de su regreso. Decidió entonces montárselo con un pelín de comodidad. Plantó una silla en el recibidor, eso posibilitaría verificar in situ las llegadas del ascensor: abajo, arriba, sentarse, levantarse…, y nueva ojeada por el monóculo delator. Ni por esas. Cada vez que el cajón frenaba, se adelantaba el siniestro notario Altecilla o la cardióloga Dora con los niñatos tras sus faldas. O Tania, la de los invasores sudacas. Encima, los paréntesis entre frenada y frenada eran tremendos, más aún que aquellos amaneceres aporreando la puerta del baño, la sangre hirviéndole. De modo que desplazó también un sillón. Y a punto estuvo de acercar el mueble bar. Pero no, esa idea surgiría días después, una madrugada que Dorita, la cardióloga, había colocado los niños con la canguro, volvía más pimpante que el rey de bastos y Marcelo se desperezó. Aunque, eso sí, sólo llevó los sacrosantos zumos que le endiñara su suegra por mensajería (¡qué cumplida es tu mamá!, envió un whatsapp a Jessica): melocotón, pomelo, piña, manzana…, todos light, sin un gramo de alcohol. Dicen que es crucial no verlo ni en pintura (¡no, no, a tu mamá no, por Dios!).

Pero, insisto, Jessica, ¿por qué esperabas a que roncara para encerrarte de llave en la otra alcoba?, se preguntaba, Marcelo, sentado en el sillón.

Hace dos semanas, Marcelo removió también la cama, el sillón comenzaba a hundirse por el uso continuado. Le costó Dios y ayuda, pesaba como una sepultura, adelante atrás, adelante atrás, ahora arriba (colchón, somier…) desafiando los recodos. Al filo de la medianoche atisbaba el vestíbulo más impregnado en sudor que un sobaco en verano. Cuando logró acostarse, Altecilla, el notario, distraía media castaña con el amor viscoso de Nacho Vidal y Lisa Ann inundando la escalera.

Un sofisma es una argucia más endeble que la ceniza de un ducados: defender lo indefendible. Son especialmente tramposos el de la infalibilidad del papa y el de la inmortalidad de los gatos. Y Marcelo afirma que entre estos está también el de medir a todos los hombres por el mismo rasero. Lo que él le ha remarcado a Jessica en los seiscientos whatsapp —fotos de zumos incluidos— no es ningún sofisma: ha dejado de beber para siempre. Está esperándola cargado con un extraño amor. Un amor que, además, ha derivado en un problema serio: ha mudado todos los enseres al pasillo: tresillo, televisor, DVD, cubo de basura, cenicero, carro verdulero, recogedor…, y el vestíbulo se ha convertido en una inmensa pocilga que apesta a tigre. Acaba de entregarle la cartera un certificado. La mujer, uniformada y con gafas oscuras, mientras espera el recibí, ha observado todo de reojo y parece buscar a Diógenes en aquella enorme leonera. Pero Marcelo ni se fija, la despide bruscamente y se sienta, la carta lleva el nombre de Jessica en el remite.

Marcelo husmea el sobre buscando su inconfundible fragancia, como el ciego Al Pacino en Esencia de mujer ¡Al fin, vuelves!, piensa, dibuja mentalmente sus rasgos y lee:

— ¡Ojo, Marcelo!, esta vez, el sabio consejo de mi madre decidirá la reconciliación.

Marcelo sale como un bólido al rellano, pero no hay rastro de la cartera.

 

 

11 comentarios

  1. Hombre Deucalión, tampoco tiene por qué serlo. Pero si acabas de leer una nota que llega certificada, donde no pone otra cosa, solo que tu ex te avisa que será la suegra quien decida la reconciliación; además ya te ha mandado una caja de zumos para ver que haces con ellos, hechas la mente atrás y recuerdas que la cartera vestía uniforme y llevaba gafas oscuras dentro de casa, pues no parece descaminado pensar que algo pudiera estar maquinando.

    Si a todo eso le sumas que el narrador cuenta que Marcelo sale como un bólido al rellano, pero no hay rastro de la cartera, pues hombre…, no parece que fuera a buscarla para darle una propinilla.

    En fin, gracias por leerlo y además entenderlo…, casi todo.
    Un saludo.

    • Jajajaja, Soniquete. ¿Sabes lo que se me pasó a mí por la cabeza?, que iba corriendo a buscar a la cartera para quitarle esa hojica en la que se firma… para tener más tiempo a su favor y así intentar hacer yo que sé qué. Pero me parecía un poco chistoso, jajajaja.

