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160- Cervantes a granel. Por Hombre sin abrigo

Si de convertirse en un exitoso novelista se trataba, Gumersindo Quesada no podía tener más puntos en contra. A sus noventa y un años había escrito noventa y un novelas: todas ellas malísimas. Estaban impregnadas con un tufillo de vulgaridad y ninguna casa editorial se había mostrado interesada en su vasto corpus bibliográfico. “Todavía no”, puntualizaba Gumersindo, mientras seguía envejeciendo y acumulando renglones a tropel. Sabiendo en el fondo que sus más brillantes ideas estaban agotadas (la historia de una cuchara y la historia de una cuchara distinta, por ejemplo), sentíase absolutamente desesperado. Pretextos para su incompetencia había encontrado muchos, y durante algún tiempo éstos confortaron su espíritu. Luego, cuando releyó una obra que había dejado reposar en su estantería hasta que una fina peliculilla de polvo gris cubrió uniformemente sus dos pastas, supo de una buena vez y para siempre que era un hombre falto de talento.

Acodado en su escritorio de caoba, jugando con cinco bolas de metal que estaban asidas a un travesaño y traspasaban el impacto de tal modo que únicamente las dos de los extremos se movían, pensaba noche y día en la forma de salir de ese espantoso anonimato. “Piensa, Gumersindo, piensa con un demonio”, se decía, hundía con más fuerza las asentaderas en el cojín de la silla giratoria y se tentaba el arrugado mentón con la punta del dedo índice. Estaba en el invierno de su vida y, hasta donde tenía entendido, por delante ya no había más estaciones. Sin excepción, terminaba sus jornadas laborales con cefaleas, migrañas y los nervios hechos nudo. “Piensa, Gumersindo, piensa”, se repetía durante el desayuno, la comida y la cena. En cierta ocasión, gracias a un inusual chispazo de lucidez, concluyó que necesitaba crear una novela cuya calidad fuese irrebatible. La tribulación existencial de Gumersindo se redujo entonces a una simple pregunta: “¿Cómo carajos la hago?”

Una noche, en sueños, la solución le fue revelada.

 

***

Era 25 de enero. Gumersindo arrancó la hoja del calendario, la hizo bola y, asomándose por la ventana, la tiró a la banqueta. Había elegido sus ropas con excesivo cuidado: zapatillas negras, sayo de velarte, coraza de aluminio a medio destartalar y collera blanca de pliegues. Salió de casa y tomó un taxi. El taxista, aficionado a las letras cada vez que se encontraba ante un semáforo en rojo, estuvo mirándolo con estupor a través del espejo retrovisor y, al vencer sus propias dudas, le dijo que se parecía demasiado a Cervantes. Gumersindo, arranado en el asiento trasero, pensó que las cosas estaban saliendo a las mil maravillas y añadió un rasgo más a su caracterización: sacó su brazo izquierdo de la manga correspondiente y lo metió dentro del traje y el peto, pegado al torso. En una oficina con aire acondicionado, se entrevistó con Rómulo Irigoyen, presidente vitalicio de la casa editorial más importante de México. A éste casi se le saltó el corazón cuando, a bocajarro, Gumersindo le aseguró:

            ─Su Excelencia, sabed que entre mis muchas curiosidades, guardada en un paquete de quincalla, hay una novela que a vuestro juicio parecerá mejor que el mismísimo Quijote.

Impresionado por su dominio del castellano vernáculo, por su indumentaria tan peculiar y pasada de moda, por su manquedad al más puro estilo del prisionero de Lepanto, Rómulo Irigoyen hizo lo que en otras circunstancias jamás hubiese hecho: puso su maletín de cuero sobre la mesa, botó los seguros dorados y abrió la tapa frente a ese perfecto desconocido; procedió a revolver papeles importantísimos y extrajo un contrato de exclusividad que Gumersindo firmó con todas las líneas rectas y curvas posibles. La tinta de su estilógrafo dejó manchas en los márgenes.

