Odiar, sanar, amar
Los niños que no son tratados como tales nunca llegarán a ser hombres ni mujeres de BIEN con mayúsculas para nuestra Sociedad. Aquellos que han sufrido en su piel afecciones sobre todo psicológicas y afectivas en su infancia son mayormente susceptibles de crecer con un rencor y un odio que terminan, sin ser ellos plenamente conscientes de esta relación CAUSA-EFECTO… por anidar en sus corazones hasta transpirar por sus poros en forma de rechazo e insumisión a lo social y legalmente establecido. Rechazan los Derechos como el que siega la hierba sin tener en cuenta la tierra, desde el más fundamental, como el Derecho a la vida, hasta los más ambiciados, como el Derecho de todos y cada uno a ser felices (si nos dejan en el intento). A veces basta la mirada distante y fría en la foto de carnet de una persona, su rictus exento de dulzura y excesivamente serio, para denotar que no ha sido una niña feliz o un niño amado. A veces basta ahondar un poco en la herida, sustraer el dolor, instalado con gusto y saña, y sanar a la persona afectada. Pero no hay ni tiempo material, ni ganas o energías consabidas ni recursos humanos suficientes, ni un atisbo de interés, primero… en ahondar en la problemática, segundo… en desliar la madeja del hilo para transformar las profundas cicatrices en «células» sanas. Y sabemos, por experiencia, que la «cédula» del odio conlleva en sí más odio y que, como el virus, muta.
Debería, por ello, existir una Escuela de Padres y Madres. Deberían los médicos, justo antes de atender a una madre a punto de dar a luz, leer la cartilla a no pocos padres y madres, que así se hacen llamar, aunque sólo figuren como tales en la partida de nacimiento del primogénito. Por deber, deberían cambiar muchas cosas, hasta deberíamos evitar usar el tan manido futuro condicional para hablar en el presente simple, simple y llanamente porque es nuestro agitado tiempo presente el que nos toca vivir. Vivamos por tanto lo más digna y felizmente posible, si algunos, eso sí, nos dejan. Sobre el futuro, ¿algún valiente que se atreva a desenmascararlo? Como diría aquel sabio, «Sobre el mañana ¡¡quién sabe!!». Yo no pongo la mano en el fuego que igual me quemo. Sed felices.
Usue Mendaza