Participantes

Participantes.

1-Orictolagus:
15 de abril, 2009 – 13:17

Una historia de viejos.

Creo que fue por el mes de Enero cuando les vi juntos por última vez. Iban cogidos de la mano, como siempre, y también como siempre discutían en voz alta sobre no sé qué viaje o algo por el estilo. Era enternecedor: tan mayores y aún comportándose como dos críos. Los dos delgados, enjutos, algo encorvados, superando ampliamente los setenta y andando –casi corriendo- hacia su diminuta casa.

Aunque apenas los conocía, ambos me saludaban muy educadamente. Él, levantando un mugriento sombrero de color indefinible. Y ella con un “buenos días tenga usted” que podía oírse a cuatro manzanas de distancia.

Sé que vivían de una magra pensión y sé que nadie les visitaba. Ignoro si tuvieron hijos y nietos, pero siempre estaban solos. Mejor dicho, nunca lo estuvieron porque se tenían el uno al otro. Eran como una misma cosa: el lienzo y la pintura, el marco de la ventana y su cristal. No los imaginaba de otro modo.

Hasta hace unos días. Los dos habían muerto y su casa estaba cerrada a cal y canto. Una vecina, que en vida jamás se preocupó de ellos, me lo contaba con lágrimas en los ojos:

– Ha sido muy triste, ¿sabe usted? Primero él, tan bueno, un ataque al corazón. Y al día siguiente, en medio del velatorio, murió su mujer. Yo creo que fue de pena ¿sabe usted? Pobrecicos, tan buenos eran…

Pero el pueblo anda revolucionado. Matilde, la del estanco, asegura que los vio una noche, dos días después de los entierros, corriendo y gritando por en medio de la era. Y claro, la cosa anda en boca de todos. Hasta el alcalde que es un hombre serio y cabal ha ordenado a los municipales que hagan una batida por la zona a ver qué hay de cierto.

Don Emeterio, el cura, nos soltó el domingo una filípica en el sermón, amenazando con excomulgar a quien creyese esas barbaridades. Tales cosas llegó a decir que la mayoría de los fieles nos santiguamos al oírlo y hasta hubo quien salió discretamente de la iglesia.

Yo no estaba dispuesto a creer semejantes majaderías. Pero hace un rato, en la pared de su diminuta casa, ha aparecido un corazón pintado con hollín. Lo que me ha dejado perplejo es el texto que puede leerse debajo:

“Esta noche, a las doce, te espero en la era, como siempre.”

2-Ariadna — FINALISTA:
16 de abril, 2009 – 16:28

Isabel Romero Soler
Isabel Romero Soler

¿RECUERDAS?

¿Recuerdas? Teníamos quince años y el mundo en contra. Tú te preocupabas de retorcer con destreza tus largos tirabuzones y yo trataba de ocultar, bajo el chaleco de lana, un impertinente agujero en la camisa. Nos queríamos. Dibujábamos corazones de tiza en las baldosas oscuras de la plaza y, alguna vez, nos rozamos las manos. Qué atrevimiento. Tú, la hija del médico. Yo, el hijo de un pastor de cabras. Un amor imposible en un pequeño pueblo a principios de los años treinta. Inimaginable que ambos caminos pudieran cruzarse. Pero se equivocaban. Nadie supo que entre las cabras y la medicina existía un paraíso en el que tú y yo decidimos perdernos, a pesar de los cañones de las escopetas que amenazaban con destrozar nuestros corazones ardientes. Y salimos ilesos, huyendo como asesinos, perdidos como una brújula sin norte.
Nos instalamos en otra población, lejos de nuestras familias, con la ilusión como único equipaje y la incomprensión como único testigo. Nos teníamos el uno al otro, incondicionales, capaces de desafiar tanta estulticia, preparados para pasear nuestro amor por el camino de las dificultades. Tuvimos que crecer pronto y los tirabuzones dieron paso a una maternidad temprana, a unas obligaciones que asumimos con firmeza. Tú cosías agujeros en otras camisas y yo trabajaba incansable en las labores del campo. Por las noches ambos estudiábamos bajo la luz de un candil. Nos seguíamos queriendo contra todo pronóstico. Y el mundo nos miró de frente y sonrió. Fuimos a vivir a la ciudad, cada vez más lejos de los nuestros y más cerca de un destino. Ya teníamos dos hijos. Tú trabajabas en una botica, yo me empleé en una notaría. Seguimos estudiando por las noches, codo con codo, robándole horas al sueño, alimentando una expectativa. Diez años más tarde tú regentabas tu propia farmacia y yo acabé aprobando las oposiciones de notario.

¿Recuerdas? Nadie apostaba un duro por nosotros y hoy cumplimos cincuenta años juntos. Por eso te he traído flores. Son rosas blancas, tus favoritas. ¿Te gustan? Las pondré aquí, junto a tu foto, para que luzcan a la par de tu hermosura. Y no, no te preocupes porque no les eche agua. Del mismo modo que aquella tarde en que decidimos huir de las garras de la sinrazón, hoy va a llover.

