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182- Los secretos del hidalgo. Por Sansón Carrasco

El doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, enemigo acérrimo de Cervantes, hizo nacer a Don Quijote en el campo de Calatrava, y allí se llevó el doctor la primera parte del Quijote de Cervantes con la intención de enmendarle la plana y mostrar un Hidalgo que superara en todo al que ya circulaba por España como una persona viva en boca de cultos e iletrados. Una vez instalado en el lugar, Suárez de Figueroa mandó colgar en el zaguán de su casa un letrero con la frase archiconocida de Lope: “De poetas ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote.” Letrero que le valió un desafío a muerte por parte de un hidalgo esmirriado que en aquellas palabras se vio claramente ofendido.

Precisamente Suárez de Figueroa tomó a este hidalgo, de nombre Jerónimo Merchante Pavón, como modelo para su Quijote y lo situó en el primer capítulo de su obra al modo del de Cervantes, perdido el juicio de tanto leer libros de caballerías, pero con el añadido de dos secretos fundamentales que lo marcaron para siempre, el primero de ellos relacionado con su infancia y con su madre, una mujer intelectual e impaciente. Ésta, llamada Isabel Pavón, le recriminaba a menudo su torpeza con la frase: “Jerónimo, pedazo de tonto, creo que nunca podrás aprender nada serio. ¿Cómo es posible que tu padre y yo hayamos tenido un hijo tan zoquete?” Doña Isabel tenía fama de exigente y severa y cuando se percató de que su vástago era un poco lento en el aprendizaje de las letras y que no mostraba ningún progreso académico, recurrió a un régimen inexorable de palizas diarias esperando con ello inculcar algún conocimiento en su inmadura cabeza, pues deseaba que, cuando regresara su padre don Pablo dela Corte, el zote estuviera en condiciones de manifestar algún adelanto. Pero el joven no lograba dar el mínimo paso hacia la sabiduría. Antes al contrario, empezó, no se sabe muy bien si con intención o sin ella, a manchar sus cuadernos de caligrafía. El pobre chico se quejaba en vano de que su pluma goteaba, porque su meticulosa madre, lejos de atender a sus excusas, acrecentaba los palos con que regalaba las acciones de Jerónimo…” Un día en que Jerónimo había babeado más de la cuenta sobre su tarea de escritura, doña Isabel, en la cumbre de la ira, cogió a su hijo de los pelos y lo arrastró hasta la escalera del sótano, tiró de él hasta el piso húmedo del habitáculo, mientras la cabeza de Jerónimo contaba los escalones uno por uno, y allí abajo remató su faena con una buena tunda de golpes que  llenaron el cuerpo del muchacho de toda la curia cardenalicia. “Sin duda, escribe a propósito Figueroa, aquellas palizas constantes y los golpes sufridos en la cabeza, ablandaron los sesos del muchacho más de la cuenta, preparándole para la absorción sin juicio de los disparates que contaban los libros de caballerías.”

El segundo secreto del Hidalgo tiene que ver con el ama y la joven que en el libro de Cervantes es considerada sobrina del enloquecido protagonista. Resulta que don Jerónimo Merchante había mantenido en algunos momentos de su solitaria vida ciertos escarceos amorosos con el ama, de los cuales habría nacido una niña preciosa a quien llamaban Siempreviva. El asunto lo mantuvieron siempre a escondidas ama e hidalgo y, para no despertar sospechas, decidieron inventar una historia, según la cual la chica era hija de un hermano del hidalgo que se había ido a las Indias en busca de fortuna y lo único que allí encontró fue unas fiebres malignas que lo llevaron al sepulcro en unos días, dejando huérfana a una niña, fruto de unos amores con una mulata de La Habana.

