Calcetines disparejos. Por Felisa Moreno Ortega

La conocí un martes en la cola de la pescadería. Ya la había visto en otras ocasiones por el barrio pero nunca cruzamos palabra, sólo breves miradas de reconocimiento. Me llamaba la atención su manera descuidada de vestir, descubrí que usaba calcetines de distinto color y llevaba la ropa sin planchar. Sin embargo, iba muy maquillada, los ojos repintados y los labios muy rojos.

Compró medio kilo de boquerones, un cuarto de calamares y unas almejas. Pagó, buscando con dedos torpes en la cartera, y se marchó. Me di cuenta de que se había dejado una bolsa y corrí tras ella. Cuando la toqué por detrás se estremeció y se volvió con mirada de loca. Juraría que tuvo miedo de mí.

Desde ese momento la observé más de cerca, pude comprobar que vivía en el bloque de enfrente, en el segundo piso. La luz estaba encendida hasta altas horas de la madrugada. No tenía hijos, ni familia. Miraba a un lado y a otro de la calle antes de abandonar el portal. Caminaba sobresaltada, a veces despacio, a veces a saltitos. Regresaba pronto a casa, nunca más de una hora fuera.

Una tarde vi como alguien la seguía, ella venía con su trotecillo nervioso, la mirada baja y un par de bolsas en las manos. Olvidando sus precauciones, entró sin mirar hacia atrás. Él era un hombre alto, corpulento que avanzaba a grandes zancadas. No sé porqué pensé en Caperucita y el Lobo. El sujeto se detuvo a varios pasos, anotó el número y se marchó con una sonrisa lobuna en el rostro. Sentí miedo.

Durante días viví con esa escena en la cabeza, decenas de veces pensé en acercarme hasta su piso para contarle lo que había visto. Pero nunca lo hice. Me dio vergüenza, pensé que me consideraría una loca, que no era asunto de mi incumbencia. Me puse tantas excusas que acabé por convencerme de que hacía lo correcto. Es tan cómodo mirar hacia otro lado.

Una semana después vi su foto en el periódico, otra víctima de la violencia de género, decía el titular. La sangre le cubría el rostro y el cuerpo, pero dejaba a la vista sus calcetines disparejos.

Felisa Moreno Ortega
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