3-Y TÚ TE IRÁS — MENCIÓN ESPECIAL:
17 de abril, 2009 – 1:14

Ana María Alvarez Barroso
Ana Mª Álvarez Barroso

Y TÚ TE IRÁS

Mi hombre de mirada seria, ya estás en camino; aquí te aguardo. No soy como tú, de verbo ágil y verso colorido, y aunque mi palabra es clara, tú pones sobre todas las cosas tu propio acento.
Hasta con mi madre lo hiciste, que no sentía aprecio alguno por ti. No le gustabas. ¿Lo recuerdas? Se hacía cruces imaginándome con un hombre que se ganaba la vida escribiendo versos, un hombre de pueblo, ¡qué horror! Ella que incluso me había buscado pretendiente…
Tú no desistías. Me rondabas haciendo que tu rostro siempre estuviese presente en mi pensamiento. Y entre estudios, idas y venidas, nuestro amor fue más fuerte que todos los berrinches de mi madre y todas las adversidades; y tu tesón pudo más que mi nulo afán de protagonismo. Además, Tagore fue el culpable, ¡bendita culpa!, de hacerse pública nuestra relación. Yo traducía, tú ponías lirismo a mis palabras, y desde entonces se enlazaron nuestras letras, nuestras vidas, nuestras almas…
Mi hombre de mirada seria… ya no sólo era compartir las mismas inquietudes, también las mismas pasiones, y los mismos latidos de dos cuerpos en un solo corazón. Mas tu corazón también ama profundamente las raíces y el pueblo que te vio nacer: Moguer. Me enseñaste a quererlo, a verte en cada calle empedrada, en cada esquina serpenteante, en cada balcón, hasta en los muros de la vieja iglesia… ¿Recuerdas la primera vez que lo visité? Tanto me involucré en ese mágico entorno, que viendo que no había escuela, improvisé una y estuve haciendo de maestra. ¡Qué recuerdos, amor mío! ¡Y qué jóvenes éramos! Nos ha pasado media vida por encima, y a ti un centenar de libros y poemas.
Pero me aflige ver tanta melancolía, tanta tristeza pernoctando en tu corazón. Advierto en tus ojos un vacío que no acierto a comprender ni a descifrar. ¿Qué te apena? Esos últimos versos escritos son cenicientos, mortecinos, con la desesperanza de vivir una vida que no deseas, y con la esperanza de un final cercano y breve. ¡Si pudiese hacer algo por ti! ¡Pero estamos demasiado lejos!… Sólo me queda esperarte como te espero, porque estás en camino, y no lo sabes.
En breve partirás, y estaremos otra vez juntos, mi hombre de mirada seria; de nuevo cuerpo con cuerpo. Aunque -ahora sí- se queden solos los pájaros cantando, con el pozo blanco y con el verde árbol.

4-MIDIVA:
17 de abril, 2009 – 10:29

LA HERENCIA CUSTODIADA

Mi historia va sobre una llave, una llave muy especial con alma y vida propias.
Mi bisabuela siempre se defendió sola y nadie pudo sonsacarla jamás lo que pasó con su marido, novio o amante, nunca soltó prenda al respecto.
Mi tío tenía ocho años cuando se perdió en el bosque. Pasó una noche entera a la intemperie, enfermando primero y muriendo al cabo de un par de años. Durante ese tiempo de padecimiento, mi tío, el hermano de mi abuela, fue recopilando devocionarios y en su interior guardaba montones y montones de estampitas de santos, que ahora yo poseo. Siempre pensé que sabía cual sería su final y que se estaba preparando para ello.
Mi abuela se encontró esa llave siendo muy niña y la llevó pegada al pecho durante muchos años. Se colgó esa llave alrededor del cuello porque su hermano no tuvo tiempo para amar ni ser amado y su madre jamás lo hizo, al menos de una forma sana para el ánima. Era la llave que custodiaba su corazón, al menos así se sentiría segura.
Cuando conoció a Julián, mi abuelo, todo cambió y su regalo de bodas fue precisamente aquella llave que le entregaría sin miramientos. Continuaron los tiempos de hambruna y de miseria, pero a mi abuelo le gustaba el buen beber, tal vez demasiado y de vez en cuando se le iba la mano hacia aquella mujer que le había entregado su don más preciado sin pedir nada a cambio, tal vez un mínimo de respeto. Aun así el amor reinó en sus vidas hasta que mi abuelo murió de cáncer de piel a los 74 años. Entonces, a Vicenta se la partió el corazón en dos, y volvió a tomar posesión de su llave, que curiosamente aún tiene colgada en el pecho. Digo curiosamente porque a raíz de ese fatídico día, donde “Muerte” vino a visitarnos, la diagnosticaron Alzheimer. Creo que aquella llave tuvo algo que ver, la ayudó a olvidar y no recordar, pues aquello resultaba muy doloroso de soportar.

Ahora tiene 94 años, sólo espero que el día que haga las maletas para su último viaje, me entreguen aquel amuleto que posee parte de su alma, yo también quiero poder amar así algún día. ¿Y porque yo?, se preguntarán, porque nadie ha sabido entenderla tanto como su nieta, porque somos las únicas bohemias que han existido en la familia “Marchena”.

5-Valentina:
17 de abril, 2009 – 11:33

Mesa para dos.

Como cada ocho de abril, acudió puntual, vestido con su traje, impecable, recién afeitado y oliendo a “Varón Dandy”. Le acomodó en su mesa habitual, en una esquina junto a la ventana, y sirvió las dos copas de champán, detalle de la casa. Como cada año, encargó Vichyssoise y Lenguado Merniere para dos, así como una botella de Verdejo. Tal como había hecho los últimos cuatro años, sirvió la cena en dos platos y, cuando él terminaba el suyo, recogía el otro intacto. Desde que se hizo cargo del restaurante, veintidós años atrás, les había atendido, gustoso, el día de su aniversario. Por eso entendía a la perfección que él no pudiese faltar a su cita.

