Empacho
El vencimiento de un año y el comienzo de otro, entre los que dista el movimiento cuidado, eso sí, al milímetro, de una aguja, me supone, cuando menos, una sensación peculiar.
Parecerían las mismas doce uvas, los mismos presentadores de la cadena pública, el mismo abrazo, la misma contención de una lágrima que quiere y no puede o la misma reconfortante llorera de todos los años. Y si nos fijamos en el detalle de las cosas, rara vez se toman las uvas con las mismas personas y en el mismo lugar; las doce campanadas ya no se ven en televisiones planas sino curvas (la presentadora incluso parece más delgada) y los motivos de nuestros sollozos o de nuestras alegrías pueden ser hasta completamente dispares.
Lo dispar sería en estas fechas la ausencia de excesos .Y para muestra un botón. La verdad sea dicha. Nos excedemos en enviar despersonalizados, rimbombantes – en la forma y en el fondo – wasaps a las personas más inesperadas o los recibimos de las menos pensadas. Son asimismo fechas de postureo en las cenas familiares donde el langostino atragantado o la sosegada voz, siempre conciliadora de la abuela, nos impide, a Dios gracias, arremeter contra nuestro cuñado con algún que otro improperio. O quizá se hayan cuidado, y muy mucho, de la sensación de empacho y acidez en sus estómagos y no hayan tenido que recurrir a la manzanilla con anís del copioso armario, porque en el desayuno de su Año Nuevo disfrutaron únicamente de los poderes antioxidantes de un zumo natural de naranja o de tomate, mientras que fijaron su atención en la cuidada retransmisión del Concierto de Viena y en los pendientes de la violinista; o mientras que acompasaron los aplausos de la marcha Radetzky, distraídos de la vorágine actual, estrenando sus suaves batones de seda (regalos de Papa Noel) desde las atalayas de sus sillones de buen cuero que presiden sus salones.
Tal vez sean ustedes más humanos o personas de Principios y no saliendo indemnes a los acontecimientos diarios, hayan hecho suyo el malestar general y profundo que dejan algunas noticias en los estómagos.
Sea como fuese, es de Justicia social y de bondad humana que no volvamos los ojos a ciertas realidades, porque de otra forma nuestro silencio se hace complicidad y la complicidad de un acto execrable resulta inasumible. La denuncia desde todos los niveles, no es sólo legitima. Se convierte en necesidad y en desahogo.
Vivamos por tanto de frente y a sabiendas del yugo de nuestra espada de Damocles pero volvamos a la normalidad y a las bondades de la rutina aunque nos quede todavía el día de Reyes, con su roscón como colofón tradicional y con la guerra de caramelos que se organiza en las, siempre soporíferas, cabalgatas.
Vivamos sopesando la virtud frente al defecto, haciendo que pese más siempre la primera sobre este último. Que al final de nuestras vidas, tengamos la sensación de haber vivido intensamente y de haber dejado vivir para decir sin remordimientos que «la vida, al fin y al cabo, era eso».
USUE MENDAZA