96-El paseo de Paco. Por Leon

Rodaba por la cama. Hacía un par de horas que no podía conciliar el sueño. El recuerdo de los últimos actos de la noche le bombardeaba. Consiguió avistar la hora en el despertador a pesar del fuerte dolor de cabeza que le producía abrir los ojos. La luz natural de la calle se colaba por los diminutos agujeros de una persiana mal ajustada. Antes de acostarse preparó una botella de agua cerca de la cama para el doloroso despertar. Tenía la garganta reseca; las encías a punto de sangrar. La lengua se resquebrajaba al moverse. Como pudo estiró el brazo y alcanzó la botella de agua. El trago le calmó el padecer de la boca y la garganta, pero cayó como un obús en el estómago. Entre mareos y nauseas decidió levantarse. Los pantalones y la camisa que llevaba la noche anterior estaban arrebujados en el suelo. Eran las tres de la tarde. La habitación estaba sumida en una insana penumbra. El mal estado en el que se encontraba no influyó para que tuviese una erección. Encendió la luz del lavabo y se sentó sobre la taza para orinar. Le costó trabajo ya que su pene continuaba erecto. En un par de minutos consiguió desahogarse. Entre penumbras se dirigió a la ventana y estiró con determinación de la correa que izaba la persiana. Cuando entró el torrente de luz tuvo que cerrar los ojos con fuerza para no sufrir una ceguera temporal. El aspecto de la habitación era horrible. El único mobiliario lo componía la cama, una mesita con un flexo llena de botellas de güisqui a medias y un armario dónde guardar la ropa y que estaba repleto de diversas revistas y publicaciones alternativas. Miró el reloj y se dio cuenta que una vez más no había abandonado la habitación antes de las doce, con lo cual debía un día más de alquiler.

La casera era una mujer que rondaba la tercera edad. Muy amable. Parecía hacerse cargo de los problemas que acarreaban sus inquilinos ya que era permisiva con los retrasos en los pagos del alquiler. Avelina heredó la pensión de sus padres y la regentó con su marido hasta que a éste se lo llevó una cirrosis. Los inquilinos eran personas anónimas y más bien perdedoras que la sociedad iba desplazando poco a poco hacia la marginalidad. Situada en una zona deprimida de la ciudad albergaba un foco de esperanza para los pobres diablos que se podían refugiar en ella.

Protegido tras sus gafas de sol avanzaba por la avenida. Bajo el brazo portaba el sobre que contenía su último relato. Cuando llegó enfrente del buzón de forma fálica lo introdujo por la abertura. Cada semana el mismo ritual. Cada semana ninguna respuesta. Siguió paseando en dirección a la taberna de Horacio. A esas horas la avenida estaba vacía. Algún coche circulaba de manera esporádica. Hacía calor y la humedad era insoportable. De vez en cuando una leve brisa transportaba el olor del agua estancada del puerto. Depende de donde soplara el aire la peste variaba. Si era del norte el tufo se desplazaba procedente de la fábrica de conservas de pescado. Si soplaba del sur infestaba la ciudad con su aroma pernicioso a sentina desde el puerto. La ciudad era insoportable, pero cada año crecía en población.

Paco seguía bajando por la avenida buscando el preciado trago que le recompusiera el cuerpo. En el bolsillo sólo llevaba unas monedas. Las suficientes para arrancar el día. Cuando llegó la taberna estaba vacía. Horacio estaba leyendo el periódico. Paco pidió y dejó las monedas sobre la barra. Horacio dejó el vaso de  güisqui y recogió las monedas que se quedaron enganchadas en la barra mugrienta. Entonces las contó y se dio cuenta de que faltaba dinero. Cuando levantó la cabeza el vaso estaba vacío y Paco ya salía por la puerta.

