Caballeros, señores y señoritos. Por Sextavoce

Caballero Sextavoce

Los caballeros a lo largo de la historia, cierta o novelada, siempre aparecen desde la edad media como hombres fuertes, luchadores y valientes al servicio de una causa justa; un ideal que debía atemperarse por la clemencia y la generosidad, apartando el interés personal y tratando de buscar la sabiduría capaz de distinguir entre el coraje y la estupidez.
Hay muchas cosas que requieren de un término medio; para un caballero la lealtad no es una de ellas.
A veces el camino más difícil consiste en buscar lo correcto, imbuir de sentido las decisiones más difíciles en todos los ámbitos de la vida. No se puede ser caballero a tiempo parcial.
La búsqueda del equilibrio entre el poder real que se tiene y como emplearlo al servicio de ese ideal, que posiblemente no se alcance nunca, pero que solo el honor de servir y esforzarse por él, otorga sentido a toda una existencia.
Los caballeros representan hombres fuertes no solo en el dominio de las armas, la diplomacia y el léxico sino en el dominio de si mismos. Y esa fortaleza no necesita elogios propios, muy al contrario, un verdadero caballero jamás se jactará de sus logros sino que alabará las contribuciones de los demás al mismo, otorgando los méritos que a cada uno corresponden. Un caballero, pudiendo ser dueño, sirve y ese es su orgullo y su grandeza.

Últimamente el panorama está huérfano de estas figuras legendarias.

Señores, amos, dueños, que sin poder real ni fortaleza alguna desparraman de estupidez visceral su entorno, jactándose de sus pobres méritos y exigiendo siempre algo a cambio de sus dádivas. Sin más ideal que el poder y el interés personal, viven del trueque (económico o emocional) la mentira y el engaño con un barniz caballeresco tan burdo y endeble que apenas rozando un poco la superficie, se descubre la verdadera esencia del señoríto (señoritingo) que llevan dentro.

Un caballero ama y luce el pañuelo de su dama sin demandar correspondencia. Un señorito exige.
Los tiempos cambian y los caballeros también, pero no en esencia, sino en empeño.

Insisto, solo puede llamarse caballero aquel que sirve una causa noble y porta con orgullo su estandarte, llevando en el corazón a una dama.


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