6-Ricardo Cifuentes:
17 de abril, 2009 – 12:27

Con freno y marcha atrás

Valentina, en el fondo me alegro de lo que sucedió aquella remota tarde de hace ya once décadas, cuando Ceferino nos dio a beber las sales que habrían de proporcionarnos la eterna juventud. Reconócelo, el doctor Bremón es un genio, pero ninguno de los otros cuatro que participamos de aquello creíamos en la eficacia de su revolucionario descubrimiento. Pero ya lo ves, aquí seguimos con ciento y pico años a nuestras espaldas y tan frescos.
¡Los médicos! Tantas vidas se han llevado por delante y sin embargo uno de ellos ha prolongado la nuestra hasta casi el infinito. Qué chasco se llevaría mi tío, desde el otro mundo, al saber que por fin cobramos la imposible herencia al cabo de 60 años; y aún puedo ver la cara que puso el pobre agente de seguros cuando nos presentamos los cinco a reclamar lo que nos correspondía por la bendita póliza aquélla.
Pasamos unas décadas de hastío, lo reconozco, porque saberse inmortal pesa mucho; fueron momentos muy duros y hubo un cierto distanciamiento entre ambos; gracias que nuestro querido Bremón supo dar una vez más con la fórmula para rejuvenecer y con ello recobramos las ganas de vivir.
¿Te acuerdas? Nos tuvimos que esconder de nuestros propios hijos, cada vez más mayores, para que no nos reprendieran por nuestras correrías nocturnas y para que no se volvieran locos al ver a sus padres cada día más jóvenes mientras ellos se encaminaban indefectiblemente hacia la madurez. Ahora parecemos sus hijos, y pronto pareceremos sus nietos…
Cuántas noches de amor, Valentina, cuántos besos, cuantos poemas recitados a la luz de las incontables lunas que han desfilado ante nuestros ojos. Cuánto ha evolucionado el mundo: el automóvil, la televisión, los ordenadores…, y lo hemos ido disfrutando con savia nueva en las venas… Aparentar de nuevo veinte años pero haber apagado cientos de velas de cumpleaños; beberse trago a trago cada amanecer, cada primavera, cada hoja del calendario… Saber que nuestros relojes recorren de nuevo momentos que ya disfrutamos antaño, hace quién sabe si ochenta o noventa años, y tener la esperanza de que cuando seamos dos niños, nuestros hijos nos llevarán al mismo colegio, y más tarde a la misma guardería, y que quizá en el último segundo de esta cuenta atrás los relojes cambien de signo y volvamos a vivir esto una vez más, unidos para siempre, Valentina.

7-Evaluna:
20 de abril, 2009 – 21:47  

Nada especial

La encontré con la mirada perdida frente a la ventana entreabierta al mar. Encima de la cama un precioso vestido negro de encaje, los zapatos negros de charol, un delicado y sencillo tocado blanco y todos los complementos para un día de celebración. Sin embargo, no noté en ella la alegría esperada; más bien me saludó balbuceante escondiendo un pañuelo entre las manos
Yo la abracé mientras la saludaba, nunca fue una mujer optimista y los cambios, fueran del signo que fueren, la perturbaban; y este día, de algún modo, lo hacía especialmente.
-¿Crees que me quedará bien? No termino de verme con el tocado. No sé muy bien qué celebramos ni para qué, han sido cincuenta años, si, pero ¿qué tiene de particular? No sé siquiera si esto puede llamarse un matrimonio, desde luego no ha sido como yo esperaba, nada especial.
El teléfono no dejaba de sonar, las idas y venidas de los hijos y los nietos, primos, hermanos, todo un bullicio para ella exagerado
Si embargo, él atendía a todos con esmero dando las últimas instrucciones, feliz y exultante sabiendo que habría pequeñas sorpresas que ella no atisbaría a intuir.

Consciente del esfuerzo que el camino recorrido juntos había supuesto, se había asegurado de que todo fuera un perfecto homenaje en torno a su reina. Él se sentía plenamente satisfecho con el objetivo cumplido que tantos años antes habían planteado ilusionadamente. Todo había sido perfecto y si no lo había sido del todo, hoy era día de olvidar tristezas y recuperar los buenos momentos.
Finalmente, ella se vistió y del brazo de sus padrinos ambos acudieron a la iglesia y, entre un centenar de familiares y amigos, se escucharon palabras de elogio, reconocimiento, admiración y sobre todo cariño.
Al salir de la iglesia, la imagen que contemplaron no dejó lugar a dudas a ninguno de los dos. El aplauso les aturdía confundido con los pétalos de rosa y el arroz que sus nietos les lanzaban, las lágrimas de sus hijas mayores, los abrazos de sus ahijados y amigos, un ramillete de seres queridos entregados a la emoción de un momento entrañable. Se miraron algo cohibidos y apretaron sus manos fuertemente. Ahora tenían la certeza de que el sacrificio y el cariño puesto en ese empeño habían merecido la pena y ahí, enfrente, en todas esas personas, habían dejado un trocito de si mismos y de su amor.

8-Ana Doris:
21 de abril, 2009 – 5:17

AÑORANZAS

Uno a uno fueron llegando los invitados aquel salón, donde las rosas y las lámparas a media luz, daban sobriedad al acontecimiento que allí se estaba celebrando: “LAS BODAS DE ORO”¡Si¡…Las bodas de oro de aquella diminuta pareja, de apariencia frágil, pero de carácter fuerte, tan fuerte que les había permitido criar 10 hijos-as de los cuales estaban muy orgullosos.

La noche corría…con ella los abrazos, los besos, las felicitaciones, las frases de valor para los años venideros, todos contagiados por aquella alegría del momento y la emotividad de ver reflejado en los rostros de los agasajados el amor, ese amor, que un día, hace 50 años ya, juraron seria eterno y que gracias a su constancia, comprensión, dedicación, tolerancia, respeto y pasión, lograron, sostener y acrecentar a través del tiempo.

Las palabras no se hicieron esperar, la hija mayor resaltó el ejemplo de madre abnegada, el siguiente hijo se dirigió a su padre, agradeciendo por haberle enseñado a trabajar, otros, por el estudio universitario que con mucho esfuerzo ellos lograron coronar, la hija menor por el amor brindado en los momentos difíciles, y la hija más querida por ellos, agradeció el apoyo dado a su hija.

Yo me creía morir, las lágrimas, no podía dejarlas rodar por mis mejillas, mucho menos gritar para expresar todo lo que en mi se estaba dando en aquellos momentos… era un momento de alegría, y mi rostro trataba de reflejar lo que mi alma estaba lejos de sentir, quería salir corriendo, huir, correr hasta el cansancio…

El salón guardo silencio…el discurso de uno de los hijos más queridos y admirados por aquella pareja y la familia en general iba a empezar. Habló entonces, sobre el amor recibido por en casa, del hijo que hacia un par de años había muerto, del bisnieto que aquel día había llegado como regalo de Dios, de las limitaciones económicas, que hoy era orgullo, por haberlas superado, de la enfermedad de su hermana que permitió valorar momentos familiares… los aplausos retumbaron, con ellos la lágrimas de ese matrimonio que en fuerte abrazo unían más sus almas.

