(Recitado por Trini Fuentes)
Ahora que el otoño se reclina en el viento
y los árboles abren su pudor a la tierra
y la lluvia, concurso de lágrimas, entierra
debajo de sus alas la luz del firmamento;
ahora, cuando el alma, desnuda de equipaje,
es lo mismo que un pueblo sin sol que nadie habita
y un pájaro viajero mi nombre resucita
porque también mi nombre se marcha de viaje;
ahora que los muros se han cubierto de hiedra,
borra formas la niebla sobre la piel del llano
y yo, flor sin aroma, sumiso cortesano,
te miro y sólo encuentro una mujer de piedra;
ahora, amiga mía, cuando sólo deseo
darle vida a los besos que guardo en la memoria,
atravesar el patio de mi pequeña historia
y entrar en la penumbra como presunto reo;
ahora que me duele más que nunca la herida
causada por los años colgados en la puerta
de mi casa vencida -para tí siempre abierta-
donde cada mañana se arrodilla la vida;
ahora que los chopos muestran ingenuamente
sus caderas desnudas y los nidos vacíos
quedan al descubierto, silenciosos y fríos
como niños descalzos con su cruz en la frente;
ahora que los ojos, cubiertos de penumbra,
miran el cuerpo amado desde larga distancia,
soy más tuyo que nunca, más luz de tu fragancia,
más hijo de la luna que los mares alumbra;
y espero que se aleje la loba del olvido,
que unas huellas no apaguen el fulgor de otras huellas,
que el fuego de mis manos encienda tus estrellas
cuando caiga el otoño como soldado herido;
y es tiempo de tormentas, de liturgia creciente,
de rezarle a los muertos y olvidarlos después,
de escribir una historia con la pluma al revés
elogiando el pasado porque ya no hay presente;
y te digo mil veces, amiga, que te quiero,
que voy por los caminos con tu nombre en la boca,
que aunque el tiempo convierta nuestros labios en roca
mi mente cada día prolonga tu sendero.