Dice un refrán que al que madruga Dios le ayuda. Nunca he estado muy de acuerdo con él. Muchos días me he levantado antes del alba y luego…
Recuerdo una mañana que después de un madrugón volví a mi casa inesperadamente y sorprendí a mi mujer en los brazos de mi compañero.
La tarde anterior, García, me había pedido que le hiciera su turno porque él tenía un asunto importante que atender, y lo tenía, no era mentira, el muy cabrón tenía que follarse a mi mujer.
Yo sabía que Macarena estaba harta de mis ausencias, pero que llegara hasta ese punto…
Aquella traición acabó con mi vida. Todo lo que hasta ese día había sido mío, pasó a ser de García. Todo menos la hipoteca, el préstamo del coche familiar, el colegio de mis hijos, su pensión, la de Macarena… El juez le concedió a ella la custodia de los niños y el uso de la vivienda familiar y aquel mismo día se llevó a García a mi casa para que la consolara.
Como una cosa lleva a la otra, lo siguiente fue la debacle profesional. A los polis no nos despiden, nos abren un procedimiento sancionador que un día acaba con la notificación de que has sido separado del servicio. El mío fue penal y se inició con la humillante visita de Macarena y su novio, el recién ascendido Comisario García, al lugar donde me tenían detenido.
Puede que solo quisieran ser amables, que su visita estuviese cargada de buenas intenciones… Puede. Pero les juro que si se hubiera abierto la tierra y una lengua de fuego me hubiera arrastrado al averno me hubiera sentido mucho mejor.
Luego vino la cárcel, aunque de eso les hablaré cuando tenga fuerzas para afrontarlo. Cierto es que solo fui al talego por unos meses, el tiempo suficiente para que se esclarecieran los hechos, según reza en nuestra constitución. Después, una serie de pruebas ilegalmente obtenidas, algunas de las cuales sospecho que fabricadas por el Comisario García, condujeron al sobreseimiento de las actuaciones. Pero mi inocencia no quedó demostrada y mi nombre quedó prendido al entredicho profesional por el resto de los restos. No me expulsaron, no había ni un solo motivo para ello, pero un tribunal médico dictaminó que mis condiciones psicológicas se habían menoscabado y me dieron de baja, una baja que durará hasta que me jubile. De mi nómina desaparecieron las dietas, los pluses, los complementos de destino, las gratificaciones… Ni para pagar el alquiler de un triste apartamento en la calle de la Ballesta me llega y he tenido que poner en venta el SEAT Ibiza de segunda mano que me compré tras el divorcio porque no puedo pagar las letras.
Hasta esta tarde Macarena no estaba mucho mejor que yo. Hace un mes que el Comisario García la dejó por otra veinte años más joven. Todavía no sé por qué no me alegro de su desgracia, aunque quizá sea porque soy un soso. Sí, es eso, no hay otra explicación. Aunque puede que sí la haya, mis hijos. Antes los miraba a la cara y veía, reflejada en sus ojos, mi frustración. Ahora veo su vergüenza, y aunque no soy yo el que se la causa, me sigo sintiendo culpable.
Esta mañana hablé con Macarena por el asunto de la pensión de los niños. Luego, como el que no quiere la cosa, mirándola a los ojos desde el quicio de la puerta, le he insinuado que yo podría perdonarla, que podría olvidar. Ha bajado la mirada hasta el suelo, ha dado un paso atrás y ha cerrado la puerta con los ojos llenos de lágrimas. Yo me he quedado en el rellano como un pasmarote, mirando la puerta cerrada, sabiendo que detrás, ella lloraba desconsolada.
Ahora estoy aquí, desconsolado frente a su ataúd. A la hora de cenar un cóctel de barbitúricos me la ha arrebatado para siempre, mientras que asido a su cuerpo, desangrado en lágrimas, bajo la atenta mirada de mis hijos, le repetía una y otra vez cuánto la quería; y su mano, consumiendo el último soplo de vida, estrechaba la mía.
¿Seguro que ha sido una reconciliación? Como dijo Borges, «Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.»
Suerte, conde.
Tu relato me ha acongojado… Buena señal 😉
Suerte, Edmundo Dantés.