Mis lágrimas no las detuve más, cuando escuche esa voz seguir hablando de la unión familiar, la fidelidad, el compromiso en pareja para sacar adelante a unos hijos, ejemplo dado por sus padres durante años, que solo sirvió para ser alabado y aplaudido…ya que nuestro hogar ese ejemplo nunca resplandeció.

9-Un vestido vaporoso:
21 de abril, 2009 – 20:12

Un vestido vaporoso

Bajando con rapidez las escaleras del portal, a través de la reja del portalón de acceso al edificio señorial, el joven vislumbra el autobús que gira desde la calle Altamirano hasta la parada del Paseo del Pintor Rosales. Acelera el paso, sale precipitadamente del portal, e inicia el cruce en diagonal de la calle semidesierta a esa hora de la tarde de verano

La sorpresa por la caída supera al dolor cuando se encuentra tendido en el borde la calzada. Poco a poco se intenta incorporar y observa con rabia el agujero en la acera fruto de estas obras veraniegas que asolan la ciudad. ¡Malditos perforadores de aceras!. Su intento de recobrar una postura digna es inútil, descubre que el tobillo ha dejado de prestar su función. Dispuesto a recorrer a la pata coja la escasa distancia que le separa de su portal, constata que a pesar de su aspecto impecable de joven ejecutivo, los pocos transeúntes que se han cruzado con él, le han evitado, acentuando su sensación de ridículo y desamparo.

La joven se acerca y le coge del brazo. Es tan hermosa que de momento la sorpresa suspende el dolor. Le ayuda a sentarse en el banco frente al portal de su casa. Intercambian unas cuantas frases banales fruto de la tensión que le provoca la belleza de esta mujer. Rechaza el ofrecimiento de asistencia justificando la extrema proximidad de su casa y al rato asiste al caminar de la joven alejándose por el paseo. Sigue con la mirada la imagen del movimiento del vestido vaporoso.

Tras una incómoda operación y meses de rehabilitación, sólo el recuerdo diario de la imagen de esa hermosa mujer caminando altera su rutina.

El anciano baja cuidadosamente la escalera el portal agarrándose con precaución a la barandilla de latón. Sale del portal y se dispone a cruzar la calle para dar su paseo diario por el parque.

La joven tropieza al poner el pie en la acera y cae casi delante del anciano. Caballerosamente el hombre ayuda a la mujer a reincorporarse y sentarse en el banco frente al portal de su casa. La visión de la joven sentada en el banco le hace enmudecer. Tras un rato durante el que él permanece inmóvil de pie delante de la mujer, ella se levanta y se aleja por el paseo mientras el anciano contempla el movimiento del vestido vaporoso.

10-m minúscula:
22 de abril, 2009 – 13:01

FACHADA NADA MAS

¿Has visto Manuel?, ¡otra vez una mujer muerta!. ¡No sé adónde vamos a ir a parar! Que anda que nosotros no hemos tenido discusiones y no se te ha ocurrido ir a la cocina a buscar el cuchillo, ni echar la llave, ni prohibirme salir, y mira que todavía me conservo la mar de guapa.
Pero claro, a nosotros se nos ha dado bien hablar. ¿Te acuerdas cómo se nos reían porque cada día salíamos un ratito a pasear, como cuándo novios? Pues mira, algo de eso falta ahora, que a la gente con tanta televisión, tanto ordenador y tanta cita virtual se le ha reblandecido el seso. Porque mira, dirán lo que digan los jóvenes pero tienen mil adelantos que nosotros no teníamos y, encima, se quejan de que les falta tiempo y de ese maldito estrés que parece disculpar cualquier otra cosa. ¿Cuántas veces no dejaste tú los tornillos a medio apretar por marchar a hablar con Paco? ¿O cuántas no dejé yo la ropa a medio planchar para atender a alguna amiga? Pero no, ahora cunde el egoísmo, las sesiones de aeróbic y esas cosas que tienen las chicas modernas. Que no digo yo que esté mal, ya me entiendes, Manuel, pero ¡anda que no hemos sido nosotros felices con un trozo de pan y cebolla! Ya, que en algún sitio tiene que estar el truco, ¿verdad? ¡faltaba más! Porque cuándo a ti te daba por algo, cabezota como el que más. ¡Si no nos hubieramos querido, para ratos nos aguantábamos! Y ahora, a la primera vez que no se ponen de acuerdo, parten peras y cada uno por su lado. Mil veces nos habríamos separado nosotros ¿verdad cariño? La vez que te empeñaste en cambiar de coche. Tres días sin hablarnos y otros tantos durmiendo en el sillón. Sin embargo, ¡anda que no eran bonitas las reconciliaciones! El no lo haré más, el mira que me he puesto burro. El pues anda que tú. Yo, Manuel, no lo entiendo, tanta vida en común para irse conociendo, tanta libertad y tanto bombo a la hora de casarse y, total, para durar lo que dura un suspiro. Y sabes que pienso de todo eso, fachada nada más. Por eso te ruego no te enfades si celebramos nuestros cincuenta años en la intimidad, total, nos basta con sabernos queridos.

11-Abu:
23 de abril, 2009 – 1:09

Feliz cumpleaños

Querido Ernesto:

Creerás que enloquecí, pero hace un rato, cuando entraste y me miraste como hacía tiempo no me mirabas me pareció que una claridad casi olvidada se instalaba con furia en mis ojos oscuros. Sentí que los colores hacían estragos en mi cara recién maquillada y que mil planetas explotaban dentro de mi pequeño universo.
Te imaginarás que, en medio de semejante terremoto emocional, apenas pude hilvanar ideas. De todos modos, en segundos, entendí que todavía había tiempo para nosotros. Tiempo para refregarnos las narices, para raspar mis pechos contra tu pecho, para apretar las pinzas de mis manos en tu piel, para repasarrnos, para besarnos la paz borroneada de los brazos, para rescatar la memoria de tus dedos.
¿Por qué no, Ernesto? ¿Por qué no abandonar la aridez de esta meseta marrón y redescubrir el camino de los terrenos abruptos? ¿Por qué no barrer el tiempo y dibujar en el aire, con las piernas, garabatos invisibles, tan ilustres y desenfrenados como antes?
Entonces lo decidí, no había motivos para esperar. Era el momento. Estabas ahí, estábamos ahí, los dos. Era el lugar. El mismo lugar donde tantas veces, durante tantos años. Eran los mismos sentimientos y la misma complicidad. Quería volver a pegar mi mirada caliente con la tuya, quería escarbar en la humedad de tu boca. No me importaba estafar la noche de tu pantalón nuevo con mis manos sucias de harina, ni arrugar tu pelo blanco, estirado, ni siquiera que alguien abriera la puerta y viera cómo tus manos se ufanaban en ondear sobre la prolijidad de mi pollera. Nada me importaba. Sólo quería acercarme y que me respondieras, sin palabras.

