Un invisible nudo se va apretando en torno a mi garganta y me impide tragar y casi respirar mientras toda mi alma de mujer se concentra en mis ojos para mirar cómo tres madres nigerianas escudriñan con desesperación unas imágenes en donde aparece un grupo de quince niñas negras, ¡quince!, sólo quince de las doscientas diecinueve secuestradas hace dos años por el grupo terrorista Boko Haram para convertirlas en el mejor de los casos en bombas humanas o, en el peor, en esclavas sexuales de los terroristas. Desde entonces nada se sabía de ellas. Pero ahora un vídeo –que más parece una foto por la inmovilidad de las criaturas– con quince de ellas puede calmar o angustiar más, si cabe, la amargura de sus madres al imaginarles los sufrimientos que estarán soportando sin que ellas puedan hacer nada para protegerlas. Las mujeres intentan ver a través de sus lágrimas, se limpian continuamente los ojos, buscando que estos le den la definición clara de la imagen de sus hijas. Una madre señala con el dedo a una de las figuras, aparentemente todas son iguales, «clonificadas» por unas ropas y una tristeza que pone el mismo rictus de terror y desesperanza en sus rostros. Vuelve a limpiarse los ojos con un trozo de tela de su vestimenta e intenta tocar en la pantalla de un ordenador portátil el punto en donde aparece su hija; otra madre reconoce también a la suya y señala con su índice al tiempo que la nombre llorando. La angustia de la tercera va en aumento mientras insiste su mirada en recorrer una a una por enésima vez a todas las niñas… comienza a mover la cabeza mientras un llanto desgarrador se adueña de ella. No está. Su hija no está entre esas niñas. Y mientras que a las otras se les abre un diminuto resquicio de luz al pensar que todavía les puede quedar algo de esperanza de volver a abrazar a sus hijas, la desesperación de la tercera me penetra por la respiración como un gas que me explota por dentro y lanza al universo una cadena de cordones umbilicales hecha una única pregunta: ¿Por qué? ¡Por qué! ¿Por qué siempre las mujeres han de ser moneda de cambio para derrotar… aun sin vencer a los otros? Qué veneno puede haber en el corazón de unos hombres para que olviden que fue una mujer quien les dio la vida y sean capaces de raptar en mitad de la noches a unas niñas asustadas y violarlas sistemáticamente o utilizarlas como bombas «suicidas», ¿suicidas? –suicidio viene del latín suicidium, de sui, sí mismo, y caedére, matar; o sea, matarse a sí mismo), pero ellas no se suicidan, son asesinadas. Según un informe de UNICEF: «Uno de cada cinco ataques suicidas del grupo islamista Boko Haram en el oeste de Africa en 2015 fue realizado por menores. Cerca del 75% de estos eran niñas, algunas con solo 8 años de edad».
El vídeo era una prueba de vida para que puedan seguir unas «supuestas» negociaciones entre los terroristas y el Gobierno nigeriano, para ello pidieron a las madres que reconocieran a sus hijas. Un Gobierno que, según los expertos, ha impedido que el caso pudiera estar resuelto ya ignorando ofertas de ayuda exterior, puesto que prefiere que el mundo se olvide de esas niñas antes de que pueda darse a conocer la corrupción existente entre los altos mandos del Ejército.
Mucho después de haber terminado la noticia, cuando el «hombre del tiempo» –ya sabemos cómo funciona el telediario– anunciaba un espléndido fin de semana para aprovechar en la playa y la pantalla televisiva se llenaba de sugerencias para regalar a mamá en el Día de la Madre… las tres madres de piel tan oscura como su sufrimiento seguían ahí: fijas en mi retina. Por pura lógica, muchas de esas niñas habrán quedado embarazadas (qué envidia el ruiseñor: se niega a anidar en la jaula), tal vez, con un poco de desgracia añadida, les hayan permitido parir, traer al mundo a otras niñas que no han elegido nacer de una violación ni en uno de los lugares tan inhóspito para la mujer como Nigeria.
¿Por qué…? La pregunta sigue colgando en el espacio. ¿Por qué?
Entretanto, a miles de kilómetros de esas madres y esas hijas, otras hijas, como el que no quiere la cosa, intentan sonsacar a sus madres qué regalo desearían tener para celebrar su Día… Ellas tampoco han elegido nacer aquí…
Y Nigeria queda tan lejos…
Ana M.ª Tomás
Hay tantos mundos en este… Y nos quedan lejos y alejados. Como si no fueran reales. Todo lo que vemos a través de la pantalla nos resulta ajeno. Pero es real y pavoroso, y deberíamos pararnos a pensar en lo privilegiados que somos y qué podíamos aportar a eliminar la barbarie.
Besos.