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71- La Ventaja del Comandante. Por Julián Pérez

José iba caminando lentamente sobre la pared ancha del malecón, esa frontera marinera que actúa como línea fina entre la realidad y la fantasía. Esa fantasía era algo inalcanzable, aunque estuviera a nueve millas no la pudiera palpitar, oler, sentir, percibir. Le costaba imaginar lo que podría existir en ella, ya que solo había conocido la realidad brutal y de consecuencia su mente era el único fragmento de su cuerpo que no ejercía libertad, estaba totalmente restringida. Aquí en la capital era un novato, habiendo llegado hace poco de Pinar del Rio, un pueblo modesto y mayormente agrario. El guajiro joven no tenía la menor idea de como funcionaban los negocios callejeros, pero aunque sea se había dado cuenta que para sobrevivir en la capital deteriorada debía integrarse al sector informal de la economía habanera. A los recursos del pueblo los había agotado y ahora tenía a su alcance todas las posibilidades disponibles dentro de las confinas del malecón limitante.

            Esa tarde el mar caribeño se sentía especialmente rebelde, chocando sus olas furiosas sucesivamente contra las piedras al pie de la pared resistente y escupiendo su sal aguada tan lejos que llegaba a mojar las ventanas de los carros antiguos que vacilaban la calle paralela. Con cada gota que rosaba su piel ardiente y endurecida por los labores de la finca donde había trabajado, el campesino comenzaba a derribar los malecones de su mente que prohibían el desarrollo de sus ideas y pensamientos liberales. Era como si el mar estuviera puliéndola, cultivándola con conocimiento anteriormente imposible de adquirir. José se sentó cara a cara con la ciudad, sus piernas colgando de la pared condenadora, y se preguntó “¿Seré yo el recipiente solitario de estas gotas reveladoras?Analizar las caras rendidas, los movimientos débiles y las acciones oprimidas de los muertos caminantes que paseaban con indiferencia por las calles habaneras, no le inspiraban esperanza. Con su vista periférica observó un juego de dominó que se había formado recientemente hacia la extensión del muro que enfrenta el trozo de tierra peninsular donde se localiza El Castillo del Morro, antigua fortaleza española que fue testigo de la presencia del hundido acorazado Maine y los intereses norteños que representaba.

            Como en la mesa de madera vieja sostenida por piernas metálicas oxidadas jugaban un trío y en la isla todavía no se había perdido por completo ese sentido de vecindad, José tentativamente preguntó “¿Quieren jugar en parejas?” y un hombre barbudo respondió “Si, como no muchacho, ven pa acá.” Este era el mayor del grupo y rápidamente se hizo obvio que era el que mantenía control del juego, siempre apostando que se iba a pegar y siempre el único dándole agua a las fichas. Se sentó José y no pudo ignorar la mirada cruda que le estaba echando una mujer, unos cuantos años mas joven que el, que apoyaba su peso en el malecón y cruzaba sus brazos con desafío. Ella había solicitado el cuarto puesto en la mesa pero sus piernas sólidas y pecho destacado fueron rechazados por el hombre barbudo quien clamó “Este es juego de hombres chiquita, si quieres niñear ve y encuentra otra mesa” y recibió la respuesta “Como usted diga comandante”, como le solían llamar al barbiluengo por su dominancia del juego de fichas rectangulares. Pero la hembra se había quedado a vigilar el juego varonil para aprovecharse del la próxima oportunidad para incorporarse a el.

            Viraron todas las fichas para que el comandante les diera agua y justo cuando José iba a extender su mano para escoger diez escuchó un carraspeo advertidor nacer de la boca escondida por la barba espesa de su adversario imponente. Retrocedió su mano y observó mientras su oponente repartía las fichas a cada jugador. Empezaron a jugar dominó los cuatro hombres, pero desde el principio el juego avanzaba paulatinamente y esta languidez se debía totalmente al comandante. Cada vez que llegaba su turno iniciaba un discurso extraordinariamente extendido sobre la razón por cual esa ficha blanca con huequitos negros le iba a ganar el juego. Los hombres, todos menos José, se hallaban fascinados por las palabras del barbón que reafirmaban sus declaraciones. Algunas veces el comandante hacía una jugada sin tomar en cuenta a su pareja y este hombre se enojaba e hinchaba sus cachetes cada vez que se tenía que pasar pero nunca decía nada para no faltarle el respeto al viejo egoísta. Ya cuando al barbudo y a José le quedaban una última ficha respectivamente y le tocaba al comandante pegarse o pasarse, este se detuvo después de contemplar el tren de puntos negros que recorrían la mesa y le señaló a José un carro vetusto que había pasado por la calle. José se hizo el que no sabía lo que estaba pasando y se viró a observar el restaurado Chevy del ’57 que inspiraba fervor patriótico, mientras que el hombre astuto viraba unas cuantas fichas hasta encontrar la que buscaba. José retomó su asiento y anunció que se había trancado el juego. Con eso el comandante volteó la ficha tan codiciada del doble cero y manifestó su victoria. Ninguno de los espectadores del juego se atrevieron a reclamar su jugada tramposa. José se resignó y se encaramó nuevamente en el muro amplio del malecón y mientras regresaba hacia su casita humilde las olas comunicativas lo rociaban con una lluvia salina. Llegó a una conclusión trágica: los resplandecidos por las gotas insurrectas se habían ido a la fantasia.

4 Comentarios a “71- La Ventaja del Comandante. Por Julián Pérez”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Me gusta meter personajes reales y famosos en los cuentos y fantasear con ellos. Este, desde luego, era bien difícil.
    Felicidades y suerte.

  2. sacha dice:

    En Galicia sí jugó Fidel al dominó cuando Fraga lo invitó a conocer la aldea de sus ancestros.
    Me gusta la idea de avanzar manteniendo el equilibrio a lo largo de la pared del malecón y cómo esa misma prudencia se traslada luego a la partida. Cuba parece agotada, sin remedio, como un problema que sólo el tiempo va a solucionar.
    Me gusto.
    Suerte.

  3. Lovecraft dice:

    Hum… demasiados infinitivos juntos: «[…] palpitar, oler, sentir, percibir. Le costaba imaginar lo que podría existir […]»). Frases interminables y sobredosis de adjetivos innecesarios complican bastante el seguimiento del hilo argumental. Tendré que leerlo de nuevo cuando me encuentre menos fatigado.

    Suerte, Julián Pérez

  4. Hóskar-wild is back dice:

    No sé si preguntar al autor que si el ‘Comandante’ era realmente el ‘Comandante’, con toda si barba y su chándal de Adidas, disertando sobre la bondad de la revolusssión y las plagas que caerán sobre la isla cuando los imperialistas vuelvan a hacerse con el poder. Es gracioso imaginárselo jugando al dominó y, aquí también, cerca del malecón, haciendo trampas. Suerte.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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