La magia se espuma en ambientes despampanantes o en estados de tiempo suspendidos de la memoria. Existen amaneceres que, más que traer la luz, acarrean una saca de ilusión, un ramillete de encantamiento; horas agarradas al alma para no morir jamás. Recuerdos, abracadabra de la evocación para escarmenar las penas del espíritu.
Es temprano. Las gotas de agua caracolean sobre la bóveda de cristal de la estación de ferrocarril. Hace frío; su acritud me araña la piel. Se comprimen los nervios, siempre dispuestos a ensancharse cuando vislumbran el fin de un viaje, el final de un trayecto de sentimientos espaciados que nos ha de arrimar al abrazo con nuestros seres queridos. El andén vibra con los paseos acelerados de quienes sueñan con el regreso de los viajeros. Van de un lado a otro, desgastando suela para matar el ansia de la espera. Hace frío; mi respiración compone un velo en el aire.
Estoy sentado en un banco. Una voz apenas audible, reverberada y extendida por todo el hangar como sombra de luna nueva, anuncia una prórroga para los estados de ánimo excitados: el tren se retrasa. Observo cómo las primeras luces de la amanecida plantan batalla al matiz azafranado que dejan caer en suspensión las luces del apeadero. El día llega a su tiempo; el tren nunca lo hace.
He visto pasar muchos trenes; en algunos me he montado, otros los dejé pasar de largo. Pero la entrada de todos ellos en la estación siempre la he vivido con una emoción intensa que iba ganando mis nervios, apretando mi garganta. Y es que ver llegar la locomotora, siempre envuelta en un halo de misterio, es como un retazo de magia: adviertes lo que llega de frente, pero no adivinas lo que viene por detrás. Así es la magia: una sorpresa satisfecha, la liberación de un estremecimiento contenido… un resuello de desconcierto que reconcilia la verdad con lo imposible. Siempre quise ser mago. Pretendía salvarme de una realidad que no me gustaba. Yo tenía felicidad; mi pueblo, demasiadas penas. Quizá la magia…
Llovizna. Hace frío; siento cómo restalla sobre mi nariz, en el filo de mis orejas. Espero a papá y a mamá; llegan de un viaje absurdo. Me arrugo bajo el abrigo. Cierro los ojos. Aguardo. Me zarandea un escalofrío. Percibo el silbido de una locomotora. Presiento un traqueteo, un vacío…
La noche brilla. Los veo llegar. Resurgen entre la niebla, sus manos entrelazadas, cariño, mucho cariño. Me reconozco allí; espectador de una escena que protagonizo. Un anden, una acera, una calle… Hace frío; solo hay frío. Me apresuro a su encuentro. Un abrazo, un beso cálido que rompe heladas sobre la piel.
Distancia, tiempo, recuerdo… magia.
Clarea. He pasado buena parte de la noche despierto. Excitado, he dado tiempo al tiempo para sumergirme en la amanecida, que ahora se asoma por la rendija de la ventana destartalada de mi dormitorio. Los cristales, vestidos con un pijama de humedad perversa, me dejan sospechar que afuera traquetean ráfagas heladas, y sospecho que una débil mantilla de nieve abriga las calles pedregosas de mi pueblo. Mis hermanos duermen, la casa entera dormita. El frío impone su reflejo de acero inoxidable sobre las baldosas carcomidas. No me atrevo a levantarme, a posar mis pies desnudos y calientes sobre el suelo helado. Pero me urge espiar; saber si está allí.
Yo tenía fijación por una caja de magia. El cristal, frontera transparente de la juguetería, la distanciaba de mí. Me conformaba con echarle el ojo. Aquel día saboreé la angustia de no verla allí.
Los críos del pueblo luchábamos para pegar la cara al escaparate; demasiadas criaturas para pecera tan chica. Allí, flotando en nuestra imaginación, nadaban muñecos, cachivaches de formas diversas, pelotas, coches… Sólo así podíamos empantanar nuestros ojos con el colorido asombroso de unos juguetes que anhelábamos pescar. Desde la distancia, osaban insultar a nuestras ansias insatisfechas.