Rómulo Irigoyen, mandamás de la cultura nacional, desplegó una campaña publicitaria de proporciones épicas. En menos de lo que canta un gallo, Gumersindo se volvió la más grande figura literaria del país. Asistió a la presentación de su libro, donde su libro estuvo paradójicamente ausente. Repartió autógrafos a niños, hombres y especialmente mujeres, pues éstas eran sus más fervientes admiradoras. El Honorable Ayuntamiento de su ciudad natal, Pénjamo, Guanajuato, México, mandó esculpir su busto en cobre y colocarlo en el centro de la Plaza de Armas. El monumento costó aproximadamente doscientos mil pesos, cifra que fue cubierta con el erario fiscal. De ahí en delante, a Gumersindo le llovieron múltiples preseas de instituciones públicas y privadas. Una organización le ofreció una beca especial pero él, muy a su pesar, no pudo aceptarla (el patronato le exigía radicarse en la Ciudad de México y, según sus propias palabras, “ya no estaba para esos trotes”). En las librerías, sin embargo, su libro aún no estaba en existencia.

Estudiantes de letras, críticos literarios, lingüistas, filólogos, catedráticos e intelectuales en general solían juntarse en los cafés y, cruzando las piernas como buenos lechuguinos, prendados a sus tazas de porcelana y a sus cigarrillos Camel y Marlboro, hablaban incansablemente sobre la nueva obra maestra de Gumersindo Quesada. Uno decía, arrojando volutas ojivales por la nariz: “Yo pienso que destroza las leyes que la narratología impuso arbitrariamente”. Otro, paladeando su capuchino, lo secundaba: “Sí, y el recurso de la metaficción es asombroso”. Al cabo de tan melódicas divagaciones, a la hora de pagar la cuenta, se preguntaban los unos a los otros: “Y, a todo esto, ¿cómo es que se llama la novela en cuestión?”

            A un joven periodista, Ramiro Cienfuegos, este furor repentino le dio mala espina. Con la persistencia y el olfato de un sabueso en una UMA, se impuso la tarea de rastrear a Gumersindo. Cogió un avión en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y voló al Aeropuerto del Bajío; un camión que olía a excremento de puerco lo condujo luego hasta Pénjamo. Cuando se encontró frente a Gumersindo, cara a cara en el pórtico de su casa, abrió la entrevista con una pregunta artera: “¿Cuál es el título de su obra, señor Quesada?” Gumersindo empezó a jalarse el elástico de la collera y a sudar aceite por los poros. Carraspeó varias veces y tosió, cubriéndose la boca con el puño. A caballo entre la afirmación y la interrogante, contestó:

─El Quijote inmaculado.

Ramiro Cienfuegos se quedó estupefacto. Como estaba plenamente convencido de que aquello no era más que una farsa, un espectáculo mal montado que tarde o temprano se vendría abajo por sus propias contradicciones, no había tenido la precaución de preparar más material para su trabajo. En su cuadernillo de taquigrafía, pues, no había pregunta número dos ni número tres ni cuatro. De repente, había extraviado el hilo conductor. Gumersindo lo notó en la prolongación de su silencio y agregó suspicazmente, a modo de revancha:

─¿Acaso no la habéis leído, joven mozo? ¿No sabéis de lo que trata?

La lengua de Ramiro Cienfuegos se petrificó. Acababa de ser expuesto ante sí mismo. Sufrió un revés en el costillar. Se vio en la necesidad de poner punto final a la entrevista y al día siguiente, en fiel cumplimiento a su deber informativo, publicó una nota incompleta acerca de Gumersindo Quesada; apareció con su modesta rúbrica, Ramiro Cienfuegos C., en la sección cultural del periódico de ultraizquierda La conquista del pensamiento.

