Vuelvo con cierta frecuencia a Dublín, la ciudad donde viví diez años. Ya sabemos, y, si no, se los digo, que el clima no es el punto fuerte de la isla. En mi última visita, se excedieron todas las expectativas: llovió todos los días de los cinco que estuve, y el sábado, con una fuerza un tanto apocalíptica. Donde fueres, haz lo que vieres, reza el dicho, y, como los irlandeses no se amedrentan ni con el Apocalipsis, aquel sábado, me dirigí al James Joyce Centre en la calle North Great George para hacer una visita guiada de los lugares emblemáticos donde había vivido y sobre los que había escrito el genial autor irlandés.
En realidad, James Joyce nunca vivió en esta casa, pero sí en este barrio del centro de Dublín. Un barrio deprimido al que se trasladó la familia desde el acaudalado Rathgar cuando su padre, John James, un personaje un tanto disoluto y bebedor, tuvo serias dificultades financieras. La familia tuvo que mudarse más de veinte veces, hecho que marcó la infancia y adolescencia de James. Más tarde, las mudanzas continuas se convirtieron en su seña de identidad. Como era el mayor de diez hermanos de una familia sin recursos, se pasaba el día callejeando por este barrio. Entonces, la visita comienza en la casa, que está necesitada de una renovación urgente y que me recuerda a la famosa parálisis irlandesa de la que tanto hablaba Joyce. Durante las siguientes dos horas, los siete asistentes abrimos y cerramos los paraguas, mientras nuestro intrépido guía lee pasajes de Dublineses, Retrato del artista y Ulises casi sin inmutarse, aunque las cubiertas rugosas de los libros son testigos de la persistencia de la lluvia en las visitas.
La siguiente parada es el colegio jesuita Belvedere College donde Joyce recibió una educación rigurosa. En esos años, escribe perfiles de los personajes de la ciudad que años más tarde, y desde su elegido exilio, se convertirían en Dublineses. Al finalizar la secundaria, el escritor estudió en University College Dublin, la universidad católica (que existía como alternativa a Trinity College, protestante), e incluso se trasladó a París para estudiar Medicina, pero tuvo que volver ante la inminente muerte de su madre. De esta época es su libro Retrato del artista adolescente, un libro de tinte autobiográfico que no consiguió publicar en Irlanda. En 1904, cuando Joyce tenía 22 años, abandonó la ciudad; solo volvió tres veces en toda su vida. Sin embargo, Dublín es la geografía presente en sus libros con precisión casi fotográfica. Se había «exiliado» de su país porque lo consideraba moralista y estancado –en esa parálisis–, y solo viviendo en el extranjero se podía escribir sobre la realidad urbana y romper con la literatura anterior que idealizaba la vida rural irlandesa y cuyo máximo representante era W.B. Yeats.
Del colegio jesuita nos trasladamos a la calle Eccles, donde se encuentra la casa de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises. El número 7 de la novela ha desaparecido, pero justo enfrente, en el 78, se marca con un cartel la Bloom House, una casi idéntica a la desaparecida. Es aquí donde Molly Bloom tiene una cita con su amante a las cuatro de la tarde, y por eso Leopold pasa el día en la ciudad alejado del dormitorio conyugal. Joyce nos dice que su Ulises no necesita ser un héroe ayudado por los dioses del Olimpo, sino que la vida cotidiana de cualquier personaje de Dublín ya es heroica. La minuciosa descripción de los lugares dublineses la obtuvo gracias a los mapas de la época y a una red de familiares y amigos con los que se escribía cartas. Además, elige que su novela transcurra el 16 de junio, el famoso bloomsday, el mismo día en que el propio Joyce conoce a su mujer Nora Barnacle (según muchos, la Molly Bloom de la novela). Junto a ella abandona Dublín para vivir en Trieste, Roma, Zurich, París…
Desde la calle Hardwicke se ve imponente la iglesia Saint George. Cuando, por la mañana, Leopold sale puede ver el sol en el campanario de la iglesia que reaparece al final de la novela cuando él y Stephen Dedalus (el Telémaco del Ulises de Joyce) regresan juntos. En esta calle sí vivió Joyce, y, aunque muchas de las casas de principios del siglo XIX han sido sustituidas por un proyecto de viviendas sociales, todavía se conservan algunas. En 1921, Joyce se trasladó a París, donde conoció a Sylvia Beach, propietaria de la famosa librería Shakespeare’s Company, quien publicaría la primera edición de Ulises en 1922. El libro se prohibió en EE.UU. y el Reino Unido por considerar su contenido escandaloso. Un contenido que hoy nos parece incluso cándido.
La visita se acaba en el Hotel Grisham de la calle O’Connell donde transcurre parte del relato posiblemente más famoso y logrado, según los expertos, del autor: Los muertos. Aquí Gretta confiesa a su marido que tuvo un gran amor que murió por ella, y el mundo de Gabriel se derrumba. En 1941, James Joyce murió en Zurich por la perforación de una úlcera de duodeno. Tenía 59 años y había cambiado la literatura del siglo XX. Según le confesó a su amigo Arthur Power: «Lo importante no es qué escribimos, sino cómo lo hacemos, y en mi opinión el escritor moderno debe ser, ante todo, un aventurero, dispuesto a asumir todos los riesgos, y estar preparado a hundirse si fuera preciso. Dicho de otro modo, debemos escribir peligrosamente: todo está en constante cambio y la literatura, para que sea válida, debe expresar este cambio».
Y en este punto, cuando la lluvia ya es torrencial, es que el guía saca la gorra de plástico que esconde su abrigo, se la coloca como si cayeran cuatro gotas de nada y se despide de todos nosotros.
Ana Guerberof