Imaginación no le faltaba al hidalgo, el cual, antes de dedicarse a gastar la herencia de sus padres en comprar libros de caballerías, tuvo el infortunio de caer en las garras engañosas del bachiller Gracián de Saavedra, que, conocedor del poco seso del hidalgo, se presentó un día en casa de este último con la idea de venderle una supuesta carta de Cervantes enviada al virrey de Nápoles donde le pedía recomendaciones para un abogado de Valladolid que llevaba un asunto de amores de una de sus hermanas. Se la vendió casi regalada preparando así la venta futura de otros falsos documentos que le reportaron pingües beneficios: un presunto manuscrito de Quevedo según el cual relacionaba al duque de Osuna con una dama de rumbo de Venecia, una versión nueva de la fábula de los dos ratones de El libro de Buen Amor, un canto de amor inédito de Ausias March, un capítulo del Tirant lo Blanc que Joanot Martorell había desechado, unos tercetos de Dante en castellano dirigidos a Beatriz… El Hidalgo llegó al colmo de la credulidad comprándole una Vida de Jesús de niño escrita por su madrela Virgen María.

Además de estos datos, Figueroa en el primer capítulo de su obra, enmendó a Cervantes la caracterización de los carismáticos personajes de Dulcinea y Sancho. En primer lugar, a la dama de sus pensamientos la hizo nacer y vivir en Aldea del Rey, con lo cual, en vez de llamarla Dulcinea del Toboso, la llamó Dulcinea del Rey. Figueroa habla así de ella: “Contaba Dulcinea cuando la conoció Jerónimo Merchante alrededor de treinta años y estaba casada con un labrador rico del lugar; era muy hermosa, blanca y delgada como una nube de verano. Su ocupación principal era arreglar la casa, poner la mesa cuando su marido volvía del campo y leer; leía sobre todo libros piadosos y relacionados con la vida doméstica; tenía dos libros de cabecera: uno era La perfecta casada de fray Luis de León y el otro La vida de Santa Teresa contada por ella misma…” Respecto del bueno de Sancho Panza, Suárez de Figueroa decía de él que era un buen amante de la cocina, gran conocedor de yantares y vinos, aunque sus escasos bienes no le permitían darse el gusto de saborear unos y otros como hubiera deseado. Su mujer y sus hijas eran insaciables en la mesa y eso hacía que el hombre de la casa buscara en otras tierras trabajos que le reportaran ingresos proporcionales al consumo alimenticio de quienes dependían de él; y así, pasaba temporadas largas en Andalucía vareando la aceituna o en Valencia recogiendo naranjas y limones. De ahí que, cuando su vecino el hidalgo Jerónimo Merchante, convertido de la noche a la mañana en caballero andante, le propusiera ser su escudero y acompañante en aventuras que les proporcionarían beneficios sin cuento, aunque en su fuero interno pensara que poco podía esperarse de quien los paisanos decían que tenía agua en la mollera, decidió salir con él más pensando en librarse de las obligaciones y responsabilidades familiares que en los bienes que pudiera obtener acompañando a aquel chiflado.

También habla Figueroa de Rocinante, diciendo que era hijo de un garañón llamado Atila, y una yegua sana y fuerte llamada Brunilda, con lo que había salido el caballo más lozano de cinco leguas a la redonda. “Y así fue al principio, dice Figueroa, hasta que unas hierbas ratoneras que crecían al borde del regato del lugar emponzoñaron las aguas que bebió Rocinante un aciago día en que el paseo fue más largo que los acostumbrados. El animal empezó a adelgazar y a ponerse en los huesos, y parecía que la oscura enfermedad que había invadido sus entrañas iba a terminar con él, cuando el bachiller Gracián de Saavedra intervino a tiempo hablándole de un libro llamado Botánica esotérica, del licenciado Ruiz de Rioseco, el cual contenía preparados y recetas basadas en flores, raíces y hojas de plantas que remediaban las enfermedades más desconocidas, ya fueran padecidas por seres humanos como por animales…” El mismo bachiller le trajo de la Corte el libro citado y, buscando la fórmula adecuada a partir de ojicanto, ortiga y oxalis, prepararon una pócima que suministraron a Rocinante en siete dosis repartidas en otras tantas noches de una misma Semana Santa, como exigía el ritual del libro; el animal encajó con estoicismo humano el tratamiento, al cabo del cual sanó del todo, aunque sin recuperar la belleza anterior ni las arrobas que había perdido, y pese a parecer su cuerpo un conjunto de perchas ambulantes, su andar acompasado y el brillo de sus inteligentes ojos solían arrancar la admiración de cuantos lo veían.

