La voz de la que hoy quiero hablarles no es la voz física al uso, la normal y corriente. Olvídense de ella: es un capricho físico. La que a mí me interesa es otra, mucho más desapercibida y duradera. Una que se recicla siglo a siglo, segundo a segundo, como perro lazarillo de la comunicación inteligente y que, si se lo propone, es capaz de transformar el mapa del pensamiento social y mover montañas (en el más metafórico de los sentidos de movernos a nosotros).
Su misión, aunque pueda parecer utópico, es cambiarnos, moldearnos, ayudarnos a entender de qué materia estamos hechos y hasta dónde somos capaces de llegar.
Esta voz es maestra entre las demás. Cuando uno la oye, lo sabe. Con su tesón impulsa los avances, haciéndonos partícipes de sus conocimientos, pasiones y esperanzas, y sin ella, no seríamos lo que somos ni quienes somos, no hubiéramos evolucionado, no seríamos capaces de distinguir una auténtica obra de arte de la que no lo es, ni valoraríamos a aquellos individuos que destacaran por sus cualidades, puesto que no tendríamos competencia para saber reconocer esas cualidades, extraerlas del contexto y cuestionarlas con la imparcialidad y el rigor suficiente que otorgan el peso del conocimiento y la experiencia.
A veces esa voz podemos encontrarla en las escuelas, entre las páginas de los libros, en las frías salas de algún museo o tras el telón de una sala de conciertos, enseñándonos a reconocer la admiración que nos causan ciertos autores y sus obras, ayudándonos a comprender que no importa el lugar del que procedan «sus voces», pues nos resultan tan familiares que las podemos hacer nuestras, adoptándolas. Ahí radica su éxito.
Por eso en la mitad del planeta estudiamos casi de igual modo la sencillez humana de Antonio Machado, la ingeniosa prosa de Cervantes, la profundidad descriptiva de Zola o el realismo mágico de García Márquez. Sus obras nos resultan sublimes y a veces hasta creemos haber encontrado las claves de su aceptación casi idéntica en tantos países diferentes, donde con el paso del tiempo se convierten en verdaderos símbolos de una sociedad y de su tiempo. ¿Quién no conoce Los Miserables, de Víctor Hugo; las composiciones de Bach, Beethoven, Vivaldi? ¿Quién no ha visto en su vida una obra de Velázquez, de Rembrandt o Da Vinci? ¿Hay alguien que desconozca quién era Gaudí, o qué es la Sagrada Familia? Ellos nos dejaron sus obras, sublimes, sí, pero sin una voz que nos cerrara los ojos para contárnoslas por dentro no llegarían nunca hasta nosotros con toda la importancia que merecen, pues no sabríamos hallar en su interior lo que no hubiéramos aprendido a ver en superficie. Y aunque en un mundo de ciegos de blanca ceguera como el de Saramago sólo la escucharan las minorías, esta voz no descansaría, estaría ahí siempre, entregada a hacer lo que supiera hacer: divulgar la auténtica obra sublime hacia todos los puntos cardinales que pudiera y no dejarnos caer en lo mediocre.
Hoy tal vez tenga que hacerlo desde un rincón de menor audiencia, donde los «Buscadores» se reúnan a escucharla y donde ella habrá ido creando escuela con una sencilla y paciente sabiduría.
Presentársela no es sencillo. Cuando escribía este artículo me preguntaba en qué momento debería pasar de lo general a lo particular y hablarles de ella como una persona concreta, dándoles a conocer su nombre y apellidos. Pero lo dejaré para más tarde, seguiré llamándola VOZ, desde ahora con mayúsculas, ya que ella es casi un icono de la televisión pública y de los deportes olímpicos retransmitidos en nuestra patria.
Antes que nada, como a ella, me gustaría no tener que aceptar lo que ya sabemos, que en España siguen siendo «minoritarios» todos los deportes olímpicos, y lo son frente al fútbol y algún otro que mueve grandes cifras de dinero y seguidores. Esto es muy injusto, pero aún más lo sería si no estuviera VOZ, centinela, vigilando sus puertas, rugiendo y sacando las garras cuando hace falta por ellos, y defendiéndolos ante las hienas de la indolencia: el silencio de gran parte de la prensa deportiva y el poco interés de una población desgastada, que se deja llevar por los tópicos y las corrientes.