Menos mal que seguís siendo el mismo, Ernesto, tan formal y precavido.
¡Si nos hubieran visto los nietos, así, en la cocina!
¡Felices setenta años, mi amor!

Abu

12-libélula — FINALISTA:
23 de abril, 2009 – 11:47

 Francisca García-Casarrubios
Francisca García-Casarrubios

MOLINOS DE VIENTO

Toda su vida había transcurrido allí; en el pequeño pueblo de calles empinadas y casas blancas,bajo la eterna vigilancia de sus majestuosos molinos de viento.
Carmen y Rafael pasaron por la infancia sin apenas tocarla. La guerra civil se encargó de ello. Sollozaban con el sonido de la metralla y corría a refugiarse en alguna cueva.
Se conocieron más tarde mientras hacían cola para recibir la porción de pan que les estaba asignada.
Llegaron al matrimonio con una carga virtual de esperanzas mientras la realidad les ofrecía penurias y escasez.

Poco a poco la vida mejoró y consiguieron comprarse una pequeña casita. Carmen alumbró a dos miñas y un niño. Mientras ella en casa se ocupaba de criarlos, Rafael salía todos los días al asomarse el alba a labrar los campos de su amo. Soportando los tórridos veranos y las picaduras de los tábanos y,los crudos inviernos donde los dedos de los pies se le paralizaban.
Así eran felices; veían crecer a sus hijos y no le pedían nada más a la vida.
Un día, sentados uno frente al otro,se asombraron del transcurrir del tiempo. La ley de la vida los había vuelto a dejar solos, igual que cuando empezaron. Solo que ahora, el futuro había menguado considerablemente.
Llegaron años apacibles donde se acentuaron las caricias, las miradas amorosas y la ternura. Años en que la soledad les hacía refugiarse con nostalgia en los recuerdos preservados como piedras preciosas dentro de sus almas.
El deterioro físico de Carmen decidió a los hijos para llevarlos a una cómoda y bonita residencia; más la escasez de plazas los obligó a separarlos. Cuando llegó el momento y Rafael y Carmen fueron conscientes de ello, se abrazaron tan fuertemente que sólo a través de la fuerza pudieron desprenderlos.
Carmen veía marcharse al hombre que había compartido 60 años de su vida; y ahora que ésta se terminaba, se lo arrebataban.
Pocas veces habían salido del pueblo; allí sufrieron pero amaron en mayor medida. Los molinos de viento pueden dar testimonio de ello.

13-maría del Carmen Guzmán:
24 de abril, 2009 – 10:21

LA PUERTA ROSADA

Esas cortinas recogidas con primor, esa puerta cerrada, pintada de un rosa desvaído sólo pueden pertenecer a una vieja dama venida a menos que se refugia en su pasado teñido de rosa para no ver el presente gris, la soledad, el desamor y la pobreza, para no ver las grietas de la pared formando conjunto con los surcos de su cara. Sus manos delicadas cortaron rosas del jardín, ahora descuidado. La dama cierra los ojos porque no quiere ver la sombra que traspasó la puerta, no quiere escuchar la voz que la llama, ni oler el perfume de nardos, tan familiar, pero su piel siente el roce de unos dedos y abre los ojos.

Entonces lo ve. Es él, él, su amor que la esperaba desde hacía veinte años y le sonríe. La dama se levanta del ajado sillón donde dormitaba y una nube rosada los envuelve a los dos.

14-María del Carmen Guzmán:
24 de abril, 2009 – 10:29

VEINTE AÑOS, ULISES

Veinte años son demasiados, Ulises, y ya no puedo esperar más. El tiempo va marchitando mi juventud y se me va acabando la paciencia. El mar me trae rumores de tus aventuras por esos mares de los dioses y me cuentan que vives, pero no sé cómo ni con quién vives.

El tapiz de tu esposa crece de día y mengua de noche, y se burla de los pretendientes como si fueran el ratón y el gato o dos niños que juegan al escondite, pero esas lanas multicolores están perdiendo su brillo y tersura, como mi pelo. Así que, vuelve pronto, Ulises, que si no regresas de inmediato, tu casa y tu familia se convertirán en ruinas.

Penélope te sigue siendo fiel, y quiero que sepas que aún sigue hermosa a pesar del tiempo: teje y desteje para ahuyentar a esos babosos que pretenden quedarse con ella y tus posesiones, pero durante todos estos veinte años, a pesar de ser tan joven, la he defendido con todas mis fuerzas, pues tuve un buen maestro en ti. Yo te veía salir por esas puertas con tu arco y tus flechas y regresar con un venado, un jabalí, o cuando menos, un par de liebres que eran la gloria de tu familia. Al principio se reían de mí, porque me veían pequeño, pero conforme crecía, me fueron respetando más y más, tanto, que los mantuve a raya, hasta ahora.

Telémaco, tu hijo, también hace lo que puede. Trabaja, lleva la contabilidad y cuida de su madre, pero no puede con todo. Y ese es el problema: como no regreses pronto, esto no hay quien lo arregle.

Yo estoy muy viejo, demasiado viejo, Ulises, y si no me he muerto ya es porque sé que de un momento a otro aparecerás triunfante para aplastar a tus enemigos, y cuando me veas echado a la puerta de tu casa, moribundo, yo, Argos, tu perro fiel, moriré feliz mientras me rascas la cabeza.

