Michelle sostuvo el cigarrillo con elegancia y le dio dos caladas. Al contraluz de la tarde, su silueta era un trazo gris que alguien habitó. Sólo cuando encendió un flexo cobró consistencia en forma de mujer. Ladeó la cabeza para dejar el pitillo y entonces advertí que llevaba camiseta con muñecos sobre pantalones de chándal, tras sentarse en el sofá aquellos dibujos se agitaron con mi deseo a la vez.
-Sorpréndeme –el pelo recogido hacia un lado-: ¿Qué eres ahora?
Arrellanado en el sillón de enfrente, calibré mi osadía como arma peligrosa. Decidí.
-Onanista melancólico, escritor aficionado y asesino confeso.
-¡Puf! -en su boca estallaba la risa-. ¿Tantas cosas?… –se echó para atrás, negando con la cabeza-. Los españoles netos sois la pera.
-Y los helvéticos híbridos un huevo sin sal –gangoseé cómicamente.
-¡Eh! ¡Un respeto! –protestó igual que adolescente escandalosa-. ¡Estás en mi país! ¡¡En mi casa!!
Apoyé la nunca en el respaldo y miré, beatífico, hacia el techo. Aquellos odiosos muñequitos se movían traviesos: cómo me hubiera gustado ser uno de ellos. En el último estertor de carcajada imaginé absurdamente a Michelle tierna y llorosa después de hacer el amor. Sus palabras descuartizaron mi ensoñación.
-Yo también lo soy –el gesto revestido de una extraña solemnidad.
-¿Escritora aficionada? –la miré sorprendido, sin ser grosero no cabía otra opción.
-Anoche maté a un hombre –silabeó casi en murmullo.
-¿Por amor? –sólo podía seguirle el juego.
-Me había robado el alma. Le clavé un estilete aquí –indicó su yugular en un ángulo mortífero.
Esta chica alucina en colores, pensé sin lástima, cuánta gente extraña prolifera en las charlas de Internet.
-Me encanta Suiza, de verdad –quise congraciarme-: sus cafés, sus lagos, sus calles, lo barata que es…
-Se lo mereció –ademán ensimismado y discurso a piñón fijo-; el muy italiano…
-Hijo de la gran mafia tenía que ser –dije con envidia y tal vez rencor.
-¿Te estás burlando de una pobre niñita? –espetó en un castellano tan preciso como infantil.
-Ocurrencias, Michelle, simples desechos ficticios.
Creo que lo último ni lo entendió. Apuró el pitillo entrecerrando los ojos con gesto evocador, mató la brasa en un cenicero adyacente y se desperezó para encantamiento de mi libido.
-Ainnsss –se había abierto el cuello de la camiseta y miraba por dentro-. Huelo a oso Yogui, una duchita rápida, me esperas y cuando esté lista nos vamos a cenar.
-Te ayudo, mujer –hice conato de levantarme-; soy experto en frotar espaldas: en mi vida anterior estuve trabajando de botones en un baño turco.
Mientras se ponía en pie negaba con risa franca, y tras los muñequitos me pareció que dos cerezas diminutas renunciaban también.
-Cremita cuando vuelva. Y sólo dónde yo te diga, cielo –concedió al final.
Como desahuciado incompleto recordé que si estaba allí era por Michelle, tras muchos correos electrónicos y albas de charlas. Supongo que le privaban mis gracias latinas en una mente calvinista como la suya, rescatada del idiotismo severo por haber sido concebida con la simiente de un emigrante valenciano. Trabajaba en la corresponsalía de una agencia de noticias en Berna y sabía cinco idiomas. A mi pesar, pronostiqué que nunca sabría en cuál de esas lenguas susurraría a media noche.
Tranquilo, pulgares en bolsillos, beodo de mí mismo, en pie, contemplaba la nevada que con rumor de seda caía sobre la calle. Flexionando las rodillas desentumecía articulaciones e instintos primarios que encadenaban como argollas de cárcel. Michelle decía haber matado a un hombre, y yo derivaba ese hecho a la hipérbole despechada de alguien un poco extravagante. Nada había que temer.
Nada mientras estuve deambulando por el pequeño apartamento, los cajones de la cocina vacíos, en el interior de la nevera un simple yogur, sobre la colcha de la cama un paquete de tampones abierto y ropa interior preparada en disposición milimétrica, nada hasta que regresé al estudio y vi un ordenador apagado y me acordé, con nostalgia sin escrúpulo, de la dirección de una página web: Lorenzo ya habría colgado otro capítulo, lo arranqué buscando una solidaridad de oficio, y no andaría muy lejos pergeñando más historias. La pantalla configuró como página de inicio el servidor de la Agencia Efe. En un recuadro aparecía este teletipo:
Berna.- (19.00 GMT) Hallado el cadáver de un hombre joven que responde a las iniciales S.T.C. Natural de Italia, presentaba herida inciso-contusa en el cuello perpetrado por arma blanca.
Tenía un émbolo en mi cabeza cuando lo asocié todo al hecho o al mito de la mantis religiosa: las casualidades siniestras casi siempre poblaron mi suerte. No iba a dejar vencer esa inercia.
Salí del apartamento de Michelle enguatado de silencio, con cautela felina.
Ahora sólo me queda olvidar.
Breve y certera tu narración, me gustó, ojala y este comentario sea el primero de muchos más. Yo estoy en el 168. felicidades
Espléndida redacción e inquietante historia. Lo siento por el protagonista, porque tomó la decisión equivocada. No siempre se encuentran suizas capaces de matar por amor. Felicidades.