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13- La gata Bengalí. Por Caminante

Roncero Tostones escucha diferentes críticas e incomoda y sulfura pero a la vez apacigua, guarda silencio, se adentra en los recuerdos y adormece. Poquito a poco, sin embargo, empieza a desperezar, a soñar despierto y a fraguar y reproducir la conversación que tiempo atrás escuchara en boca de diferentes protagonistas locales: vecinos y conciudadanos.

—Qué hermosa y qué guapa estás, Angelita —piropea la tía Sarnosa a su vecina y prosigue con los halagos—. Los años no pasan por ese cuerpazo de salubridad que luces —añade a la hija del tío Burrero—. Hay que ver, —recalca—, lo bien que te queda el vestido y qué colores más vivos y joviales traslucen de la tela, de tu estilo y de tu cuerpo.

—¿De verdad? —pregunta la ingenua de Angelita, hija de su vecino, el tío Burrero, algo escasa de luces, aunque de carácter sincero y bonachón.

Y tan de verdad, mujer. No faltaría más… —guarda silencio y reanuda—. No te quepa duda, hija mía, ya te digo, tú misma podrías ser uno de mis retoños y para un hijo, ya sabes, ningún mal quiere una madre. Tú eres, además, como el sol naciente que en días tristes y nublados alegra la vista de cualquier vecino. Y no es para menos, mujer, las costuras del vestido realzan tu figura de tal modo que pareces una presentadora de televisión —concluye la tía Sarnosa con los halagos y las zalamerías.

Angelita, la hija del tío Burrero acoge las palabras de la tía Sarnosa con tal contento que gira sobre sí misma, agarra el vestido y lo gira y lo eleva a propósito. La inercia que ella misma provoca en la prenda ondea a modo de campana y se alza al viento con tanta energía que asemeja a un pajarraco levantando el vuelo.

Cuando Angelita desaparece calle arriba, sin embargo.

—Has visto, Jeremías, —aclara la tía Sarnosa a su marido—, qué gorda y asquerosa se ha puesto Angelita, la del tío Burrero —y añade—. A pesar de lo joven que es la zagala hace honor al mote de su padre, verdad. Ya lo creo ya —añade para sí misma—, me da la impresión de que parece una burra embarazada.

—Dios los cría y ellos se juntan, y no sé, cómo se le ocurrirá embutirse en un vestido que la envejece cuarenta años y la engorda aún más de lo que ya está.

Angelita, mientras tanto, camina más contenta que Prudencia el día que descubrió a su gato Siamés a lomos de la gata Bengalí de la tía Jorobas. La tía Jorobas recelaba del olor a macho que desprendía el condenado del Siamés; más feote que Dionisio el porquero y más peludo que el sobaco de su vecina, la Prudencia. A su gata parda, por el contrario, le colocaba un lazo de color rosa alrededor del cuello, le añadía colonia de mujer sobre el pelaje corto y brillante y le adosaba un pequeño cascabel que la felina entonaba a cada paso que daba.

La tía Jorobas adoraba a su gata y la conservaba en la pureza de la virginidad para evitarle los trances que ella misma hubo de soportar en el pasado. La tía Jorobas perdió la virginidad a los treinta y cinco años con el feote y mal oliente del porquero —ahora o nunca se dijo a sí misma—. Aquel día se armó de valor, entreabrió el escote y arrastró al porquero hasta las cuadras donde lo apalancó entre los sacos de la pulpa y el montón de la paja. Además, con tan mala fortuna que para una vez que emparentaba con algo sabroso y distinto al potaje de garbanzos se quedó embarazada y encontró el rechazó del porquero. Para desasirse del matrimonio y del reconocimiento de paternidad que se le avecinaba, sin embargo, el porquero, muy tuno, buscó la confidencia de cuatro amigos a quienes llevó de testigos y todos afirmaron ante el juez que habían tenido relaciones consentidas con la tía Jorobas entre las sacas de la pulpa. Además, el porquero añadió en declaración jurada ante las autoridades que jamás dejó embarazada a ninguna de sus cabras y ahora, por una vez que lo hizo con su vecina no iba a comerse el marrón de los otros cuatro.