15-Hana:
25 de abril, 2009 – 16:10

DESPEDIDA

¿Sabes? Llevo días llevando conmigo esta pequeña caja llena de recuerdos nuestros. Un trozo de tela del primer vestido que llevé cuando te conocí, aquel pañuelo que me dejaste para limpiar mis lágrimas, el tacto al sentir tu mano tomando la mía por primera vez o el sabor del primer beso que me robaste, bajo los últimos rayos del sol de Enero.
El otro día volví a recordar cuando nos casamos en aquella, todavía, pequeña parroquia del pueblo. Aquel vestido blanco que guardé luego, con la ilusión de que alguna de nuestras hijas lo vistiera para su propia boda, el traje con aquella corbata roja que tanto me llamó la atención, las sonrisas, tu madre tan mayor, mi padre orgulloso… Y luego de todo, nuestros 4 hijos, los que hemos criado como nuestros padres lo hicieron con nosotros, los trabajadores que ahora me cuidan… ahora que te has ido.
Ahora, con más de 35 años juntos a nuestras espaldas, tú has decidido ir antes que yo, con aquello que siempre decías “déjame hacer el camino para que nunca caigas, María” y yo solo asentía, y sonreía al verte salir a la calle una vez más, una mañana más despidiéndote en la puerta cuando recién daban las 6 de la mañana…
Como ahora, te despido para irme pronto contigo, a las puertas del cielo como todos los días, a las 6 de la mañana… Nos veremos pronto, Rodrigo.

16-Lara:
26 de abril, 2009 – 20:54

ANIVERSARIO

Ha vuelto a hacerlo. Como cada año. Como cada seis de enero. Nostalgia, dice él. Nostalgia de cuando éramos jóvenes. Si pudiera, si él pudiera, volvería atrás, a esos días de rosa y gris, de nubes blancas y negras, de besos y enfados; al principio de los tiempos. Saca un álbum de tapas descoloridas y va pasando las hojas muy despacio, deteniéndose en ésta o aquella fotografía que congeló un instante de vida. “¡Mira, qué guapos!”, dice con un suspiro. Y luego coge otro álbum, y otro, hasta llegar a nuestros días. “¿A ti no te gustaría recuperar aquellos años?”, pregunta. “No”, le contesto. Y a él se le pone la cara larga como si le estuviera negando la vida en común, como si quisiera borrar aquel primero de mayo cuando robó una rosa en un jardín de Cáceres para mí. “Volver a ser joven, sí, pero no repetir lo vivido”, le digo, intentando un acercamiento. Inútil. Porque él quiere girar las manillas del reloj, retroceder en el tiempo, y arrastrarme en ese sueño, y yo no. Entiéndanme. Me gusta esa chica que hay en la pantalla del ordenador con cara de niña, piel de melocotón y un lazo rosa en el pelo, que mira su dedo a punto de ser coronado con un anillo. Me gusta ese chico de media melena y sonrisa a lo Paul Newman que coge mi mano. Pero quiero estar donde estoy. Con mis canas teñidas de rubio, mis gafas de presbicia, las arrugas y la flaccidez de años vividos. Y lo quiero a él más reposado, más tierno, más comprensivo… Treinta y cuatro años como semillas que han ido cayendo sobre la tierra, muy hondo, germinando a pesar del granizo, de las heladas, de los malos aires… Treinta y cuatro años juntos. Y más.

17-Hispano:
2 de mayo, 2009 – 10:36

RINCÓN SECRETO

La arena quema mis pies, mientras paseo por el borde de la playa, una playa inmensa, inmensa y blanca. El límite de la misma se pierde en el horizonte, como si fuera parte integrante del propio mar. Caminamos los dos por el borde interior de la misma, y desde aquí hasta la orilla aun nos separa casi un kilómetro. A nuestro lado merodean alegremente ardillas de tierra, esperando cualquier chuchería que les queramos dar. Ella se entretiene ofreciéndoles unos trozos de pan que hemos robado en el restaurante del hotel.
“¿Nos acercamos al agua?” -le pregunto- “Veo que te quemas los pies…” Ella responde entre risas y yo asiento con la cabeza. Nos ponemos de camino hacia el borde mismo del mar y, después de un rato andando, nuestros pies se ven bañados por el líquido elemento. Continuamos nuestra marcha de la mano, con el agua a la altura de los tobillos, dejando que el Atlántico nos regale su frescor. No puedo evitar mirarla mientras anda; ella se hace la distraída, pero sabe bien que la observo: su pelo negro compite en brillo con el propio sol, y su piel morena, húmeda por el sudor que brota de sus poros, parece competir en belleza con el entorno.
Nuestro rincón secreto está ya a la vista, es un lugar especial, que en nuestra vida tiene una importancia sublime, pues éste fue ese lugar donde algo nuevo empezó. Aquel día era el primero de nuestro primer viaje a Fuerteventura, y descubrimos esa misma playa y ese mismo lugar; nos tumbamos en la arena al atardecer y la noche vio silenciosa nuestros besos, el mar nos arrulló y nos llamo a su interior; la oscuridad de las aguas nos dio la intimidad necesaria, y fue entonces cuando sentí su piel desnuda a mi alrededor, envolviéndome por completo. Ella sólo me miraba con los ojos muy abiertos, y en ellos se reflejaba claramente la luz de la luna. Su voz ya no era su voz, sino un murmullo que se empastaba con la voz del mar; su cuerpo ya no era su cuerpo, sino parte del mío, tanto como el mío lo fue del suyo…
Cada 20 de agosto intentamos recordar dicho momento, rememorándolo como si fuera el mismo tiempo ya pasado, con intensidad renovada. Lo que aquella vez surgió de tan inmensa pasión, hoy tiene 25 años, y nos llama padres.

18-BOGART-BACALL — FINALISTA:
6 de mayo, 2009 – 14:15

Carlos Garrido Rubio
 Carlos Garrido Rubio

EL ESPEJO DEL TIEMPO

Amada esposa:

Hoy hace cincuenta años que nos conocimos. Y quiero confesarte algo.