      Gracias por estas risas. Un abrazo.

  2. Hola, Soniquete. Lo único que no me habría imaginado nunca es que la cartera pudiera ser su suegra, o se le pasara por la cabeza a Marcelo, y por eso salió corriendo; lo demás sí lo pillé a la primera 😉

    Suerte, Soniquete. 🙂

  3. Lo del atolladero, tía Julia, me ha ocurrido tantas veces a mí, que entiendo que le puede ocurrir a todo el mundo, más aún cuando se trata de entender algo mío; así que vaya por delante que mis limitaciones en esto de hacer de juntaletras son abundantes. Además intentar contar una historia de amores y desamores en setecientas palabras…, pues es, al menos para quienes somos casi principiantes, bastante complicado. Y, por supuesto, darte unas gracias enormes no sólo por leerla, sino por intentar insistir en entenderla. De verdad que, para quien escribe, es un poderoso aliciente que esto ocurra. Aunque debo admitir al mismo tiempo, que algo (o mucho) habrá fallado para que no se entienda. De modo que voy a intentar aclararte lo que pueda.

    En el primer párrafo, hay una frase (“Marcelo se negaba a aceptar algo que, tarde o temprano, tenía que ocurrir: la huída definitiva de Jessica”.) que es importante, aunque también es verdad que quizá podía haber sido algo más explícita, por ejemplo: en lugar de “tarde o temprano”, se podía haber dicho “alguna vez” con lo cual hubiera quedado más claro que ya había ocurrido más veces.

    En este tipo de historias, dolorosamente demasiado habituales, aceptar la reconciliación no depende del hombre, que casi siempre está dispuesto, sino de la mujer (tampoco de la suegra, que esa tiende a menudo a lo contrario: volverá a hacer lo mismo, a tratarte mal, a amenazarte, a beber…, suele argüir), la cual, finalmente, accede por muy diversos motivos: el amor que aún perdura, el miedo a la soledad, la dependencia económica, la creencia de que todo esta vez será distinto… Pero aquí, esta vez sí, la suegra interviene y quiere fiscalizar si, efectivamente, lo que le anuncia en los seiscientos whatsapp, se cumple más o menos: se ha pasado a los zumos light que ella misma le ha enviado con anterioridad y lleva otro tipo de vida. Obviamente, está de acuerdo con su hija, de ahí que la carta sea certificada para que se la entregue en mano (la suegra, no la cartera) y pueda echar una ojeada mientras Marcelo firma el recibí; el final del último párrafo intenta ser aclaratorio “Acaba de entregarle la cartera un certificado. La mujer, uniformada y con gafas oscuras, mientras espera el recibí, ha observado todo de reojo y parece buscar a Diógenes en aquella enorme leonera. Pero Marcelo ni se fija, la despide bruscamente y se sienta, la carta lleva el nombre de Jessica en el remite”.

    Efectivamente, como muy bien dices, otra de las claves está en la frase de la ex: — ¡Ojo, Marcelo!, esta vez, el sabio consejo de mi madre decidirá la reconciliación. Y Marcelo, al leerla, despierta a la realidad y se da cuenta de que la cartera le ha pasado absolutamente desapercibida y podría ser su suegra. ¿Habrá o no reconciliación? Pues, cada uno puede pensar lo que quiera. Aparentemente no, aunque tenga sólo los zumos light en el armario, pues el caos del pasillo es demoledor. Yo, personalmente, creo poco en las reconciliaciones, ni en este ni en cualquier otro desacuerdo. El ser humano si adolece sobremanera de algo, es de su nula capacidad para entender las razones del otro.

    Finalmente, el significado del seudónimo también tiene que ver con la historia (soniquete es algo que suena aburrido por repetitivo), aunque también tendrías razón en que quizá ese debiera haber sido el título y yo haberme buscado otro seudónimo. Me lo pensé y me gustó más lo del “extraño amor”, sobre todo porque creí que el relato encerraba ya suficiente ironía en una historia que en el fondo, y no pocas veces, suele acabar en drama.

    En fin, tía Julia, sólo me queda, como decía al principio, agradecer tu interés por el relato. Me gustaría que hubiera muchas tías Julia, con sinceridad. ¡Ah!, y perdona por la tardanza, creí que no contestarías y no había vuelto a pasar por mi rincón. He pasado por el tuyo y te he dejado mi comentario.