El rechazo y las críticas de los convecinos, por el contrario, destrozarían la moral de la tía Jorobas que despreciada, deshonrada en lo físico y en lo moral desearía morir antes que sentirse en boca de sus convecinos. A consecuencia, la tía Jorobas se tomó un frasco de pastillas para la gripe, perdió el conocimiento y pegó tal guacharrazo que el estropicio alertó a los vecinos. Salieron en su auxilio y sin dudarlo si quiera la trasladaron al hospital. Pero aunque la cogieron a tiempo, le hicieron un lavado de estómago y le salvaron la vida, aquello le provocó el aborto, la pérdida del fruto del porquerizo y el conocimiento de los convecinos. Desde entonces odiaba a los machos que ahora idealizaba en los modales del gato Siamés, propiedad de su vecina, la Prudencia. Para evitarlo, cuando el gato merodeaba por su casa o por las cercanías de su gata le tiraba la zapatilla o lo ahuyentaba entre lances de escoba, resoplidos y maullidos inhumanos. Pese a ello, un descuido es un descuido y… Ya lo decía la madre de Tomasa, la del cabrero. Madre e hija se llevaban tan bien que un día se enristraron las dos en los arrumacos del novio de la hija. Al poco tiempo, sin embargo, le anunció la madre a la hija que llevaba dos faltas seguidas.

—Las faltas de la menstruación no significan embarazo, madre, pueden deberse a una infección esporádica.

—¿Tú crees, hija mía? Mira que si a mi edad y en mi estado de viudez me creciera la barriga y llegara a oídos de las malas lenguas.

—Eustaquio, mi prometido —añade la hija—, bien lo sabe usted, madre, toma el asunto del apareamiento con tanto celo que eriza hasta los vellos más recónditos de nuestros cuerpos.

—Sí, sí hija mía, sí, y tan en serio que después no hay quien lo aparte.

—Bueno, madre, reconozco que a Eustaquio le cuesta evaporarse del cautiverio y persiste hasta el último momento. Sin embargo, y aunque la retirada le disgusta más que morirse de pena, bien sabe usted que suele apartarse a tiempo.

La madre escucha la inocencia de la joven hija y veterana en avatares, la informa:

El veneno de la cosa del hombre está en la punta, hija mía.

Los descuidos son de humanos, ya se sabe. También la tía Jorobas lo era y un día que salió con prisas para asistir al entierro de un familiar olvidó cerrar la ventana. La gata Bengalí descubrió la abertura y salió más contenta que la hija de la tía Cazuela en primavera, para acoplarse la primera sobre el columpio del jardín. La gata, además, salió más zalamera que Jeremías, la de la cortijada de los Guijarro, cuando se colocaba el picardías transparente para provocar las acometidas de su Ambrosio. El gato de la Prudencia, no obstante, gozaba de un olfato infalible y salió al encuentro de la gata parda con el rabo en alto y la nariz oliscona. Aquello agradó a la gata de la tía Jorobas que más lejos de huidas se arrimó a la pelambrera del siamés y se restregó sobre su lomo. El gato entró en armonía y no lo pensó dos veces, se dio media vuelta y al descuido de la tía Jorobas…

Prudencia, por el contrario, complacía con la visión que percibía a través de la ventana y gozaba mucho más con ver a su gato Siamés sobre la grupa de la gata Bengalí de la tía Jorobas que cuando ella misma se sumergía en los apretujones que el pícaro del cartero le propinaba entre las herramientas del trastero. Al que semanalmente accedía con la escusa de la firma de una carta certificada.

La hija del tío Burrero, por el contrario, estaba tan rellenita de carnes que cuando caminaba por las calles empinadas de la localidad se le rozaban los muslos interiores y le sobrevenían las escoceduras. Ello le provocaba protección y la abertura de las piernas. Aunque para evitar males mayores avanzaba como si ya anduviera herida por las escoceduras de las ingles. Aun así, los halagos virtuales de la tía Sarnosa le calaron tan hondo que ahora caminaba más contenta que una colegiala en el día de su comunión.

