A los pies de la cama de Pablo hay un baúl en el que vive el diablo. Es pequeño y panzudo, siempre vestido de rojo, con una capucha cayendo en pico sobre la estrecha frente, enmarcada por los negros cuernos en las sienes.
Cuando Pablo era muy pequeño pensaba que aquello era un ángel, su ángel de la guarda, al que tenía que rezar todas las noches. Pero el diablillo, que siempre estaba alegre y solía saltar y dar volteretas sobre la tapa del baúl, se enfurruñaba y a veces desaparecía hasta que Pablo terminaba la oración. Así que el niño poco a poco fue dejando de rezar, aunque a veces, cuando su madre le vigilaba, no le quedaba más remedio que hacerlo, y entonces su diablo sacaba la roja lengua bífida entre sus afilados dientecillos y se burlaba groseramente de él.
Aquella mañana Pablo se detuvo ante el espejo para contemplar su corto pelo peinado con gomina, mientras de reojo veía inundarse la pantalla del portátil con felicitaciones por su cumpleaños. “18, tío, ke fuerte” decía alguien a quien sólo conocía a través de la red. “Celébralo a lo grande”, sugería otro. Pablo asintió, mostrando su perfecta sonrisa al espejo, mientras comenzaba a rezar su credo: “Matti Saari. Kauhajoki, Finlandia. 10 muertos”.
El diablo no hablaba nunca, pero desde niño él lo entendía perfectamente. Así supo aquella vez que él y Miguelito, su hermano pequeño, estaban saltando sobre la cama, lo que le insinuaba con sus ojillos oscuros. Después, cuando mamá salió corriendo hacia la consulta del médico con Miguelito y papá le echó la bronca, Pablo quiso enfadarse con su diablillo, pero él volvía a hacer cabriolas al pie de la cama, y acabó arrancándole una sonrisa.
El portátil se iluminó con una nueva felicitación, pero Pablo estaba ocupado completando su vestuario. Sobre la camiseta de algodón negra se puso un chaleco militar, a juego con sus pantalones, de múltiples bolsillos. Practicó algunas poses ante el espejo, antes de encender la cámara de fotos. En voz baja, seguía rezando: “Seung-Hui Cho. Virginia Tech. Norteamérica. 32 muertos.”
También fue el diablo el que le dijo, aquella noche que sus padres habían salido y la niñera estaba durmiendo a Miguelito, que entrase en la habitación de su padre y le robase un cigarrillo del paquete que guardaba en la mesilla. A Pablo le costó mucho encenderlo, tosió y se atragantó con su primera calada, y ni siquiera se dio cuenta de que la cerilla encendida caía al suelo y su diablillo soplaba y soplaba entre risotadas, aventando la pequeña llama sobre la alfombra. De resultas de aquello, tuvieron que cambiar los muebles de su habitación, pero tanto a Pablo como a su diablo, les encantó la nueva cama, que a los pies tenía un baúl, donde el pequeño panzudo vivía feliz y practicaba a todas horas sus cabriolas.
Cuando terminó de hacerse las fotos, las comprobó en el ordenador, escogiendo las que más le gustaban, y las colgó en su fotolog. Siguió tarareando su oración: “Pekka-Eric Auvinen. Jokela, Finlandia. 8 muertos”.
De los múltiples problemas en que Pablo se iba metiendo a medida que entraba en la adolescencia, nunca se sintió culpable. Todo el mal que hacía era inspirado por su diablo, que no dejaba de meterle ideas en la cabeza durante la noche, ideas que luego él llevaba a la práctica a lo largo del día. Peleas con compañeros, ruedas rajadas de los coches de sus profesores, tabaco, alcohol, coqueteos con drogas. Nada malo que estuviera a su alcance dejaba de probar Pablo, y nunca, jamás, supo lo que eran los remordimientos.
De nuevo ante el espejo, Pablo guiñó un ojo a su diablo de la guarda. Entre los dos habían decidido tiempo atrás que dieciocho años sólo se cumplen una vez, y que la celebración tenía que ser sonada. Pablo llevaba tres años acaparando un arsenal a golpe de tarjetas visa robadas y tiendas online que no hacían preguntas ni pedían identificaciones. “Tim Krestchmer. Winenden. Alemania. 15 muertos.”
Tras aquel incendio, los padres de Pablo tuvieron que buscar una nueva niñera, la anterior no quería volver, y ellos no podían dejar a Miguelito sólo con su hermano mayor, con un incidente así era suficiente para toda la vida de una familia; por no hablar algunos otros pequeños problemillas que les había dado el chiquillo, y de los que preferían no hablar. Se decidieron por una compañera de instituto de Pablo, dos años mayor, una chica de buena familia, dulce y educada, la clase de niña con la que quisieran ver a su hijo. Cuando Pablo la obligó, a punta de navaja, a tenderse en su cama y no gritar, para no despertar a Miguelito, el demonio saltaba y saltaba sobre el baúl, agitando su lengua bífida como un perro de caza tras la presa.
Con parsimonia y mimo, como una novia preparándose para el altar, Pablo fue guardando en los bolsillos de su chaleco y su pantalón la munición y las armas pequeñas. Sobre el baúl, el diablo brincaba entre el arsenal, besando aquí una culata, allí un cañón reluciente.
Revisó las fotos que había colgado, posando con miradas amenazadoras y empuñando cada una de las pequeñas máquinas de matar que aquel día iba a estrenar, mientras recitaba los últimos nombres de su panteón particular: “Eric Harris. Dylan Klebold. Instituto Columbine. Norteamérica. 13 muertos”.
Antes de salir añadió una entrada en su twitter, la que traería de cabeza pocas horas después a los investigadores del caso: “Nunca hubiera podido hacerlo sin ti. Gracias, hermano”.
Escalofriante, pero me ha gustado.
La verdad es que ya estoy pensando en enviarte a la científica para que te investigue.. me ha parecido tremendo… ¿crees que se nace?… Yo también tengo un diablillo que me envia mensajes… pero no vive en un baúl… es libre y muchas veces se pilla el dia de fiestaaaa…
Gracias, Angel, a mí también me da escalofríos.
Gaia, espero que tu diablillo te envíe mejores mensajes que éste, como invitaciones a irte con él de fiesta o algo así.
Es cierto que es inquietante, pero confieso que me ha decepionado un poco, pues los dos primeros párrafos me hacían intuir un cuento surrealista y deconcertane, y después se desarrolla por otros derroteros.
Saludos y suerte.
Efectivamente, el comienzo del cuento parece que va a llevarnos por otros derroteros, de ahí lo sorprendente y escalofriante de su final. Me gustó mucho tu cuento y me gustaría tu opinión sobre el 168, gracias
Prosa fluida, adjetivos en justa medida, historia interesante, final en la imaginación del lector ¿Se puede pedir más? Felicidades y mucha suerte.
Valentina, de eso se trataba, de desconcertar. Gracias de todos modos por tu opinión.
Gracias también, Encadenados y Hóskar, estoy intentando leerlos todos, pero son muchos y mi tiempo escaso.
Suerte a todos.
La verdad, Azrael, me sorprende que tu relato no haya resultado más votado, pues considero que es una historia imaginativa y bien trazada… mi voto ya lo tienes desde hace tiempo… Espero que más lectores se animen a disfrutarlo… ¡Mucha suerte!
Gracias, Gaia, por tu voto y tus palabras.