Dictaduras en el siglo XXI
Me resulta sorprendente cómo en este siglo, tan avanzado para muchas cosas y deleznable para otras, haya regímenes autoritarios con verdadera impunidad. ¿Cómo es posible que en el s. XXI persistan las dictaduras políticas? ¿Cómo se explica que la comunidad internacional sea indulgente con los gobiernos que hostigan a sus ciudadanos de forma dictatorial? La cuestión no es sencilla, a menos que se comprenda desde un punto de vista histórico y geopolítico. En este sentido, muchos intelectuales podrán explicar esto mejor que yo; pero no salgo de mi asombro cuando veo noticias sobre las atrocidades que se comenten hoy día a causa de permitir una dictadura.
Por fortuna, no he vivido en un régimen dictatorial. Aunque, si bien es cierto, la subordinación a toda fuente de poder no me deja exento de dependencia, por ejemplo, al dinero, a internet, a la información y al propio sistema; cuando, invariablemente, todo ello moldea mi conducta. Así que la conceptualización de dictadura también puede trasladarse a tesituras más amplias; entendiendo predominio y fuerza ante la voluntad personal de un individuo, por no poder dejar de formar parte de algo que teje sus hilos fuertemente. En lo que respecta a una cuestión política, he nacido en un momento privilegiado frente a tiempos pretéritos, muy a pesar de la vileza que corrompe la política contemporánea en la actualidad. No es el caso, por desgracia, en muchas partes del mundo, cuando hay gente cuya vida está siendo truncada por el autoritarismo de un gobierno que sólo acumula poder, fervorosamente, aunque para ello tenga que dar un golpe de estado, o bien, revelarse contra un gobierno ilegítimo para escamotearlo.
Todo país debe atraer inversión, crear riqueza e infraestructuras —por lo general, gracias al turismo— y dotar de suficiente financiación a la educación, sanidad, mejorar el empleo y el tejido social y empresarial, garantizar una seguridad jurídica a los ciudadanos, paliar las desigualdades entre ricos y pobres y aplicar políticas eficaces para el mejor desarrollo; sin embargo, en el caso de las dictaduras ocurre todo lo contrario. Para evitar que se vulnere los Derechos Humanos las Naciones Unidas asumen el papel de establecer la paz y seguridad en el mundo, defender el Derecho internacional, distribuir ayuda humanitaria y actuar en zonas de conflicto armado, entre otros propósitos. Y lo cierto es que nada de todo esto se está cumpliendo como se espera; o como debiera hacerse. Actualmente, son muchos los países que se encuentran en manos de dictadores; como Corea del Norte, Irán, Arabia Saudita, China, Camboya, Guinea Ecuatorial, Yemen, Libia, Ruanda, Egipto o Venezuela. Miles de ciudadanos de esos países son encarcelados injustamente, perseguidos, expropiados de sus bienes, sometidos a torturas y dramas sociales, hambrunas y pobrezas. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas apenas interviene para evitar atentados contra los Derechos Humanos en dichos países y tomar medidas contra el descontrol político de sus dirigentes.
Para ello la Asamblea General de la ONU dicta unas obligaciones que han de asumir los estados miembros que la integran. Puede decirse que uno de los logros fundamentales que ha marcado un hito en la historia reciente ha sido la Carta de las Naciones Unidas, que estipula que podrán ser miembros de su asamblea «todos los estados amantes de la paz que acepten las obligaciones consignadas en dicha Carta». Entre sus propósitos y principios, desglosada en 19 capítulos y 111 artículos, se declara la asunción y mantenimiento de la paz, la cooperación internacional y el fomento de las relaciones de amistad basadas en el principio de igualdad y respeto a la libre determinación de los pueblos. Ahora bien, el hecho de formar parte de la Asamblea General no presupone que los países integrantes de la misma garanticen, con todas las herramientas suficientes en materia de seguridad y justicia, que en sus territorios se protejan los derechos y libertades civiles. Es el caso, verbigracia, de Venezuela, Cuba, Pakistán, República del Congo, Eritrea, Rusia o China; estados miembros de la ONU y elegidos para formar parte de la Asamblea General. Así que, teniendo esto en cuenta, ¿para qué sirve el Consejo de Seguridad de la ONU si no garantiza, de cierto modo, medidas para frenar las guerras actuales? ¿Qué finalidad tiene entonces todos estos organismos si no son capaces de controlar la industria armamentística que azuza los conflictos bélicos? Su mantenimiento económico, es decir, toda la dotación financiera que implica su funcionamiento con el fin de articular su existencia y su razón de ser, es millonario; lo que resulta chocante, a decir verdad, para la situación actual del mundo cuando miles de civiles sufren, directa o indirectamente, genocidios, persecuciones, torturas y calvarios, o incluso centenares de personas se ven obligadas al exilio o a subsistir en campos de refugiados.
La paradoja no es tanto que en este siglo existan dictaduras, pues muchas de ellas se forjan con intereses militares y económicos. El ejemplo es Venezuela, cuyas últimas elecciones fraudulentas que le dan la victoria a Nicolás Maduro han acarreado —para descontento de muchos— que Estados Unidos lo reconozca como presidente legítimo después de desdecirse cuando en un primer momento EE.UU rechazó su victoria. ¿Y eso a causa de qué? Por conveniencia del mercado de petróleo y gas y evitar así tensiones indebidas y distancias diplomáticas. Pero tampoco los pueblos tienen capacidad intelectual para elegir a sus dirigentes, ya que las urnas enmascaran, muchas veces, seudodictaduras: gobiernos que no han sido elegidos democráticamente, que oprimen y persiguen a sus opositores y que, por ende, no respetan la división de poderes ni la libertad de prensa. Mención particular es el caso de los países subdesarrollados. En ellos los dictadores son premiados, venerados por amplias clases sociales e incluso gozan de mayor poder y persistencia gracias a un pueblo que le permite sus megalomanías. Tanto en un caso como en otro, las dictaduras suelen tener una economía cerrada, todo en forma de monopolio. También las dictaduras tienen en común un retroceso en derechos y libertades y una involución social, científica, educativa y cultural debido a la desconexión con el resto de países. Por eso encuentro lamentable que en el siglo XXI haya muchos países con dictaduras, cuando esta época nos hace relucir de avances científicos y tecnológicos —la exaltación de la IA, por ejemplo, y la industria audiovisual— pero nos encontramos con un retraso histórico cuando aún perviven regímenes dictatoriales.
Como ha demostrado la historia innumerables veces, todos los dictadores tienen sus acólitos y detractores; pero, en particular, su megalomanía les lleva a ir en contra de sí mismos, sin temor a pagar con sus vidas en pro de sus ideales. Y, al final, les espera una muerte agónica. Quizás ésa es su forma de pagar por todas sus infamias y daños causados. Porque ninguno muere honradamente.
Luis Javier Fernández Jiménez