—Pero tú has visto bien a la Angelita, Jeremías —recalca la tía Sarnosa a su marido.

—Sí la he visto, sí. La hija del tío Burrero le pega a las migas y al tocino que no veas. Aunque el caso es que aún no sé o no llego a comprender cómo no se dará cuenta de lo mal que le cae un vestido tan inapropiado para sus carnes.

—Dónde no hay agua, Jeremías —prosigue la tía Sarnosa—. Donde no hay agua no se puede sacar —repite—. Por mucho que profundices en el subsuelo de la rambla, tierra y más tierra habrías de encontrar.

—La del tío Burrero, —toma la palabra Jeremías, su marido—, cree que luce algo bonito y no me cabe duda, lo es. Sin embargo, en ese cuerpo de burra embarazada se aprecia como si fuera un encubridor de lomos, muy apropiado para abrigar la grupa del caballo de don Perifollo.

 

10 Comentarios a “13- La gata Bengalí. Por Caminante”

  1. Sussan dice:

    Se deja leer como una imagen de vecineo cotilla.:)
    Suerte

  2. Lotte Goodwin dice:

    Se pierde uno en recovecos sin llegar a saber si hay historia, aunque reconozco que tienes mucha gracia al escribir toda esa sarta de cotilleos y despropósitos. Yo no soy capaz de redactar ningún cuento divertido, así que te tengo que dar la enhorabuena por hacernos sonreír de esa manera.
    Mucha suerte

  3. Dies Irae dice:

    Saludos, Caminante.

    Escribes bien, pero a mí el relato no me sabe a nada. Ni siquiera a divertido: no me divierte el chismorrerío, ni el cinismo, ni el mostrar únicamente la peor cara de una sociedad con el propósito… ¿de?

    Quizá otra vez. Suerte en tu camino.

  4. sacha dice:

    A mí más que a Cela me supo a celo.
    Suerte

  5. Yaguareté dice:

    De cualquier país no, de Carpetovetonia, con tanto tio/tia, rezuma ruralismo mesetario. Pero muy divertido y muy apropiado el nombre de tia Sarnosa (pobre tio Jeremías)

  6. Abuelo dice:

    Un soberbio Kamasutra pueblerino. Me supo a Cela. Gracias por hacerme sonreir.

  7. Lovecraft dice:

    Rural. Chismorreos. Divertido.

    No respeta la estructura tradicional de un cuento, con su introducción, nudo y desenlace (sobre todo carece de éste último) pero es una excelente crónica de la vida social en los entornos rurales de la España pres-siglo XXI (aunque conozco algunos pueblos donde todavía se mantienen estos usos tan peculiares).

    Los nombres de los personajes son muy imaginativos, de lo mejorcito de la historia. Creo que siamés y bengalí no necesitan ir en mayúsculas.

    Debo reconocer que me ha divertido mucho su lectura. Te deseo tanta suerte como placer me ha producido su lectura.

  8. lectora dice:

    … Fuensanta,la prima del cura de mi pueblo se quedó embarazada y no se le conocía novio.Quiso convencer a los vecinos de que se había quedado preñada por sentarse para hacer un pis en la taza de un W.C de un servicio de la capital cuando fue a llevar a su madre a comprar unos zapatos.Dejó al niño en un torno y se metió a monja y el niño resulta que…jejejejeje

    Hay pueblos que son escaparates, con su Radio Macuto llevado de la mano de de una tal «oreja levantá».

    Muy simpático, pero por qué siempre nos encasillan de cotillas a las mujeres?

  9. Hóskar-wild is back dice:

    Puede que el veneno en la cosa del hombre esté en la punta y que nos cueste evaporarnos del cautiverio y persistamos hasta el último momento… Nada comparable al veneno de ciertas mujeres que destilan en la punta de la lengua. Suerte.

  10. caos dice:

    Buen relato del chismorreo entre vecinos de un pueblo cualquiera, de cualquier país. Suerte

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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