 

***

Los entendidos en literatura, como siempre más afectos a los cafés que a las bibliotecas, a las bebidas alcohólicas que a los buenos libros, a las poses señoriales que al verdadero trabajo cerebral, siguieron construyendo teorías en torno a la novela del Quijote inmaculado. Uno que era especialmente petulante decía, pasando el dedo cordial por el borde de su taza: “Los  recursos diegéticos son maravillosos, inigualables”. Los demás, una serie de contertulios dispuestos a su alrededor, aprobaban la observación de manera unánime.

Ramiro Cienfuegos, herido en lo más profundo del orgullo, comenzó a revisar su artículo una y otra vez. Parecía obsesionado con él. Cuando venció el miedo y el trauma, concertó una cita más con Gumersindo. Ahora que su obra se había convertido en un best seller, sin saber nadie cómo, éste lo recibió en su mansión en una de las paradisíacas playas de Cancún. Debajo de una ancha sombrilla de jardín, enfrente de un mar que se observaba tanto o más azul que el cielo, Ramiro Cienfuegos fue directo al grano:

─Y dígame, señor Quesada, ¿de dónde sacó los nombres para bautizar tan acertadamente a sus personajes?

Gumersindo quiso hablar pero lo hizo desarticuladamente. Involuntariamente, eructó. Trató de disculparse. “Gases”, dijo, “me pasa cuando estoy nervioso”. Se tomó unos minutos para tranquilizarse. Los obligados encuentros con la prensa nacional e internacional estaban haciéndole callo. Bebió un poco del vaso de ginger-ale que tenía en la mano y, de pronto, contestó con sagacidad:

─¿A qué nombres os referís específicamente, joven mozo?

Ramiro fue incapaz de mencionar alguno, y Gumersindo lo puso en la incómoda posición de jaque al rey:

─No tengáis pena, amigo Ramirín. Sabed que escogí el nombre de Alfonso por mi abuelo, que se llamaba Alfonso Quesada y Quesada. El nombre de Pancho Lanza me gustó porque en México es muy común. Y el nombre de Dulce y Menea, que en realidad es uno solo, lo elegí por capricho.

Ramiro barajeó las hojas de su cuadernillo y, como no halló ni un garabato dibujado, pretextó estar enfermo y cortó así prematuramente la entrevista. Por la tarde se imprimió su artículo, un muñón periodístico que llevaba un título excesivamente ramplón: “Un Quijote inmaculado: nombres y hombres de honor”. Creyó que lo mejor era ponerle puntos suspensivos…

En los cafés, los intelectuales continuaron fingiendo que arreglaban al mundo y Ramiro Cienfuegos, aunque llegó a poner en riesgo su carrera porque sus artículos aparecían siempre a la mitad, no dio su brazo a torcer. Siguió frecuentando a aquél que ahora todos llamaban “maestro”. Al cabo de dos años, es decir, cuando Gumersindo tenía noventa y tres, éste había compilado consecutivamente los números del rotativo La conquista del pensamiento. Con tijera y pegamento blanco en mano, había logrado recortar y ordenar, a partir de la sección cultural de Ramiro Cienfuegos, las mil cuatrocientas sesenta y cinco páginas (1465) de la novela el Quijote inmaculado. Cuando fue lanzada la segunda edición, una edición tangible, real y palpable, con una nota de presentación salida del puño y letra de Rómulo Irigoyen, Gumersindo Quesada no podía tener más puntos a favor. El mismo Ramiro Cienfuegos, habiéndose convertido en conductor de un programa cultural que se transmitía por la televisión abierta a altísimas horas de la noche, invitó a Gumersindo Quesada para celebrar su primer aniversario al aire. Cuando lo recibió en el foro y escuchó por el auricular la indicación del floor manager, lo presentó de esta manera:

─Observad bien, afables espectadores, la gallardía de este hombre. Maestro Quesada, gracias por venir. Paréceme que Cervantes ha sido destronado. Su relevo, más ingenioso, más prolífico, más brillante y más hidalgo, que ya es mucho decir, es vuestra merced: orgullosamente un mexicano, hijo de la patria hija y nieto de la madre patria. Paréceme que duda no cabe de que habremos de esperar cuando menos otros cuatro siglos para ver un autor de su envergadura. Ilústrenos por favor, maestro Quesada. El micrófono, como nuestra humilde atención, queda de su parte.

