Cinco de Julio,
del año de tu muerte…
Querida Laura…
En esta habitación apenas hay luz. Hace diez días que estoy aquí y cada mañana pido que me traigan una bombilla.
¡Cállate, cabrón!, me gritan desde el fondo. ¿Quién va a querer leer la mierda que tú escribes?…
Pero yo sé que tú, querida Laura, desde tus huesos quebrados de lágrimas, leerás cada palabra que yo te escriba. Así, despacito, sonriendo con tus ojos de luna llena como cuando te tenía calentita entre mis brazos…
Y hoy, por fin, me han traído la luz. Y una libreta. Por eso hoy, querida Laura, voy a escribirte una carta…
Cuando te conocí apenas eras una niña. Recuerdo la sorpresa que colgaba siempre de tu boca. Y tu risa fresca cuando te ponías de pie en la cama y me gritabas por la mañana: ¡hoy me han crecido margaritas en las costillas! ¿quieres cogerme un ramo?…
Tan delgada y tan dulce. Tan indefensa como una perrilla, esperando siempre a su amo.
Fue un viernes por la tarde, cuando te vi salir de tus clases de inglés, con tu boina calada de color carmín.
Fue cuando,
sin querer,
me enamoré de ti.
Al día siguiente te recogí en la puerta de la escuela. “Hola”, te dije al verte. ¿Esperas a alguien?… No, me dijiste nerviosa. Pues yo sí, te dije despacito, pintando un deseo en cada palabra, te espero a ti. Hace años que te espero a ti…
A tu padre no le gusté. Recuerdo la noche que nos vio besándonos en el portal. Volvíamos de celebrar tu notable en ciencias y habíamos bebido. Si, ya sé que tú no habías bebido. Que sólo lo hacía yo. Bueno, no volvamos a discutir por esto. Yo estaba algo borracho y le dije a voces que me casaría contigo. Te cogió del brazo y me miró con el nacimiento del odio entre los párpados. No vuelvas por aquí, me dijo antes de cerrar la puerta…
Pero volví. Tú aún no sabías que serías siempre mía. Mi pequeña mujerniña…
Nunca te conté que mi padre me pegaba. Volvía borracho y me encerraba en mi habitación. ntonces oía sus golpes y a mi madre gritar. Y salía. Con diez años, salía como un loco a ayudarla. Las lágrimas, los golpes y los mocos, nos escocían a los dos…
No te lo conté porque era admitir que nadie me había querido cuando era pequeño. Que nadie me había amado. Seguro que te habría asustado, dulce Laura…
El día de nuestra boda ibas preciosa. Yo había salido con mis amigos la noche anterior. Tu padre no me dejó verte cuando llegué a tu casa a las seis de la mañana. Pero no insistí. Sólo quedaba un día para tenerte, para coserte a mi lomo de hombre fuerte…
Creo que la noche de nuestra boda fue la primera vez que te portaste mal. No debías de haber sido tan amable con aquel camarero. Te miraba con ojos de deseo y, lo peor, es que tú también.
Sabes que tuve que enseñarte, que no quise hacerte daño, pero merecías ese castigo. Por eso me agradeciste después, cuando al despertar en aquella habitación extraña, lavé tus heridas con mi propia lengua. Llorando los dos sobre el colchón. Corazones abiertos de besos y dolor…
Pero no cambiaste. Necesitabas ser la más hermosa de tu trabajo. No tenías ninguna necesidad de ir tan guapa a trabajar y cuando tu jefe te dijo que te ascendía y que quería que llevaras personalmente el departamento de investigación, fue cuando supe que te estabas acostando con él.
Aunque tú lo negaras, llorando mientras te arañaba la espalda con mi cinturón, ahogando con mis golpes tu pecado, limpiando tus sucias mentiras de perdón…
Tengo que dejar de escribir, Laura. Me sudan las manos. Suerte que no estás delante porque aunque todos dijeron que nunca estuviste con él, aunque su misma mujer te ayudara a defenderte, yo sé que tú te ponías cachonda al mirarlo, que te vestías para él. Y si ahora te tuviera delante…
Cuando dejaste de ir a trabajar, todos llamaban a casa, por eso corté el teléfono. No quería que nadie te influyera. Conmigo tenías suficiente. No necesitabas a nadie. Yo te cuidaba y no te pegaba si tú te portabas bien. Todo lo que yo hacía era por tu bienestar.
Pero vino tu padre. Jodido loco que no entendía nada de amor…
Y te llevó con él. Aislada de mí. De mis besos, de mis manos, de mis entrañas…
Y empezó la tortura…
Cada noche iba a tu puerta y te llamaba. ¡Me voy a matar!, te suplicaba llorando. ¡Necesito que bajes!… ¡No puedes dejarme morir así!
Y tú, por fin dulce Laura, bajaste. Justo un día antes de que saliera la sentencia de alejamiento.
Una noche más para mí. Mi pequeña y dulce amada…
Tengo que dejarte, me dijiste ya en nuestra casa, llorando sin parar, mientras cabalgabas mis huesos gastados. Dejarte aunque no pueda. Tienes que ayudarme…
Mi lomo se arqueó con un dolor abierto y ronco.
Dejarte…
Te aparté de un golpe y me levanté de la cama. Al volver de la cocina, tú gemías sobre el colchón.
Y te ayudé.
Con un golpe de muerte seco…
Querida Laura, ya termino mi carta. La beso antes de cerrarla. Esta mañana, en el juicio, todos me miraban como a un loco, pero yo sé que desde la tierra de tus ojos, tu corazón y tú sabéis que llevo razón.
Perfecto retrato psicológico de un maltratador. Sin concesiones a la galería. Las cosas como son. Muchas suerte.
Si lo que quisiste fue hacer un retrato sicológico de un maltratador (como dice el inefable Hóskar) está bien, pero si quisiste hacer una apología del mismo, escudandote en el amor que el nefasto personaje siente por «una perrilla esperando a su amo», pues que poca…