(Recitado por Gatanegra)
Cuando el invierno muerde la palabra,
al poeta le queda soportar
un testamento de papeles rotos
en la costura que el poema exhibe
a modo de misiva infranqueable.
Un barro dolorido en el costado,
el color de un espejo, soledad
para asumir la ausencia de si mismo,
algunas madrugadas homicidas
para matar los versos insolentes.
Al poeta le queda un gesto grave
con el que asir el canto moribundo
allí donde la voz y la certeza
masturban la derrota del silencio.
Una zozobra de cartón que exige
el naufragio de sílabas y acentos,
para morir después en las alcobas
del aire tibio que el papel exhala.
Al poeta le queda degustar
el temblor en las manos y gargantas,
cuando su verso habite ya desnudo
mostrando la tragedia cotidiana.
El poeta es un muerto de papel
torpe e irreverente, mera anécdota.
Tan sólo la poesía permanece
inmutable en las altas azoteas
donde el hombre murmulla su existencia.
III Certamen Poemas sin Rostro 2007