Aquellos veranos.
CASTILLOS DE ARENA
“El verano es un paréntesis vital, acaso la estación del año que representa más fielmente cómo somos sin disfraces profesionales, en el cual soltamos los arneses que nos fijan a nuestro propio cliché”
Recordamos la vida por veranos, un tiempo breve de amores, olores, paisajes, un tiempo que nadie nos arrebatará. Recordamos en especial los de la infancia porque aún no teníamos recuerdos, éramos libres, sin responsabilidades y sabíamos jugar como nunca después. Comenzaban con la alegría incontenible del fin del curso escolar..
Los desayunos sin prisas con olor a pan tostado con aceite de oliva, el saco con la toalla y el bañador. Las clases de natación entre la dársena donde calafateaban los barcos, olor a brea y alquitrán, y el embarcadero deportivo. Ya sin corcheras: el trampolín o bajar con cuidado pisando el musgo de la escalera al mar transparente de poniente, el cargadero al fondo, ocultando San Lorenzo. Los fines de semana dormir en la playa, días mágicos, largos, felices, castillos de arena, saltar las olas del Levante, tirarnos desde las rocas, buscar coquinas, cangrejos erizos y lapas. Sandía a la luz de las casetas y baños bajo la luna, la piel salitre y al fondo el rosario de luces de la ciudad.
LO QUE FUIMOS
Yo quisiera volver a ser aquellas chicas al principio de todo, cuando el futuro estaba preñado de esperanza, cuando todo era posible, cuando la juventud, cuando la alegría cotidiana, cuando ellos nos miraban fascinados, cuando las dulces tardes de promesas. Antes del descenso, antes del batacazo contra el suelo de la realidad, antes del final de la parábola, antes del color sepia de la foto. Fue hermoso aunque solo duró un parpadeo en el espigón del Marítimo.
María Isabel Peral del Valle
Ganadora del Primer premio del Concurso Internacional Karma Sensual 2016.