    Un abrazo

    • Haaaaaaaaaaaaala! Claro, claro. La tía Julia había leído sin las gafas de miope. ¿Seguro que no se las quitó la suegra para su disfraz?
      La curiosidad de la cartera la encontré normal, dado lo que pudo ver en el recibidor. Incluso, como te dije, tan bien lo cuentas que podía olerse, literalmente, lo que pasaba. Quizá yo hubiera sido un poco más misericorde con el lector, y habría cambiado el último «la cartera» por «su suegra». Siempre tengo dudas sobre cuánto enseñar y cuánto esconder, porque sé lo que supone tener que aclararlo. Pero, en el caso de tu relato, mea culpa.
      Gracias a ti por la explicación, por las reflexiones y por tus palabras finales. Las tías-Julias andan por ahí, quizá pasando un poco desapercibidas por su torpeza intelectual, aunque a veces la curiosidad, como al gato, les haga asomar los bigotes.
      Y si a tu reconciliación le auguro poco éxito (por la media castaña que descubres), el relato seguro que lo veo el lunes entre los finalistas. Pero esperaré a entonces para darte la enhorabuena. Un abrazo también para ti.

      • Bueno, no servirá de mucho, pero para mí tenías que haber estado entre esos seis. ¿Nos vemos en la próxima?

    • Soniquete: Como consejo y con algo de osadía por mi parte. No entres a ese trapo porque no tiene sentido. La intención del relato es clara y el final también. Pero en cualquier caso, cada lector ha de quedarse con lo que le llegue y entrar en discusiones sobre si el relato es más o menos claro, o yo he entendido esto y aquel aquello otro no deja de ser una pérdida de tiempo. Quién tiene que hablar es el propio relato o poema o lo que sea, y si algún lector no lo tiene claro, la única recomendación posible es que, si le apetece, lo vuelva a leer.
      Por último, es importante aceptar que a una parte de los lectores no les va a gustar nuestro relato. Es lo normal y no pasa nada.

      Un saludo.

      • No sé, Mar Mara. Para mí siempre ha sido interesantísimo hablar, ahondar en lo que un poema, un relato, una novela (incluso un cuadro, una peli, una pieza musical) me ha aportado. Descubrir, gracias a lo que otros saben (¿y quién mejor que el autor?), lo que no había descubierto o entendido por mí misma. Aprender a leer, mirar, escuchar de otra manera más válida, con más información. Y más cuando compartimos la afición de escribir: ya no tengo edad ni orgullo para que me importe confesar que no he entendido algo, ni para no admitir que fue por mi falta de atención. Con la amable aclaración de Soniquete (no creo que lo mío fuese «trapo» ni lo suyo «entrar a»), además de disfrutar, ahora sí, de un buen relato, he vuelto a saborear el placer del intercambio, de la conversación, del encuentro. Para mí no ha sido una pérdida de tiempo, aunque es posible que se lo haya hecho perder a otros. Supongo que para eso están los foros como éste, ¿no? Y no hay obligación de leer ni intervenir si no se desea hacerlo.
        En cualquier caso, también tu opinión es válida, por supuesto, e interesante leerte. Un abrazo igual para ti.

  4. Pues a que no entiendo el final, querido Soniquete. Por más que releo, no sé qué pasa: ni por qué decide la suegra de Zumosol, ni por qué el protagonista persigue a la cartera.
    Supongo que la frase de la ex tiene la clave, y ahí me despista el «esta vez». ¿Hubo otras? ¿Quién decidió la reconciliación en ellas? ¿Todas fueron por el incumplimiento de la promesa de dejar la bebida? Pero si él le ha mandado ya 600 guasaps diciendo que está sobrio… ¿Por qué ella vuelve al correo tradicional (¡y certificado!)? ¿Será también empleada de correos? ¿La ex es la cartera? Me parece que me estoy liando… y me temo que va a ser que soy torpe. En fin, gracias por tu ofrecimiento de ayuda; seguro que todo tiene una lógica y que lo absurdo es mi atolladero. Por lo demás, me ha gustado tu relato y la agobiante deriva del protagonista y, sobre todo, cómo la cuentas. De verdad que hasta huele fatal.
    Un saludo.

  5. No sé a qué te refieres, tía Julia, con un comentario tan vacuo no se si podré sacarte del atolladero.

  6. No sé si me he perdido algo… Suerte, Soniquete.

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