A veces, cuando estás dormida, acerco mis labios a tu frente y te beso, con la esperanza de que ese beso vaya más allá de tu piel, surcada de hondos recuerdos, y se deposite junto a otros que te di. ¿Los recuerdas? El primero, en la última fila de aquel cine de barrio que derribaron hace años. Los de los atardeceres de los domingos, comiendo pipas en el Retiro; en la puerta de tu casa, los apresurados de despedida; los que nos dimos a oscuras entre sábanas claras, empujados por el deseo…

Esta tarde vendrán nuestros hijos, con los suyos; esos enanos ruidosos que nos roban el corazón y las monedas sueltas que encuentran a su paso. Cuando se marchen, volveremos a sentir el vértigo del vacío. Veremos un rato esa serie que te gusta tanto y que yo aborrezco. Pero no me importa. Te miraré de soslayo mientras pienso, como algunas noches en las que la melancolía se prende de la solapa de mi pijama, que lo mejor que he hecho en esta vida es compartir mi tiempo y mi amor contigo, mi Bacall.

Te quiero.

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Esposo amado:

Nos conocimos hace hoy cincuenta años. Y quiero confesarte algo.

A veces, cuando crees que estoy dormida, siento los surcos de tus labios posarse sobre mi frente y entonces imagino que ese beso que me das va a reunirse con otros que me regalaste. ¿Los recuerdas? El primero, en blanco y negro, en la última fila de aquel cine de barrio ya desaparecido; los de sabor a pipas de domingo junto a las barcas del estanque. Los dulces de despedida, a la puerta de casa; los de las noches en las que la pasión abrazaba nuestras sábanas…

Luego vendrán a vernos nuestros nietos, con sus padres. Hay que acordarse de dejar unas monedas donde siempre, para que las hurten esos pillos revoltosos, de la misma forma que nos roban el corazón. Después nos llenaremos de vacío con su ausencia, mirando ese programa que tanto te gusta y que yo detesto. Pero me da igual. Te miraré de reojo mientras pienso, como algunas noches en las que los recuerdos se descuelgan por mi bata, que lo más maravilloso que he hecho en esta vida es compartir mi amor y mi tiempo contigo, mi Bogart.

Te quiero.

19-Isabel Bennet — FINALISTA:
6 de mayo, 2009 – 16:06

 Belén Solesio

 Belén Solesio

 A tu lado, siempre

Le quitó el último rulo del pelo, ya blanco y algo escaso, con la habilidad de un avezado peluquero.

– Ya está, y ahora- dijo cogiendo una barra de labios de un delicado tono rosa- el último toque antes de irnos. Siempre decías que el único día de tu vida que saliste a la calle sin pintarte los labios, te sentiste desnuda delante del mundo, por eso nunca me olvido. Hoy tenemos un plan especial, niña, es el primer día de la primavera. Te pondré este chal, que todavía refresca un poco tan temprano.

La cogió del codo y la condujo suavemente hacia la puerta.

-Vamos a ir a la verbena de las Vistillas. Nos vamos a marcar unos bailes, como cuando nos conocimos en las fiestas de tu pueblo ¡Qué guapa estabas! Sentada entre tus amigas, destacabas entre todas. ¡Cuidado con este escalón, que es traicionero! Tomás, mi querido amigo, también se fijó en ti, pero no tenía nada que hacer. Ya sabes que a las chicas, aunque suene chuleta, siempre les he gustado mucho. Mucho más que el soso de Tomás, o el larguirucho de Antonio. Así me lo dijiste más tarde, cuando ya éramos novios formales. Que lo tuyo también había sido amor a primera vista ¡Y tu padre! Lo que me costó convencerle de que lo nuestro iba en serio. Pensaba que yo era un zangolotino, pero yo por ti fui capaz de comerme el mundo. Y aquí estamos, con nuestro pisito pagado, y aunque la pensión no da para lujos no podemos decir que nos falte de nada. Te voy a comprar unos claveles, tus favoritos. ¿Por qué esperar hasta tu cumpleaños? Tenemos que celebrar cada día que estamos juntos. Vamos a tirar la casa por la ventana, niña. Así me gusta, que me sonrías, tienes la sonrisa más dulce del mundo. Si se enterase tu sobrina Marimar ya sé la cara que iba a poner. Piensa que estoy como una cabra cuando le digo que te enteras de todo lo que te cuento. Se pasa el día diciendo que estamos muy mayores para vivir solos, que un día va a pasar una desgracia y nadie se va a enterar, que estaríamos mucho mejor en una residencia… ¡Bobadas! El día en que te encierren a ti en un sitio de ésos significará que yo ya no estoy en este mundo, y si no ¡al tiempo!

20-Isaac Martínez Garzón:
7 de mayo, 2009 – 16:30

Mark, divisaba toda la ciudad, el tiempo se había detenido ante él, la garganta seca, las manos temblorosas, se agarraban con fuerza a los barrotes de la terraza. Una lágrima muy sentida, recorría su mejilla, nada podía tener sentido para continuar, todo lo creía perdido, extrañaba tiempos en lo que todo era más tranquilo.

-.Otro día ganado-, se decía para si mismo-

Las arrugas de su piel, eran dueñas de su tiempo y de todo lo que había presenciado en estos setenta años.
Alguien se acerca por detrás.

-.Mark, ¿aún sigues pensando en lo mismo?, ¿ no crees que es momento de admitir tu necesidad de estar en paz?

-.Es cierto Ángels, llevas razón, se que hago esto todos los días y no encuentro respuesta.

Ella, al igual que él, también tenía las manos manchadas por el paso del tiempo, pero su corazón, aún seguía joven, latía como el primer día.

-.Mark, cielo, no te pares a cuestionar lo que se te ha dado en todos tus años, has aprovechado cada segundo de tu libertad, para ayudarte y ayudar a quién te lo permitió.

Mark, esbozó una pequeña sonrisa, cómplice de aquellas palabras y sabiendo el poco tiempo que le quedaba para volver.