36 Comentarios a “160- Cervantes a granel. Por Hombre sin abrigo”

  1. Dies Irae dice:

    Hombre sin abrigo, no te vayas del todo. Necesitamos gente como tú, trabajadores hasta perder el abrigo, capaces de luchar con las palabras, de cambiar balas por letras y de tender puentes de libros entre pueblos que sufren las mismas lacras. Lo dijo Lorenzo Silva en la entrevista de la otra noche: «Para cambiar el mundo, un libro es un principio siempre. La palabra arma el pensamiento, la conciencia. El pensamiento y la conciencia arman la acción.»

    Y, además, la belleza…

  2. Asesino de Morfeo dice:

    Te esperamos por la vieja bodega ¡Fiesta!

  3. El asesino de Morfeo dice:

    Feliz año nuevo. Te esperamos en La vieja bodega para que nos cuentes como son estas fiestas por tu tierra. Tenemos chocolate caliente y un roscon de Reyes para terminar, con una rúbrica dulce, las fiestas y mantenernos en contacto hasta que termine el certamen. Un abrazo

  4. Fanny Prices dice:

    A votar se ha dicho, que ya era hora… Y, de verdad, que es todo un placer. Ahí las dejo, un montón…

  5. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias, Siempreviva. Sinceramente creo que tu relato sobre el gato Schrödinger es mucho más ingenioso que el mío. En fin, cuestión de perspectivas (como de hecho lo propone la físia moderna). Suerte en el certamen también para ti.

  6. Siempreviva dice:

    Muy ingenioso Gumersindo y más el hombre sin abrigo que lo ha creado. Espero que esa inexistente prenda de vestir te sea regalada, como a tu protagonista su novela, antes de que llegue el frio invernal.
    Suerte

  7. Hombre sin abrigo dice:

    Caray, muchas gracias a todos los que se han tomado la molestia de leer este relato. Agradezco mucho sus atenciones. Rulfo, por ejemplo, tú me has dicho que he infiltrado en el relato ciertos tips infalibles para ser un buen escritor, quisiera que eso fuera verdad, pues así ya los habría aplicado a mi propia carrera. Don Juan, ¡qué linda forma la suya de decir las cosas! Y si mi letra ha de tener una larga vida, la de usted debe alcanzar, cuando menos, la inmortalidad. Y Caos, gracias por tus observaciones. Modestia aparte no creo que la trama de mi relato tenga alguna virtud reconocible; la virtud que hay en éste, si es que alguna, insisto, radica en él, es la forma satírica de contarlo. Muchas gracias a todos nuevamente y gracias también a ti, Bonsái, por tus estrellas. Saludos cordiales.

  8. caos dice:

    Gran historia. Adaptarse o morir: ser buen escritor o buen embaucador. Divertido relato que te permite disfrutar un rato. Salud hermano y que los dioses te sean favorables

  9. Don Juan Tenorio dice:

    Llegan mis ojos lectores hasta vuestro relato, por fin. Humor,candor y picaresca: gozosa y jocosa lectura. Gracias por haberme hecho reir con el sudor de vuestra pluma.
    Hombre sin abrigo: aquí os saluda don Juan, hombre con capa y muy temido. ¡Larga vida a vuestra letra!