Por VOZ han pasado TRECE JUEGOS OLÍMPICOS, y otros muchos campeonatos de España, de Europa y del Mundo. Ha sido banda sonora de muchos insulsos instantes que se tornaron sublimes de repente, al escucharla, y de otros que, gracias a las circunstancias magníficas, no lo fueron. Nos ha acompañado en la intimidad de la tertulia, las comidas y el café (a veces de madrugada por esto de los directos) durante casi treinta años, y así, como quien no quería la cosa, acabó convirtiéndose en una más de la familia, contagiándonos su pasión por el mundo del patinaje artístico sobre hielo a todos los que hoy lo seguimos con bien pagado entusiasmo gracias a nuestros patinadores, que no dejan de brindarnos alegrías y éxitos.
Al vuelo campeador de VOZ hemos escuchado el salto de los cisnes Alexi Yagudin, Eugeni Plushenko, Stanick Jeannette, Brian Joubert, Stephane Lambiel, Irina Slutskaya, Carolina Kostner, Mao Asada, Miki Ando, Sasha Cohen, y tantos, tantísimos grandes patinadores del pasado y del presente.
Incansable tras el micrófono, siempre bien documentada, involucrada, entregada en cuerpo y alma a este deporte, para hacérnoslo llegar con toda la importancia que ella sabe que merece, haciendo a la vez de biógrafa, historiadora, filóloga, profesora e investigadora atómica rusa en la división de los átomos, rigurosa exploradora de todo lo que acontece, VOZ consigue guiarnos por la pista de hielo, para que lo sublime no pierda en ningún momento su importancia, sobre todo que no la pierda para nosotros.
Muy pronto la oiremos cantar cuádruples y triples, axels, salkofs, tooulups, flits, o meets, y aunque por su complejidad nunca llegaremos a diferenciar unos de otros, nos quedará bien claro —si estamos atentos— que el único salto que los patinadores realizan hacia delante es el axel, y que ése es el de mayor dificultad técnica para ellos.
La oiremos emocionarse, suspirar, llorar, reír, revolver en el envoltorio de una galleta o contener la respiración para salir del paso ante la mudez transitoria en la que su compañera de transmisión se ha sumido —ahogada por el llanto de la alegría— después de la actuación de Javier Fernández. «Su Javier». «Nuestro Javier».
Tal vez ése haya sido su logro más cotizado, ser natural, fiel a sí misma y a sus principios durante tantos años. Qué quieren que les diga, cada día nos gusta más que nos cuente lo sublime del deporte con sus toques personales, que diga lo que piensa, que sea imprescindible y también impredecible, porque así es ella, VOZ que cuenta las cosas del modo más «suyo» posible, con un timbre legal incapaz de replicarse y un peso específico propio que le nace de las entrañas más humanas para mantener encendido el pebetero del auténtico deporte, el que defiende siempre, dotada de argumentos de sentido y sensibilidad y máxima valoración hacia los deportistas.
A estas alturas, todos sabemos que, sin ella para contárnoslo, esta maravilla del patinaje sobre hielo no estaría completa, porque, además de un icono, es casi una madre inspiradora: sabe cómo llegar al fondo de las cosas, descubrírnoslas como gran maestra de las páginas y las buenas historias, los cuadros y los museos, los grandes conciertos y los mejores poemas: siempre desde el otro lado del telón, detrás del escenario.
Si aún no han adivinado quién es, les propongo que vuelvan a leer este artículo desde la primera línea, ya que ella fue la inspiradora de mi búsqueda, donde siempre la encontré, contando lo más sublime y valioso, del deporte.
A Paloma del Río
Majomar Martí
Excelente artículo sobre esa voces aparentemente pequeñas que dicen tanto y disfrutan al decirlo.
