Caperucita y el lobo machista. Por Arturo Pérez Reverte

Arturo Pérez ReverteXLSemanal – 31/5/2010
Hoy me he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita -un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente- le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.

Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana, requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina -su número impar complica además el asunto-, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores, pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF -Unidad Legionaria Femenina Feroz-, terror de los talibanes afganos y de los piratas del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad es que lo he bordado. Creo.

Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia -dice- contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.
Asociación Canal Literatura
Arturo Pérez Reverte

Fuentes:XL Semanal. Pincha en este enlace para leer el articulo completo.
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6 comentarios:

  1. Como se va a llamar Caperucita «Roja», se llamará «Lealalarepública». Este Reverte está perdiendo facultades, como todos los «fachas», que como no se merece ayuda del Ministeio Cultura, no le queda más remedio que escribir libros de éxito de publico.

  2. Los cuentos tradicionales buscaban trasmitir una serie de valores determinados. Caperucita Roja es el típico cuento de advertencia respecto a las consecuencias de confiar en los extraños. En el fondo, lo que se está diciendo es que habría que escribir nuevos cuentos que trasmitan los valores que ahora damos por buenos. Y a los que eso les parece absurdo es que ya se siente cómodos con los valores tradicionales.

  3. No sé si es buena idea reescribir nada, tampoco es tan difícil explicar el contexto y las circunstancias de dónde parten y aprender como era o como se entendía el mundo en cada momento, quizá así entenderiamos mejor como es ahora.Y si que …hay cuentos infantiles actuales que explican las cosas de otra manera y se puede también inventar cuentos sobre la marcha para nuestros hijos o nietos. Y creo que Pérez Reverte, en mi opinión, lo que hace es ridiculizar ese intento de borrar lo imborrable. Caperucita Roja es parte de la memoria de mucha gente, se reescriba de mil veces diferentes. Las cosas del pasado se guardan en los museos, se visitan y se ponen en su contexto. No hacen falta hogeras ya, creo. Y por otra parte y nada baladí, es que cada uno debe ser libre de contar los cuentos que considere conveniente y transmitir los valores que estime oportunos. Es que ya sólo falta que el gobierno de España nos diga como hay que cortarse las uñas.

  4. No progongo reescribir nada. Contar de nuevo puede ser válido, o puede que ya no haya que contar cuentos, que ya sea algo desfasado, aunque lo dudo. Solamente señalaba qué hay detrás del propósito de recontar los cuentos tradicionales. Creo que tienes razón en que, quizás, Caperucita Roja y los demás deberían ir a parar a un museo. Nadie se escandaliza porque los antiguos mitos griegos hayan ido a parar a un museo.
    Trasmitir los valores que cada uno estime oportunos es discutible, lo siento. La trasmisión de valores no estaba en discusión cuando existían discursos hegemónicos que nadie ponía en cuestión, pero ese tiempo ya pasó. Hoy en día, la supuesta libertad, que nunca existió realmente, para trasmitir valores a la carta es una cuestión que afecta a la paz social.
    La creencia de que antaño uno tenía libertad para trasmitir los valores que quisiera es un espejimo basado en la nostalgia de la época en la que los propios valores eran los hegemónicos.

  5. Precisamente a eso me refiero, Xavier, a ver si lo que termina en los museos son los valores hegemónicos. La paz social no creo que se consiga pensando todos igual y diciendo todos lo mismo. Pero es sólo mi opinión.

  6. La paz social requiere que casi todos pensemos lo mismo o, alternativamente, que todos estemos de acuerdo con un espacio común dentro del cual podamos pensar de forma diferente. Pero esto último también debe ser un valor hegemónico.
    No podemos escapar a la necesidad de valores hegemónicos, aunque ese valor hegemónico sea que no ha de haber valores hegemónicos sino coexistencia en la diversidad.

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