  10. Rulfo dice:

    Decía en mi anterior comentario a Biznaga, que estoy en segunda ronda. Y ahora, tarde claro, se me aparecen las mejores estrategias para ser un buen escritor (añado lo de “buen” porque para ser malo no vale la pena, de esos ya estamos bastantes). La protagonista del relato de Biznaga eligió la idea de dejar un libro bajo un banco. Y así se escribió “La mujer de la plaza”. Ahora tú nos cuentas como escribir el segundo Quijote, “El Quijote inmaculado”. Hombre, lo normal a los noventa y un años es pensar en morirse.
    La verdad, el primer mosqueo me surgió con la frase de “Asistió a la presentación de su libro, donde su libro estuvo paradójicamente ausente”. Es un relato ingenioso y, en su trama, ocupa una importancia capital lo sorpresivo, lo que se sabe que está oculto y el lector quiere descubrir. Eso hace que se siga leyendo con avidez. Además, obviamente, se sospecha el sarcasmo. El léxico está bastante bien escogido, de ahí que se sospeche un final cáustico.
    En fin, Hombre sin abrigo, a ver si con los seiscientos euritos te da para uno (un abrigo, quiero decir), porque el invierno viene rápido, y, aunque con la leña que nos están dando ya vamos bastante calientes, a lo mejor te hace falta.
    Suerte

  11. Hombre sin abrigo dice:

    Gracias amigos Asesino de Morfeo, Lennon, Isótopo y Bonsái. Es un honor que personas tan gustosas de la literatura le den su visto bueno y su voto a este humilde relato. Saben que la admiración es recíproca.

  12. Bonsái dice:

    Hombre sin abrigo:

    Me paso por tu casa por el simple hecho de dejarte mi voto con diez estrellas. Muy buen relato.

    Un abrazo.

  13. Isótopo dice:

    Muchas estrellas para este Hombre sin abrigo.
    Suerte,
    Isótopo

  14. Lennon dice:

    Mis estrellas y admiración para Hombre sin abrigo.

  15. El asesino de Morfeo dice:

    Ahí tienes mis estrellas también. Gracias por las tuyas. Un abrazo

  16. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias por tus observaciones, Akakios el ateniense. Me alegra que hayas disfrutado de este textito y me alegra, también, la interpretación tan acertada que has hecho del mismo. Saludos cordiales y mucha suerte en el certamen. Tu trabajo, como te lo dije hace un par de noches, en verdad me hizo sentir un aeronauta.

  17. Akakios el ateniense dice:

    Hola.

    Me ha encantado tu relato. Al principio parece contar, llevándolo al extremo, lo que ocurre a muchos escritores inéditos que no llegan a aceptar su falta de talento, capaces de autoflagelarse durante décadas buscando esa gran obra que nunca llega, pero poco a poco se va introduciendo un giro borgiano en el que se extiende por el mundo una especie de alucinación colectiva que saca a relucir la pedantería de quienes se las dan de intelectuales sin saber de lo que están hablando. Y todo ello contado con un estilo de agradable lectura. Mucha suerte.

  18. Hombre sin abrigo dice:

    Debo admitir que la Fanny a la que haces referencia suena mucho más interesante y divertida que la Fanny en la que yo estaba pensando. La Fanny que lleva el Jazz en la venas también es muy «chida» (no sé de dónde seas, pero en mi país chido o chida es algo extraordinario, algo que excede, pues, lo ordinario). Buscaré a las dos Fannys y después de daré mi opinión sobre cada una de ellas. Saludos cordiales, Fanny Fanny. 🙂

  19. Fanny Prices dice:

    ¡¡Uy!! ¿Hay más Fannys? Es genial… La mía no es de Jane Austen sino de Servidumbre humana, de Somerset Maugaham. Una odiosa y soberbia aprendiz de pintora que murió literalmente de hambre en su estudio cochambroso de París rodeada de todas sus obras. De todas sus obras mediocres.
    Es fantástica mi Fanny, sencillamente fantástica.
    No deje usted de zapatear, amigo mío, eso que nunca nos falte.
    Mil jazz

  20. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias por tus palabras, Fanny. Me alegra que hayas disfrutado el relato. No, no conozco a la Fanny original, sólo sé, gracias a la magia de wikipedia (ji-ji-ji), que es uno de los personajes de Jane Austen. Me intriga la comparación que has hecho. Trataré de buscar la novela Mansfield Park para conocer a la antípoda ideológico de Gumersindo Quesada, quien, seguramente, estará mucho mejor descrita que él. Gracias nuevamente por tus palabras y saludos siempre afectuosos. ¡Jazz!