Desde luego, no son pequeñas las hazañas que cuenta. Admiro profundamente a esos deportistas esforzados que tienen en la belleza y la superación su único objetivo.
Un beso muy grande a la voz que nos los recuerda.
Elena, has estado apoyándome en la realización de este texto que me rondaba en el corazón desde hace mucho tiempo. Gracias por tu amistad y tu apoyo. Mil besos (mi buscadora de neutrinos).
Gracias a ti, por ofrecerme tu confianza. Todos buscamos algo, neutrinos o palabras con que contar. A veces ambas cosas. En ese camino siempre nos encontraremos.
Mil besos.
Me ha gustado mucho como nos conduces por el artículo. Sentido homenaje a uno voz que sigo —aunque no le ponía nombre— y que me acompaña cada vez que veo una retransmisión de patinaje o gimnasia rítmica.
Conozco algo de lo que cuentas, ya que mi hija ha practicado patinaje artístico (además de ballet y pasarse ella y yo todas las tardes en el conservatorio). Muy difícil, muy sacrificado, y hay que tener mucha determinación para luchar contra tantos inconvenientes. Uno, y muy importante, poder compaginar la preparación con los estudios. De ahí que muchos acaben abandonando. Después, otra lucha: sobrevivir y llegar a lo sublime. Finalmente, la terrible verdad: «con el fútbol no hay quién pueda».
Enhorabuena por poner nombre a esa «Voz» y enhorabuena por contárnoslo tan bien.
Muchos besos.
Yo también he disfrutado escribiendo y reescribiendo este artículo. En él consigo que mi voz pequeña también pueda llegar a los demás encauzándola bien. Y aún más, en el proceso me has brindado tu apoyo y amistad, mi buena maestra, tú sí que eres cercana aún siendo grande. Ese beso te lo multiplico por la división de sus átomos.
Me encanta este homenaje a Paloma, yo creo que es merecido y debe estar muy contenta por ello.
Paloma conoce y cuenta como nadie, los entresijos de este arte sobre hielo. Quién no habrá amenizado sus horas de disfrute televisivo con ella.. Es indiscutible su conocimiento y su pasión por lo que hace, y es capaz efectivamente a traves de su Voz de narrarnos y enseñarnos esas cosas que aunque bellísimas nos son totalmente ajenas por abarcar una disciplina tan extensa.
Un abrazo.
Estoy completamente de acuerdo contigo, Ameli. Además, en nuestro país siempre parece que se quiera englobar la cultura por un lado y el deporte por el otro. Yo creo que debemos tomar ejemplo de otros países que tienen asumidos su logros deportivos como «logros nacionales» (aparte el fútbol). Sería un avance que empezáramos a considerar que ciertos deportes son también parte importante de la cultura, pues manejan una carga estética y artística que es innegable. Es el caso del patinaje y la gimnasia, por ejemplo. Un abrazo, amiga.
La presencia física, el gesto, la mirada: lo culpable de la primera impresión. Habitualmente.
La voz y la palabra desmienten o confirman.
Los hechos, por fin, son lo que cuenta.
Pero a veces la voz es lo primero, confirma, y es el hecho en sí. Y tú, Majomar, lo has convertido en vuelo de palabras. Gracias.
Es cierto, la primera impresión suele ser la culpable de nuestros juicios. Pero a veces, llega la palabra y nos sacude para contradecirnos o secundar la sentencia. En cada uno de nosotros está la capacidad de interpretar, aunque ya sabemos que lo que contamos no puede ser a gusto de todo el mundo. Lo importante es ser fiel a lo que pensamos y decirlo con esa voz que nos nace del interior. Tú lo has confirmado en las justas palabras.Muchas gracias, Cris.
Mil gracias Majomar…. mil gracias… no sé qué más decirte….paloma
Y yo que puedo decirte, Paloma…Que no te haya dicho ya. Que mil gracias a ti por estar ahí, aquí, enseñándonos a amar y comprender todas esas disciplinas deportivas y la belleza, el sacrificio y el espíritu de superación que aúnan y atesoran.