Cogido de la mano de mis hermanos, acólitos de nuestros padres, recorremos el pasillo. La puerta está entornada, nuestras expectativas abiertas de par en par. ¿Quién se atreverá a fisgonear primero? Nos escondemos detrás de papá y mamá. No tenemos valor para asomar bigote alguno a una habitación que aguarda silenciosa, en penumbra, para vivir el estallido de nuestras emociones luminosas. Aún huele a mantecado denso, a turrón blando, a licor anisado duro; papelillos por el suelo, nervios por los aires.
La mano dulce de mamá acaricia el canto de la puerta; la empuja suavemente. Papá enciende la luz; arde nuestra alegría. Corremos de un lado para otro, sin estación en la que parar nuestra emoción desbocada. Estalla la magia.
Mi caja está ahí, exultante. Prestidigitación al alcance de mi mano: una varita mágica, cartas con truco, cuerdas sin nudo, bolas de colores y tamaños diferentes… Una chistera, donde meter mis ojos de niño satisfecho, para sacar ilusión a raudales. ¡Qué poco importa que no asome un conejo! Me abrazo a la pierna de papá. Lo miro de reojo, me mira de pleno. Mamá sonríe, presuntuosa al saciar nuestros deseos. Su felicidad, la nuestra. Se satisfacen nuestras avaricias de juegos, nos llenan de amor. Magia del corazón.
Hace frío; apenas lo siento. Me zarandean. Me desclavan de una duermevela que desvalijó mis sentidos a traición. Atravieso la niebla de la soñera. Se filtra la imagen de él, de papá. Aturdido, le pregunto por mamá. Nos abrazamos. Me consuela. Hay magias que no pueden ser.
Hace frío; lo descubro agarrado a mis huesos. Caminamos, su brazo sobre mi hombro. Consuelo. Las lágrimas a flor de piel; las palabras… bien adentro.
Siempre existirán espacios para el recuerdo, trazos de mi vida que removeré para vivir la magia de vivir a mamá. Siento frío, pero la presiento a ella de nuevo. Calidez; magia otra vez. Y es que siempre quise ser mago. ¡Qué suerte poder serlo, mamá!
Siempre es intenso revivir los detalles de la niñez. Siempre es duro saber que incluso la magia tiene sus límites.Estupendo relato. Suerte.
Conmovedor mi amigo, claro que fuiste mago, tu escrito tiene la magia y la belleza de la poesía. que lástima que los que podemos opinar nos quedemos en dos o tres cuentos mal escritos y no leamos lo que verdaderamente vale la pena. te felicito por tu cuento y quizá vote poe él. aún me falta leer muchos de estos 202 cuentos.
Hola.
He leído tu relato atraido por la sencillez del título.
Tu relato me ha encantado por las bellas expresiones, las comparaciones tan dulces y por finalmente la MAGIA que envuelve todo tu relato.
Me gustan los relatos que gozan de una escritura poética, y aunque por supuesto valoro el fondo de las historias debo confesar que lo que más me atrae tanto en las lecturas como en lo que yo compongo es la manera de expresar las cosas.
Me gustaría y me sentiría super alagada si hecharas un vistazo a mi relato. Yo estoy en el 114- Sentado en el umbral de alabastro- dime lo que opinas tanto para bien como para mal, soy humilde (prefiero aprender de mis errores que tener falsas palmaditas en la espalda) puedes destrozar mi obra si quieres jajaja.
Saludos y mucha suerte!
No deberíamos dejar de ser niños, ellos saben utilizar el «abracadabra» que hace soportable la desgracia. Conmovedor, como dice Encadenados.
Enhorabuena y suerte.
Hola Pedro:
He leído tu relato y me ha emocionado tantooooo
que lloro ,lloro… limpio mi pena, limpio » mi alma».
Gracias. GELI