    P.S. Por algún extraño motivo, razón o circunstancia, cada vez que digo «Jazz» y pienso en tu relato, tamborileo el piso con la suela del zapato.

  21. Fanny Prices dice:

    Suscribo todos y cada uno de los comentarios que te han hecho. Es buenísimo y el superlativo se me queda corto. Me encanta la idea, el estilo, la forma, el tono… Ya sé por qué no tienes abrigo, ¡porque nos lo prestas para leerlo! Y qué calorcito, amigo, se siente cuando lo haces…

    ¿No conoces la historia de Fanny Prices, personaje literario? Ella hizo lo contrario que Gumersindo, por soberbia y por idiota, claro, su final fue bastante más trágico, pero ambos hasta el final de sus días amaron la literatura… Tonto, pero muy romántico, sí.

    No te va a hacer falta la suerte, hombre que presta el abrigo…

    Jazz!!

  22. Hombre sin abrigo dice:

    Gracias, Dies Irae. Con tu modestia, de alguna manera, confirmas una teoría que ha reposado durante años en la cava de mis ideas: la humildad siempre será hermana del talento. Saludos siempre afectuosos.

  23. Dies Irae dice:

    Lo único que manejo medianamente es el coche y el ordenador (bueno, a veces también el taladro y la lijadora). Lo único sólido, creo que son los libros que se amontonan en las estanterías. Y quizá, metafóricamente, los años de lectura, de aprendizaje y de esbozos de escritura. Pero que mi escasa titulación no sirva para que tu relato desmerezca un ápice, amigo mío.

    Un abrazo.

  24. Hombre sin abrigo dice:

    Isótopo:

    He vuelto a leer tu relato y te juro que no puedo creer las palabras tan lindas que tú, a la vez, le dispensas al mío. Gracias por las observaciones y también, claro está, por las buenas premoniciones. Del mismo modo yo te auguro un lugar sobresaliente en este difícil oficio de la escritura. El cielo para ti, sin duda, ya está presente. Saludos siempre afectuosos.

  25. Isótopo dice:

    Magnífico relato, estilo impecable. Nada es superfluo en él. Si los abrigos estuvieran confeccionados de prosa brillante, recursos entretejidos con naturalidad y oficio y una crítica e ironía muy finas, extrapolables del mundo editorial a otros muchos que están en éste, entonces no vas sin abrigo, sino con uno de hechura perfecta y paño de la mejor calidad.
    Te veo entre los finalistas. Mucha suerte,

    Isótopo

  26. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias por tus palabras, Dies Irae. La verdad es que has dado en el clavo una y otra vez. El análisis que has hecho de este relato me ha parecido sumamente pertinente. Intuyo, por tu relato y por los conceptos que menejas en la crítica literaria, que tienes una sólida formacion en estas asignaturas. Para mí vale mucho, pues, tu opinión. Gracias nuevamente por tu tiempo y, a pesar del altísimo nivel de los trabajos presentados a este certamen, ojalá que ambos lleguemos hasta las últimas instancias. Saludos siempre afectuosos.

  27. Dies Irae dice:

    Te devuelvo la visita, Hombre sin abrigo.

    Estamos todos en un sinvivir, viendo que acabó el plazo y siguen subiendo relatos y relatos. Me propuse leer y comentar cada uno de ellos, pero carezco de voluntad y me distraigo con versos y fantasías. Dejé el tuyo, lo reconozco, para cuando tuviera el tiempo que se merece, pues no es digno de una frase de halago, de pasada, sin más.