Finalmente, fue el mismo bachiller quien le proporcionó de manera indirecta la armadura y las armas con que, ya caballero andante, y acompañado de su inseparable Sancho Panza, saldría en el capítulo siguiente a desfacer entuertos y a librar de malandrines la intranquila faz de la tierra. Resultó que, al derribar un viejo caserón que había pertenecido a un antepasado suyo para levantar otro en su lugar, el bachiller encontró en una doble cámara hasta doce piezas de una armadura apavonada que se habían conservado impecablemente debido a las perfectas condiciones climáticas que el hueco en cuestión había permitido; entre las piezas no faltaban la celada, la gola, los guardabrazos, el peto, las coderas, los brazales o los guanteletes. Junto a ellas también había una lanza, una espada y un escudo, igualmente bien conservados. La armadura y las armas se las vendió el bachiller por un precio que le pareció al falso caballero andante casi irrisorio, pero que a Gracián de Saavedra le ayudó a pagar los gastos de la escritura de su nueva casa. Además, el bachiller se aprovechó de la sandez del hidalgo, que a todo esto consideraba a Gracián de Saavedra como un amigo de valor incalculable, haciéndole prometer que, con palabras de Suárez de Figueroa, “si en alguna ocasión se encontraba en apuros, pues en las aventuras de los caballeros andantes nunca faltan trances arriesgados, habidos contra gigantes y seres de otro mundo, acudiera a él en busca de ayuda…”

En pocos más detalles se extiende el contenido del primer capítulo de Don Quijote de Calatrava, como los relacionados con las costumbres, los hábitos alimenticios y las aficiones del hidalgo, que eran madrugar mucho, comer frugalmente: las legumbres tenían gran predicamento para él, así como cualquier producto de la huerta servido en frío o guisado de mil maneras; en cuanto a la carne, apenas entraba en su menú, a no ser los torreznos del cerdo y algún palomino los días festivos, y el pescado que nadaba en su plato era el chicharro del Norte, frito y adornado con olivas y pimentón dulce; la caza con galgo le atrajo en un principio y los paseos a caballo por los campos vecinos suplieron todas las salidas anteriores, hasta el momento de olvidarse de todos esos hábitos al afrontar la tarea de ampliar y completar su abundante biblioteca, cuyos coste y lectura acabaron de consumir la mayor parte de las reservas económicas de la hacienda y lo que quedaba aún de sano en el cerebro de su dueño, que era bien poco. Y, para no olvidar nada, también tiene lugar en estas primeras páginas del libro la mínima presentación que hace Suárez de Figueroa del cura del lugar, el licenciado Tomé de Avellaneda, y el barbero, Sebastián Lozano, ambos grandes amigos y aficionados a jugar a las cartas, comer bien y beber mejor, los cuales tan sólo hablan aquí para poner de vuelta y media al protagonista.

5 Comentarios a “182- Los secretos del hidalgo. Por Sansón Carrasco”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    ¡Voto a bríos!¡Pardiez! Es menestar destacar que esta historia ha de formar parte, desde aqueste mismo instante, de las extraordinarias leyendas que pueblan los anaqueles de las gentes pudientes. Pido que sea encuadenarda en piel con nervios en el lomo para disfrute de las generaciones venideras. Suerte.

  2. Raro dice:

    Me ha gustado el relato. Se agradece el conocimiento cervantino-quijotesco sobre el que posa el texto, le da peso y valor.
    Enhorabuena.

  3. Lovecraft dice:

    Quizás más de uno piense que es un auténtico atrevimiento enmendar o parodiar al mismísimo Quijote de Cervantes, pero yo estoy dispuesto a batirme el cobre con quien haga falta para defender este talentoso relato. Ingenioso, original, divertido, bien escrito. Lástima que acabe tan prematuramente, porque pide como mínimo un segundo libro, como el del Quijote original.

    Enhorabuena, Sansón Carrasco

  4. Peregrina dice:

    Hola Sansón Carrasco. Me ha encantado la forma en la que manejas el lenguaje. De algunos relatos me emociona el tema, me atrapa, de otros, como el tuyo, me prende la recreación en el idioma.

    Suerte

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