Ahora el paseo por la desierta avenida ya era más reconfortante. El güisqui ya corría por sus venas y tenía el corazón contento. Entonces vio a lo lejos una mujer. Las mujeres que merodeaban solas a aquellas horas de la tarde por la avenida solían dedicarse a una sola cosa: al oficio más antiguo del mundo. Paco conocía a muchas de ellas. Afiló la vista para ver si la reconocía. No la pudo identificar. Cuando llevaban la ropa de trabajo era imposible reconocerlas. Vio que sacaba algo reluciente del bolsillo de la rebeca. Era una pistola. La quería introducir en el bolso para que no le ocupara tanto sitio. Paco la observaba sin ser visto desde la sombra de una marquesina al otro lado de la calle. La mujer llegó a un portal y salió un hombre que portaba un puñal en la mano. Era corriente ver a sicarios trabajando a cualquier hora en aquella parte de la ciudad. Pero el hombre al ver a la mujer con la pistola en la mano se asustó y le asestó una puñalada mortal en el corazón. La mujer aún tuvo fuerzas para realizar un disparo certero que tumbó al hombre. Paco seguía escondido y vio toda la escena. El incidente parecía que había ocurrido sólo para él porque nadie salió a la calle ni se acercó. Entonces cruzó la calle. Observó a la pareja. La mujer le lanzó una última mirada antes de morir. El hombre había quedado frito al recibir el balazo. Como vio que nadie aparecía cogió la pistola, el puñal y el dinero que llevaban en sus carteras. Paco recordó la canción. Desapareció por la avenida y sin cantar se dijo: la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

7 comentarios

  1. Hola, pido disculpas porque parece ser que unas letras del texto han desaparecido por la red. hay una frase que empieza por «Cundo» cuando tendría que hacerlo por «Cuando». igual que una «s» que fata por ahí. Espero que estos errores no os dificulten la lectura. Gracias por vuestra comprensión.

  2. Gracias por las correcciones. Ahora el texto se puede leer tal como estuvo redactado.

  3. Poquita acción para lo que yo espero de un relato, hay muchas expectativas creadas y pocas resueltas, Sabemos de la casera, detalles de la pensión, del bar,que había un último relato en un buzón y que dos se mataron sin que nadie pasara por allí. Pero no termino de entender el hilo conductor.
    León, sigue escribiendo, pero asegurate de despejar las dudas al lector, al menos a los torpes como yo.
    saludos y suerte.:)

  4. HÓSKAR WILD

    Efectivamente, la vida te da sorpresas. Permitdme que discrepe con el comentario anterior. Hay veces, y ésta es una de ellas, en donde es mejor no despejar dudas, dejar situaciones abiertas, caminos por recorrer. Siempre hay que permitir un espacio para la imagión. Mucha suerte.

  5. Me alegro de que discrepes, tiene imaginación suficiente para rellenar este y otros mil cuentos, pero ese no es mi caso. Cuando leo un relato, puedo situarme, y poner los muebles a mi gusto y los cuadros, pero no la historia.
    Esa me la tienen que contar. Que menos…

    Saludos literarios:)

  6. He leído este relato al azar y:

    creo haber hallado un error cuando dices: (te lo señalo sin ánimo de nada, a mí también me han señalado algunos y me han venido muy bien):

    «Entre penumbras se dirigió a la ventana y estiró con determinación de la correa que izaba la persiana» (supongo que donde pone «estiró» debe ir «tiró»)

    El relato apunta maneras, pero creo que no termina de enganchar, creo que debes mejorar cosas (imprimir más ritmo e intensidad, evitar el uso de expresiones hechas: corazón contento, la profesión más antigua del mundo). El final me ha gustado, sobre todo porque quizá esperaba otro final (como que Paco usara la historia para escribir), y has sabido evitar lo obvio.
    Ánimo, y si te apetece leer y comentar el mio, estoy en el 31.

  7. Relato nada más que anecdótico, no llega a ningún lado a pesar de su final. pero creo que ahí, en León, hay un buen escritor en ciernes.

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