    En primer lugar, te felicito por tu capacidad de concreción: en menos de dosmil palabras has conseguido dibujar con nitidez una gran historia con diferentes niveles de lectura, todos ellos complicados: la relectura de El Quijote, la sátira político/editorial, el dibujo exacto del escritor acabado y frustrado, el triunfo del ingenio… Posiblemente se me escape mucho aún. Varias veces lo he leído y he creído descubrir cosas nuevas. Desarrollar y amalgamar tanto con tan excelente factura debería bastar para rendir a lectores y jurado.

    La técnica, el estilo y la estructura no tienen tacha: el vocabulario preciso, el lúdico ensamblaje de tiempos y épocas, el ritmo, los juegos de palabras, el tono tragicómico, el humor inteligente…

    Aburriría hasta al propio autor si siguiera, por lo que no me extiendo más. Te dejo mi admiración y mi enhorabuena, y espero saber más de ti y de tu obra una vez finalizado el concurso.

    Salud y… ¿suerte? No, tal vez justicia.

  28. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias por tu tiempo y por tus observaciones, Hóskar-Wild. En mi opinión, es posible alternar ambos oficios: el de escritor y domador de pulgas. Lo importante en cualquier caso, como lo demuestra Gumersindo en el relato, es dominar a alguien. Saludos cordiales.

  29. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias, Bonsái. Habrá que seguir sumergiéndonos en este enorme océano de relatos. Saludos siempre afectuosos.

  30. Hóskar-Wild is back dice:

    El relato me da pistas para mi propia estrategia de cómo conseguir un best-sellar que me retire de mi profesión de domador de pulgas. Si luego tuviera necesidad de mi Ramirín particular, lo buscaría por esta web. Sería sencillo. Suerte

  31. Bonsái dice:

    Hombre sin abrigo:

    Tu relato tiene imaginación, logra atrapar y entretener.

    Espero que lo visiten más lectores.

    A mí me pasa como a ti, voy de aquí para allí intentando cumplir con la lectura de todos y, además de ser muchos, hay muy buen nivel.

    Un abrazo.

  32. Hombre sin abrigo dice:

    Muchas gracias por leerme, asesino. Por lo demás, pierde cuidado. Yo enfrento un problema similiar al tuyo: quiero leer todos los relatos, pero son tanto y tan bueno que es difícil elegir un criterio de selección. Mientras que son peras o son manzanas, espero que te haya gustado este textito. Saludos cordiales.

  33. El asesino de Morfeo dice:

    Siento haber tardado tanto en leer tu relato. Se me amontonan los trabajos y,los últimos leídos he tenido que rumiarlos, con la garganta seca y lleno de admiración.
    Tu sátira, Hombre sin abrigo, me ha dejado constancia de que la Madre Pátria sembró de especímenes parecidos las tierras de habla Hispánica. Que el Señor nos perdone, eso y otras muchas cosas.
    Pero los siglos han hecho que evolucionemos con pequeños matices que nos diferencian. Nuestros intelectuales y críticos literatos, cuando se reunen a tomar café,se preguntan unos a otros: “y, a todo esto,¿quien va a pagar los cafés?.
    Muchisimas gracias por el rato que me has hecho pasar y suerte. Tu presencia en éste concurso me hace pensar que, un poco, nos habéis perdonado.

  34. Hombre sin abrigo dice:

    Apreciable Lovecraft:

    Gracias por echarle un ojo a mi relato. Hace unos momentos yo también leí el tuyo. Me encantó el personaje de Napo. Debo decirte que ante tu talento, hermano, no sólo me quito el sombrero, sino que asimismo me quito el cráneo.

  35. Lovecraft dice:

    Lo sorprendente es que Gumersindo tardase más de 90 años en maquinar esa solución tan peregrina, teniendo en cuenta además la facilidad con la que logró engañar al incauto de Rómulo Irigoyen. Un divertido relato de enredo en el que todo el mundo, hasta el estúpido de Ramiro Cienfuegos, sale al final beneficiado.

    Una lectura muy entretenida para pasar un buen rato disfrutándola.

    Te desea mucha suerte el mísmísimo Lope de Vega

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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