No es la intención de este escrito hacer una nueva reseña de “Todo lo que era sólido”, que ya la hizo aquí y estupendamente Rubén Castillo, sino más bien agregar algo, a modo de glosa, sobre el libro y su autor. Expongo con esto la grata sorpresa que me ha deparado leer este ensayo, a pesar de conocer de antemano a través de los medios los motivos y razones del contenido. Me ha gustado mucho, para empezar, la prosa limpia y magnífica, que se lee con la frescura y agilidad de una buena novela. Quizás esas cualidades que él tanto admira en el ensayo anglosajón. Y digo sorpresa porque “Todo lo que era sólido” me ha deslumbrado por la vastedad del análisis y por la profundidad. Un análisis preciso, bien medido y diáfano sobre la realidad de nuestro país, de un enorme calado. Un análisis que, además, ilustra con experiencias vividas por él en primera persona, detalle este que no tiene precio. (Los relatos de esas experiencias son como magníficas estampas que uno se encuentra a medida que va avanzando en la lectura, con las que se hace una idea de lo que argumenta. Una idea cabal y, de tan gráfica, inequívoca. Y pienso que es un acto de generosidad volcarlas en el conocimiento público). Pero un análisis que no se queda en eso, sino que va mucho más allá. Recoge el asombro, la perplejidad que ahora, a posteriori, nos producen los acontecimientos que hemos vivido prácticamente ayer, la conciencia de la corrupción, del derroche y el desvarío por los que se han visto afectados todos los campos de actividad social, de la que todos hemos sido de alguna manera responsables, por acción u omisión, y la necesidad de una actuación urgente, inaplazable. Y una actuación que tiene que partir (no hay otra, no nos equivoquemos), de la sociedad civil, y que no tiene por qué (ni tal vez convenga), apelar a las grandes movilizaciones, sino partir de la actitud firme y decidida, diaria, de cada uno de nosotros. Una voluntad insobornable de compromiso que ponga coto al desmán. Y Muñoz Molina ya no es aquí solo un analista sino un pensador; un pensador de la calle, de a pie. Alguien que, sin menoscabar un ápice de su exquisita modestia, con gran desprendimiento, con un gran amor a su país, pone la conciencia de su ciudadanía al servicio de todos.
Manuel de Mágina
Blog del autor
Aquí llega la pesimista del grupo. «Alguien que, sin menoscabar un ápice de su exquisita modestia, con gran desprendimiento, con un gran amor a su país, pone la conciencia de su ciudadanía al servicio de todos.»
Si encuentras a algún español modesto y desprendido, que ame a su país, no a una parte infinitesimal de él, y con un mínimo de conciencia, avisa, que yo también me pongo a su servicio.
No es que me guste desbaratar proyectos, pero creo que asistimos a unos momentos muy difíciles y que necesitaremos años para remontar. Y no me estoy refiriendo a la crisis económica, que es casi lo de menos (no me malintrepreten). Simplemente veo que vamos a la deriva y se nos han perdido el mapa y la brújula.
(Perdón por deprimiros tan temprano.)
Pienso que un poco todos coincidimos en que necesitaremos años para remontar y no solo por la crisis económica, que es casi lo de menos, como bien señalas, sino por la crisis moral que afecta a la sociedad española y con ello a los cimientos de la democracia. Es justo lo que se señala en el ensayo a que nos referimos.
Y, mujer, Elena, admitamos que no somos especialmente generosos en cuanto a las aportaciones al bien común, pero también que el señor Muñoz Molina podía haberse estado quietecito, tranquilito en su casa, y haber escrito una buena novela o una novela regular, incluso mala; que, dados sus antecedentes, a buen seguro despertaría interés, en lugar de salir a la arena patria a dar difíciles capotazos a los morlacos de un lado y del otro y del de más allá.
Un abrazo.
Por supuesto, con mis palabras no me refería ni al contenido del mensaje ni a su emisor, a quien no le puedo poner un pero, sino a los receptores, entre los que me incluyo, que prefieren quedarse tranquilitos en casa en lugar de capotear en la difícil arena patria. Porque, además, todos tenemos buenas excusas para no movernos, anteponiendo siempre nuestras circunstancias personales y/o familiares a sacar esto del sitio al que ha llegado. Pero a don Antonio y lo que escribe los tengo como referencia vital, no se me ocurriría criticarlo. Una mente lúcida y comprometida como la suya hay pocas. Y con la falta que nos hace…