-.Ángels, jamás olvidaré cuanto amor llevas, no

-.No hay tiempo para dejar de amar y tu sabes que valoro lo que has luchado, al igual que yo se, el sacrificio que supone llegar hasta aquí cada día, para mi también lo es Mark.

-.Quiero quedarme!gritó el anciano con suavidad en su oido.
Angels, comenzaba a alejarse, el tiempo pactado de aquel encuentro tocaba a su fin.

De pronto, el silencio y la oscuridad, invadía su entorno. Mark , empezó a ser consciente de algo nuevo, los estímulos que antes eran lejanos se hacían familiaresabrió los ojos y lo primero en divisar fue sus manos, pero no estaban arrugadas, no había señales de todo eso.

Miró a su alrededor, allí estaban esos ojos azules libres.

-Bienvenido, Frank, sabía que había entrado en tu pequeño mundo, aquel que te hacía mantenerte con vida y a que pesar de todo, me ha permitido estar más cerca de ti. Has estado en coma cuatro años, pero se que interiormente, tu tiempo comenzó a querer vivir y sentir sin moverse de esta cama. Ahora eres tu quien elige tu propio destino, porque a pesar de todo, tu mochila aún no esta llena.

22-VENECIA KERR:
14 de mayo, 2009 – 17:04

MAÑANA SERÁ OTRO DÍA.

Abro la puerta para ir deprisa a la asociación de mujeres de mi barrio, ahora que ¡por fin!, Mario, mi marido, se ha decidido a salir tras pasarse como cada día,horas y más horas delante del televisor, sobre todo desde que se jubiló hace dos años.
He meditado mucho esta delicada decisión que voy a llevar a cabo, pero, sinceramente ahora o nunca,¡ya no aguanto más vivir así! Todo comenzó el otro día, cuando salía del supermercado, mientras esperaba….No, mejor dicho, ese no es realmente el principio, el principio de mi historia y el por qué de mi decisión, se remonta a treinta años atrás, cuando un día cualquiera de primavera, Mario y yo nos casábamos. Ambos procedíamos de familias normales, de gente obrera, pero yo había tenido que superar muchos obstáculos
para poder casarme con Mario, porque mi padre, decía que ni él ni su familia eran gente como éramos los demás, que eran distintos en sus maneras de pensar y de actuar, y que a mí me haría una infeliz. Me empeciné como a veces solía hacer y así me salió. Desde el primer día, aquel chico callado que yo había elegido como marido, dejó a un lado aquel silencio suyo y pasó a “decir”,si yo le comentaba que ¿por qué no vamos a la playa ?, él simplemente decía que no le gustaba nada de nada la playa. Esa“petición” fue solo el principio de una “larga negación “ solía yo definir sus constantes negativas, ¡jamás! Me dijo aquello de “sí, donde tu quieras”, nunca en nuestra vida en común, tuvo un detalle para mí, en ninguna ocasión. La verdad es que tampoco me escatimó el sueldo, siempre lo entregaba tras quedarse con una parte para sus gastos, y malos tratos tampoco hubo en nuestra relación, pero nada más. El otro día, al salir del supermercado, me encontré con una amiga. No la reconocía de lo bien que estaba, se había divorciado y ahora tenía hasta un novio más joven. La decisión está tomada, al abrir la puerta, llegan mis dos nietos, al ver sus miradas llenas de paz y felicidad, veo lo que yo tengo mejor que nada en el mundo, su felicidad y la de mis hijas, no les daré mas problemas, mañana será otro día, todo irá mejor.

23-Nadia K. — GANADORA DEL PREMIO ESPECIAL “AMOR EN EL TIEMPO”:
15 de mayo, 2009 – 11:56

Lucia Parrilla Sagra

Lucia Parrilla Sagra  

Historia de amor

Le pregunté por su historia de amor, con la amable condescendencia que mostramos los jóvenes ante los ancianos, en la creencia de que nadie nunca antes de nosotros ha sentido con tanta intensidad. Estábamos junto al mar, en esa hora mágica en que los pintores aguardan con anhelo la fugacidad del rayo verde. Levantó hacia mí su rostro, devastado por mil enjambres de segundos voraces, de esos que dejamos pasar, engañados por su aparente insignificancia. Fue tan intensa su mirada que, avergonzada de mi fatuidad, tomé su mano con delicadeza, en señal de respeto.

Me habló de un amor, tan bello que iluminó una vida entera; un amor que le dio fuerzas para afrontar la amargura de la pérdida, para compensar las desdichas pasadas y aún el resto de las venideras. Sería ilusión mía, pero creí notar que sus ojos, de un castaño ya desvaído, se avivaban por un momento. O quizá fueron los últimos destellos dorados de un sol que la noche vencía.

-Y, aunque nunca nos tuvimos por completo, aunque la imposibilidad de aquel amor nos hiciera alejarnos por pura supervivencia, nunca apagué ese sentimiento del todo, como la lucecita amiga que se deja en el cuarto de los niños para librarlos del miedo y la soledad.
-Pero…-titubeé- Creí que me estabas hablando del abuelo…

Se sonrió levemente, entre la tristeza y la travesura de una franqueza tardía y, por ello, disculpable.

-No se lo cuentes a tu padre. Él siempre ha estado tan orgulloso de nosotros…Suele decir que el matrimonio de sus padres ha sido el espejo en el que se ha mirado para construir el suyo. Y lo ha hecho muy bien, y eso es mi alegría y mi premio. Quise mucho a aquel hombre, sí. Pero llegó a mi vida a destiempo, como un regalo inesperado que no podía aceptar y ambos lo sabíamos. No podía cargar sobre mi hijo la vergüenza social de una madre prófuga ni quebrar su infancia con una elección traumatizante. Guardé para mí el dolor de la renuncia, adormeciéndolo con una nostalgia dulce. Tu abuelo también merecía ser amado y creo que vivió feliz hasta el final. No me desprecies por cobarde ni me compadezcas por abnegada. A veces la vida no es la novela soñada, pero el amor tiene muchas facetas. Hace frío, vamos.

Besó con dulzura mi mano y, como cuando era una niña, me condujo hasta casa.


 

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